Preguntas transcendentes
por Juan del Carmelo
Son preguntas transcendentes, aquellas preguntas que constantemente y a lo largo de la historia de la humanidad, el hombre se ha venido haciendo, buscando siempre una respuesta totalmente concluyente que jamás la ha encontrado ni la encontrará, si es que solo se apoya en el orden material humano para buscar la respuesta.
El 6 de agosto de 1993, Juan Pablo II publica la encíclica “Veritatis splendor” y en ella hace alusión a las preguntas transcendentes que acucian al hombre al decir que: “Por otra parte, son elementos de los cuales depende la «respuesta a los enigmás recónditos de la condición humana que, hoy como ayer, conmueven íntimamente los corazones: ¿Qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido y el fin de nuestra vida?, ¿qué es el bien y qué el pecado?, ¿cuál es el origen y el fin del dolor?, ¿cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad?, ¿qué es la muerte, el juicio y la retribución después de la muerte?, ¿cuál es, finalmente, ese misterio último e inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos dirigimos?”.
El 14 de septiembre de 1998, Juan Pablo II en su encíclica “Fides et ratio”, también escribía: “… una simple mirada a la historia antigua muestra con claridad como en distintas partes de la tierra, marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana: ¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy?¿por qué existe el mal?¿qué hay después de esta vida? Estas mismas preguntas las encontramos en los escritos sagrados de Israel, pero aparecen también en los Veda y en los Avesta; las encontramos en los escritos de Confucio e Lao-Tze y en la predicación de los Tirthankara y de Buda; asimismo se encuentran en los poemas de Homero y en las tragedias de Eurípides y Sófocles, así como en los tratados filosóficos de Platón y Aristóteles. Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre: de la respuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, depende la orientación que se dé a la existencia.
Es indudable que el hombre nace con la impronta de esta serie de preguntas que se pueden considerar trascendentales en su vida por que van más allá de los que la mente humana por si sola puede descubrir. Desde que empieza a tener uso de razón, unos antes otros después todos necesitan respuestas, su ser necesita respuestas a esta serie de preguntas transcendentes, de la misma forma que su cuerpo necesita agua y alimento, para primeramente crecer y desarrollarse y después para mantenerse. El hombre quiere y necesita respuestas que le pongan en posesión de la “Verdad”. Y es así, como en sus orígenes debió de nacer la filosofía como rama del saber, inicialmente dedicada al encuentro de las respuestas ansiadas. Pero las respuestas a estas preguntas transcendentes, el hombre no podía encontrarlas por sí solo y utilizando la filosofía como único elemento de trabajo, que era y es, un fruto del raciocinio de la persona. Al hombre para llegar a una conclusión correcta, en la indagación de la “Verdad” que busca, le es necesario algo más, le es necesaria la “Revelación divina”, porque esa “Verdad”, que ansiosamente siente la necesidad de alcanzarla, no pertenece al orden de la materia sino al orden de su propio espíritu, de su alma.
Viene aquí a colación, recordar las palabras cruzadas entre el Señor y Pilatos: “Le dijo entonces Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú dices que soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz. Pilato le dijo: ¿Y qué es la verdad? Y dicho esto, de nuevo salió a los judíos y les dijo: Yo no hallo en éste ningún delito” (Jn 18,37-38). Al pagano Poncio Pilatos, también le inquietaban las preguntas trascendentes, pero sus paganos filósofos no habían sido capaces de satisfacer su sed de “verdad” y él se había hecho un escéptico. Lo que nunca llegó a saber en vida y menos en aquel momento, es que estaba hablando con la Fuente de la “Verdad”, mejor dicho con la auténtica y única “Verdad”.
Para encontrar la contestación correcta a estas preguntas transcendentales que giran en torno a esa verdad que nos transciende como expresa Juan Pablo II en la vida humana, al igual que el caso de la fe, el hombre ha de tener siempre presente su alma, y es en ella donde ha de encontrar las respuestas, que pueden ser halladas mediante un correcto uso de la razón, es decir de la capacidad que la potencia del alma humana, llamada “entendimiento“, tiene para discurrir. En el diccionario de la RAE, discurrir en su cuarta acepción, es: “Reflexionar, pensar, hablar acerca de una cosa, aplicar la inteligencia.” Nuestra capacidad de discurrir, o en este caso más concretamente de “raciocinar”, que según la RAE es: “Usar la razón para conocer y juzgar”. Y en este caso el uso de la razón para encontrar respuestas a las preguntas transcendentales y al encuentro con la fe nos lleva al campo de la filosofía, como rama del saber humano.
Pero la filosofía por si sola no puede llevarnos al encuentre de la “Verdad”, porque ella que emana de la razón humana, solo tiene la dimensión del hombre y tal como escribía el cardenal Ratzinger: “La existencia humana está por su propia esencia impulsada a algo más grande”. Y este algo más grande es el alma humana que busca a su Dios tal como se expresa el salmista, cuando dice:
Como jadea la cierva,
tras las corrientes de agua,
así jadea mi alma,
en pos de ti, mi Dios.
Tiene mi alma sed de Dios,
del Dios vivo;
¿cuándo podré ir a ver
la faz de Dios? (Sal 42,2-3).
La búsqueda de respuesta a todas preguntas transcendentes, a la ”Verdad”, en sí misma radica en que el hombre dominado por la materia de su cuerpo, al que constantemente mima y desarrolla, prescinde de las posibilidades de su alma, a la que escasamente le dedica muy poca atención, y quiere encontrar las respuestas en el orden material, prescindiendo del orden espiritual que es parte de su ser y es precisamente como orden superior, el que tiene la llave de contestación a estas preguntas transcendentes.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.