Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Solemnidad del cuerpo y la sangre de Cristo

Cuerpo y Sangre. Misterio de nuestra fe.

por La divina proporción

Hoy celebramos la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Es una solemnidad que nos debería ayudar a reflexionar sobre los sacramentos y su presencia dentro de la Iglesia. ¿Que es un sacramento? Es una vía por medio de la cual accedemos a  la Gracia de Dios, ¿Por qué vino y pan?

Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y lo bendijo, diciendo: «Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra;  y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos.» (Gn 14, 18-20)

Pan y vino son harina de trigo y mosto de uva transformados en alimentos de gran calidad. Nosotros sabemos que las levaduras y un proceso bien realizado, son las causas de la transformación. Para las personas antiguas la transformación parecía algo maravilloso y misterioso. Los sacramentos son signos que conducen la Gracia de Dios y por lo tanto, pan y vino resultan ser la mejor manera de evidencia la transformación de la materia en la carne y la sangre de Cristo. El Señor nos dejó muy claro esto:

Les dijo otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina hasta que todo quedó fermentado. Todo esto habló Jesús en parábolas a las multitudes, y nada les hablaba sin parábola, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta, cuando dijo: abriré mi boca en parábolas; hablare de cosas ocultas desde la fundación del mundo. (Mt 13, 33-35)

No, acercarnos al Misterio de nuestra fe no es sencillo. Cristo nos indica que habla de cosas que exceden la capacidad de entendimiento de todo ser humano: "hablare de cosas ocultas desde la fundación del mundo". Intentemos acercarnos un paso más al Misterio, siempre con humildad y docilidad. Igual que la harina y el mosto se transforman en pan y vino, Dios nos llama a dejar que el Espíritu nos transforme. El Espíritu Santo hace llegar la Gracia a nuestro corazón y desde el centro de nuestro ser, transforma lo que éramos antes. Pero toda transformación requiere sacrificio y dolor. Podemos ver esto en todas las grandes conversiones de todos los tiempos, por ejemplo la de San Pablo. No pensemos que Cristo ha venido a que nos riamos y bailemos, divirtiéndonos todo el día. Yo he venido para echar fuego sobre la tierra; y ¡cómo quisiera que ya estuviera encendido! (Lc 12, 49). Solo podemos convertirnos atravesando el dolor que es la misma vida y encontrando el sentido en Cristo. 

Grandes son, pues, estos Misterios; muy grandes, en verdad. ¿Queréis saber cómo se nos encarecen? Dice el Apóstol: Quien come el cuerpo de Cristo o bebe el cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y sangre del Señor. ¿En qué consiste ese recibirlo indignamente? En recibirlo con desprecio, en recibirlo con mofa. No lo juzgues algo sin valor por el hecho de ser visible. Lo que ves pasa, pero su significado invisible no pasa, sino que permanece. Ved que se recibe, se come, se consume. ¿Acaso se consume el cuerpo de Cristo? ¿Se consume, tal vez, la Iglesia de Cristo? ¿Acaso se consumen los miembros de Cristo? En ningún modo. Aquí son purificados, allí son coronados. Permanecerá, pues, lo significado, aunque parezca que pasa lo que lo significa. Recibid, pues, (el cuerpo de Cristo) de tal manera que pensar en él equivalga a pensar en vosotros mismos, de modo que mantengáis la unidad en el corazón y tengáis siempre clavado vuestro corazón en lo alto. Que vuestra esperanza no esté en la tierra, sino en el cielo; que vuestra fe esté firmemente asentada en Dios, sea grata a Dios. Puesto que lo que ahora no veis aquí, pero lo creéis, lo habréis de ver allí, donde vuestro gozo no tendrá fin (San Agustín. Sermón 227. Fragmento)

Por todo ello, es muy interesante fijarnos en el sentido que damos a la Eucaristía en las misas. ¿Cómo asistimos y vivimos el sacramento que transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor? ¿Entendemos que este es Misterio de nuestras fe? Quizás deberíamos tomarnos tiempo suficiente para reflexionar implorando que el Espíritu transforme nuestra limitada visión humana de la fe. Antiguamente estos temas se trataban después del bautismo en las catequesis mistagógicas. Hoy los tenemos demasiado olvidados. Gracias a Dios que Él nunca nos olvida. El Espíritu nos induce a no contentarnos con los aspectos estéticos y socio-culturales de la fe. 

 

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