Amar y ser amados
por Juan del Carmelo
Todo lo que Dios crea, pertenezca al orden que sea, tiene una finalidad, y nosotros también hemos sido creados con una finalidad.
Todos hemos sido creados por Dios con la finalidad de glorificarle, y para glorificarle hemos de amar y ser amados, es decir tenemos que aprender a saber dejarnos amar y ansiar ese amor Dios que continuamente está queriendo entrar en nuestros corazones. Amar y ser amados es la esencia de nuestro ser.
En el orden humano, todo lo que creamos tiene siempre una finalidad, y la persona o personas que lo han creado, han ejecutado su creación con la finalidad de satisfacer una necesidad. Hemos construidos coches, trenes, barcos y aviones para desplazarnos; cuchillos, para cortar, esencialmente los alimentos, ayudando así a la función de nuestros dientes incisivos; incluso hemos creado armas no solo con la finalidad de cazar a los animales con fines nutritivos o deportivos, sino también para saciar nuestro odio asesinando o para ser empleadas en guerras aunque estas sean justas, si es que las hay, o sean injustas. En el orden espiritual para satisfacer nuestros deseos de espiritualidad artística o sobrenatural, hemos creado y creamos, pinturas, composiciones musicales, teatro, cinematografía, o escritos libros de poesía o de mística espiritual. Todo absolutamente todo lo que hacemos o por lo que nos movemos es para crear y estas creaciones tienen siempre una finalidad. La palabra creación, siempre va seguida de la idea de finalidad.
En el orden sobrenatural divino, también todo lo creado tiene su razón de ser, pero existe una notable diferencia entre la creación humana y la divina, y es que mientras nosotros creamos para cubrir nuestras necesidades y carencias, Dios no tiene ninguna necesidad de nada ni de nadie. Entonces cabe preguntarse: Si la razón que nos mueve a nosotros a crear es para cubrir una necesidad y Dios carece de necesidades, ¿Cuál es la razón por la que Dios crea y nos ha creado? La razón es el amor.
Dios tal como reiteradamente nos dice San Juan: “Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él” (1Jn 4,16). La esencia de Dios es el amor, en Él el amor todo lo preside y todo lo invade, es un Puro espíritu de amor. Y si esto es así, en principio resulta que Dios no necesitaba crearnos, y si resulta que Él no nos necesita para nada, porque somos nosotros los que le necesitamos a Él, ¿Por qué nos creo?
Una de las cualidades fundamentales del amor es la de ser, llamémosle expansivo. El amor de verdad siempre tiene necesidad de compartir de expandirse, de que la felicidad de otros se beneficie de nuestra propia felicidad. Si a una persona le toca el gordo de la lotería, se siente intensamente feliz y desea compartir su felicidad con los que le rodean, a todos los invita a champan, no quiere caras tristes ni problemas a su alrededor. Y Dios que es inmensamente feliz, quería que su felicidad que carece de límite alguno fuese compartida. He seleccionado cuatro opiniones de cuatro autores espirituales bien conocido acerca de este tema de las razones que Dios tenia para crearnos. Veamos.
Para el abad Eugéne Boylan, P Cist. R.: “…, la vida de Dios es una unión estática de conocimiento y amor (completa y de felicidad infinita) Dios no tiene necesidad de nada más. Su alegría y felicidad son tales que nadie podría aumentarlas. Sin embargo en su infinita bondad, El decidió compartirlas con alguien. Y así nos creo de la nada”.
Etienne Brot, nos dice: “Ese Dios trinitario, acostumbrado desde toda la eternidad a un amor interpersonal de pureza perfecta, ha sido, pues, totalmente desinteresado en su obra creadora, no pensando en modo alguno en Si mismo, en su recreo o en su satisfacción personal, sino únicamente en el bien y en el interés de sus criaturas a las que quiso dar todo lo que Él es y todo lo que tiene, excepto algo cuya importancia crecerá a raíz del pecado original; no les ha dado, ni les dará jamás, su inalienable naturaleza de Creador. Serán pues criaturas eternamente y se beneficiarán de Sus dones no por naturaleza, sino por la gracia”.
Edward Leen opina que: “El primordial propósito de la creación fue que la perfección infinita de Dios se pusiera de manifiesto en otros seres que debían de ser reflejo de su existencia y de su belleza. Entre estos seres tenía que haber algunos que fueran imágenes de la vida consciente de Dios, de su vida de conocimiento y amor.…. La grandeza y la felicidad de los seres inteligentes consiste en la fidelidad con que reflejan las perfecciones de Dios en sí mismos. De ahí se deriva que la gloria de Dios y la felicidad de la criatura fiel son materialmente, aunque no formalmente idénticas”.
Y por último el dominico español Antonio Royo Marín refiriéndose no solo a la creación del hombre sino a la del universo señala que: “Según esto, la razón de ser y el último porqué de la Creación universal es: La gloria de Dios, como fin último absoluto. Nuestra felicidad eterna, como fin último relativo. No hay más. Eso es todo”.
De lo dicho podemos claramente deducir que hemos sido creados para amar y para ser amados. El problema comienza cuando arrastrados por nuestra concupiscencia creemos que la felicidad está en el amor humano y no en el divino. El amor humano es lícito y bueno, siempre que se ejercite ordenadamente y como medio no como fin, porque todo lo que amemos en este mundo, para que sea un amor ordenado, tiene que ser siempre realizado en función del supremo amor a Dios. Es bueno querer a los padres a la esposa o al esposo a los hijos, a los familiares, pero todos estos amores, siempre ha de ser subsidiarios del amor que le debemos a Dios. Nada en este mundo debemos de amar más que al que ha creado todo, a Dios que todo lo creó, y todo existe y se mantiene porque Él lo desea.
Y este Dios tan sorprendente, tan maravilloso, tan fantástico, omnipotente y omnisciente, cuando nos creo deseaba que le amásemos en libertad, porque una de las condiciones que requiere el amor para ser verdadero es la libertad. Y nos creo con el libre albedrio del que disponemos, lo cual supuso correr un riesgo que Él corrió por amor a nosotros. De este riesgo habla Carl Lewis cuando escribe: “Al crear seres dotados de voluntad libre, la omnipotencia se somete desde el principio a la posibilidad de semejante descalabro. Crear seres que no se identifican con su Creador, y someterse de ese modo a la posibilidad de ser rechazado por la obra salida de sus propias manos, es la proeza más asombrosa e inimaginable de cuantas podamos a tribuir a la Divinidad”.
Y así desgraciadamente es, Él nos ama hasta límites insospechados, porque Él es una criatura ilimitada y nosotros criaturas limitadas que no podemos entender, en qué consiste el amor sin fin alguno. Somos amados de Dios, y no le correspondemos a su amor. Él está siempre sediento de nuestro amor, suspira por nuestro amor, desea que acojamos en nuestro corazón, al menos unas migajas del amor que Él nos quiere entregar. Por ello hay autores que han definido a Dios, llamándole “el mendigo del amor”. Entreguémonos a este maravilloso Mendigo, que es el único que tiene la fuente del agua de la felicidad que tanto ansiamos. No hace falta grandes esfuerzos para entregarse a Él, solo aceptar la mano que siempre nos tiene tendida.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.