Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Locuras de amor

por Juan del Carmelo

Tanto en el orden natural como en el sobrenatural se cometen “locuras de amor”, la fuerza del amor es de tal naturaleza que no se para nunca en barras.

 

En el orden natural, las primeras locuras de amor nacen cuando él o ella, en una adolescencia incipiente, se asoman por primera vez al encuentro con ella o con él. Inicialmente es un sentimiento muy bello porque es totalmente puro y limpio; más se fijan los adolescentes que están en esta situación, en la cara y en la mirada del otro que en su cuerpo. Ella o él, se sienten atraídos, y no saben porque. Si se les pregunta, y se les hace ver que hay otros chicos o chicas más idóneos, solo saben responder: es que él o ella, me gusta y no saben encontrar el fundamento, el porque “me gusta”. Es el primer amor que raramente ni él ni ella, pueden llegar a olvidar.

 

Y en este primer amor, puro y limpio, se cometen una serie de actos, que a juicio de los demás son tonterías, pero para ellos son expresiones de la pureza de su amor. Cuando por primera vez se toca la mano del amado o de la amada, ellos se resisten a lavarse las manos, pues no quieren borrar el cálido y dulce contacto tenido. Se  pinchan los dedos para obtener sangre y con ella escribir una tarjeta a la amada diciéndole: “Te quiero”. Y cuando uno expresa su alegría y le hace confidencias de su amor a su mejor amigo, este que ve peligrar el lazo de amistad, y burramente para romperé el hechizo, le contesta: Imagínatela en el cuarto de baño. Pero ni aún así se rompe el hechizo que venera las locuras de amor.

 

Por su puesto que los años pasan y la dulce ingenuidad del primer amor se pierde, él y ella, pierden la ingenuidad de su amor y empiezan a mezclar con este sentimiento, consideraciones de orden material, y otras de naturaleza menos ingenua y pura, que degradan el primer sentimiento de amor.

 

He hecho la anterior reflexión, para que nos demos cuenta, de que algo muy similar nos ocurre en nuestras relaciones con Dios. Nuestra relación con Él, después del bautismo y cuando empezamos a tener conocimiento de las cosas, es pura, ingenua, sin mezcla alguna de interés espurio. Nada tiene de extraño que el Señor dijese: “Mirad que no despreciéis a uno de esos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los cielos” (Mt 18,10). Y También manifestó el Señor: “En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: ¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos? El llamó a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe”. (Mt 18,1-5).

 

Para ser grande en los reinos de los cielos, ello no se consigue cumpliendo estrictamente con los mandamientos, no solo con los de la Ley de Dios sino también con los cinco de Nuestras Santa Madre Iglesia. Hay que amar, hay que cometer locuras de amor con el Señor, demostrándole que uno es la persona que más le ama en este mundo, que está dispuesto a cometer todas las locuras de amor que sean necesarias para demostrarle nuestro amor. Que a pesar de los años que corporalmente tengamos somos niños enamorados de Él.

 

Tenemos que pensar, que así como nuestro cuerpo envejece, se deteriora porque tiene sus días contados, nuestra alma para bien o para mal, Dios no lo quiera que sea para mal; es eternamente joven, nunca envejece y aunque podamos estar ya con un pie en la tumba, nuestra alma es imperecedera, es eternamente joven, y si somos capaces de conservarla pura y limpia, entonces, ella es una bella y olorosa flor, que el Señor desea tener para sí, y si no la llama ya es porque piensa que esta flor aún puede hacerse más bella y más fragante en su aroma.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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