Gran director de cine y series
Diario El Mundo
Capítulo indiscutible de la historia de la televisión en España, no por ello hay que olvidar que Antonio Mercero también fue un cineasta de grandes audiencias. Fallecido hoy, tras años de sufrir una enfermedad, el Alzheimer, que marcó su retiro de la vida pública en 2006, en su palmarés destaca el Goya de honor que le concedió la Academia en 2010. Pero también un Emmy, de la Academia Nacional de Ciencias de la Televisión estadounidense, que le fue entregado en 1972, en Nueva York, por La cabina. Seguro que quiere decir algo que, ahora que se acaba de anunciar la inminente desaparición de las cabinas telefónicas de nuestro país, se haya ido el autor de un inquietante acercamiento a la claustrofobia mediante la desesperación de un usuario -encarnado por José Luís López Vázquez en uno de sus grandes personajes- que se queda encerrado en una de ellas.
Antonio Mercero nació en Lasarte (Guipúzcoa) en 1936. Aunque difícilmente pudo ser testigo de la Guerra Civil siendo un bebé como era, seis meses después de su nacimiento, su padre fue asesinado por los republicanos. De ahí que sorprenda toda ese espíritu conciliador y tolerante que rezuma La hora de los valientes (1998), su acercamiento al conflicto a través de aquellos que salvaron para la historia y el futuro del país entero algunas obras del Museo del Prado. Nada que ver con el revanchismo y el negacionismo que aún ahora sigue inspirando a los descendientes de tantas víctimas de la guerra. Hombre de buena voluntad a carta cabal, si hubo algo, que, por encima del suspense y los pormenores de cada trama, presidió su filmografía, eso fue ese buen talante, su afán de agradar, de contar una historia bonita.
Estudiante de Derecho en la posguerra a instancias de su madre, Mercero obtuvo la licenciatura en 1959. Con todo, su verdadera vocación estaba en el cine. Aquella inquietud por la pantalla no tardó en verse plasmada en un primer cortometraje: La oveja negra. Matriculado con posterioridad en legendaria Escuela Oficial de Cine, de la madrileña Dehesa de la Villa, su segundo cortometraje, Lecciones de arte (1962), fue merecedor de la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián de aquel año.
Recién licenciado en la Escuela Oficial de Cine, llega su primer largometraje: Se necesita chico (1963). Sin embargo, el destino más inmediato del cineasta estaba en la realización televisiva. Como tantos compañeros de promoción, tras su primera película, hasta 1970 se empleó con asiduidad como documentalista televisivo.
La cabina -basada en un argumento de José Luis Garci, por cierto-, constituyó un éxito sin precedentes en la época. Casi podría decirse que la televisión de autor llegó con ella a nuestra antena. Sin embargo, la filmografía de Mercero habría de desprenderse de las supuestas ínfulas que los más perspicaces hubieran podido encontrar en aquel legendario cortometraje. Si acaso, volvieron a asomar en Don Juan, mi querido fantasma (1990), una revisión desmitificadora del seductor por antonomasia.
Mientras La cabina se convertía en todo un orgullo de TVE, Mercero era uno de los realizadores que se aplicaban en la dirección de Crónicas de un pueblo (1971-1973), una serie que también habría de hacer historia. Surgida a instancias del almirante Carrero Blanco -en aquellos días el presidente del Gobierno y nostálgico de esa España rural, que inexorablemente estaba quedando atrás-, la propuesta reflejaba la vida cotidiana en un supuesto pueblo de Castilla La Vieja -que se llamaba entonces-, Puebla Nueva del Rey Sancho. Con guiones de Juan Farias y Juan Alarcón Benito, Julio Coll, Miguel Picazo y Miguel Lluch fueron los otros realizadores.
Sorprende encontrar en un cineasta como el responsable de Verano azul (1981-1982) una cinta con trazas de giallo. Sin embargo, ahí está Manchas de sangre sobre un coche nuevo, un relato criminal protagonizado por Lucía Bosé y José Luis López Vázquez, dirigido por Mercero en 1975. López Vázquez también fue el señor de negro aludido en el título de Este señor de negro (1975-1976), la nueva propuesta televisiva del cineasta. Su regreso al cine coincidió con el destape. Aunque nunca se encontró a gusto en él, rodó Las delicias de los verdes años (1976), una comedia medieval a la mayor gloria de las delicias de sus actrices.
El verdadero éxito del realizador en la Transición fue La guerra de papá (1977). Basada en una novela de Miguel Delibes, El príncipe destronado (1973), contaba la historia de un niño que, al sentirse desplazado por su hermana pequeña, comienza a hacer todo tipo de diabluras para volver a llamar la atención de sus padres. Fue uno de los mayores éxitos cinematográficos del guipuzcoano, que en aquella ocasión también fue a descubrir a uno de los últimos niños prodigio de nuestra pantalla: Lolo García. El pequeño interprete volvió a ganarse al público en Tobi (1978), pero ya no sería lo mismo.
Mercero habría de escuchar su nuevo aplauso en la pequeña pantalla. Verano azul, su siguiente serie, marcó un nuevo jalón en la historia del medio. Ambientada en la localidad malagueña de Nerja, fue toda una elegía a los veranos en pandilla de la adolescencia. Dulce como una novela de Enid Blyton -en cuya estela hay que situarla- marcó de forma indeleble a toda esa generación que han ido a situarse en torno a la EGB. Repuesta en innumerables ocasiones, constituye en sí misma un capítulo aparte en la historia del medio.
Buenas noches, señor monstruo (1982) fue una insólita colaboración con Paul Naschy en la gran pantalla y Turno de oficio (1986-1987) su última serie para TVE. Espérame en el cielo (1988) fue un acercamiento al supuesto doble de Franco en una comedia sentimental que cuenta entre lo mejor de su producción.
Ya con la llegada de las televisiones privadas, Mercero encontró acomodó en Antena 3, donde volvió a cobrar una gran popularidad con Farmacia de guardia. Protagonizada por Comentarios