Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Las edades del alma

por Juan del Carmelo

Al hilo de la glosa anterior, titulada “Menos ruido y más oración”, escribo esta, un poco como continuación de ella y en relación con los que tratan de resolver los problemas de la Iglesia, únicamente con medios y criterios humanos.

 

Tenemos todos, una tremenda tendencia a enfocar todo, solo bajo el cristal de la materia, es más, aún sabiendo que la naturaleza de Dios es la de un espíritu puro, no nos podemos olvidar de nuestra manía antropomórfica y necesitamos representarlo materialmente sea en iconos, tallas o pinturas. Cierto que Jesucristo se hizo hombre y por ello, no resulta espuria su representación material figurativa, pero Dios Padre en ninguna parte de la Biblia, se nos menciona que haya tomado forma corporal visible por hombre alguno, si exencionamos la teofanía de Mambré, en la que simbológicamente, se le aparecen a nuestro padre Abraham, tres ángeles como anticipo del misterio de la Santísima Trinidad. En cuanto al Espíritu Santo, también es verdad que la tercera persona de la Santísima Trinidad, se corporeizó en forma de paloma, en el bautizo de Nuestro Señor, pero todo esto no merma en absoluto la naturaleza espiritual de Dios. Dios dispuso y permite corporeizarse a espíritus puros, por ejemplo los ángeles, porque sabe perfectamente, cuáles son nuestras necesidades y tendencias antropomórficas, y por ello nos facilita el que le busquemos y nos acerquemos a Él por medio de representaciones materiales. Cosa que como sabemos en el Islám es un delito, pues son iconoclastas perfectos.

 

Pero para mejor comprender las cosas de Dios y de su Iglesia, no debemos de caer en el extendido error de aplicar a la Iglesia, las recetas, los sistemas, las estadísticas y las soluciones que usamos en la política, en las empresas, o en la vida material. Tenemos que tener muy presente, que la Iglesia, aunque desarrolle actividades de orden material, por razón de caridad, esta es una función completamente accidental; lo suyo es la cura de almas, no la de los cuerpos. La salvación de nuestras almas es y tiene que ser el objetivo primordial de la Iglesia, todo lo demás solo debe de ser realizado como una función subsidiara del objetivo principal. Las recetas o las estadísticas que se aplican en el orden material, para nada sirven en la Iglesia, donde su fuerza y pujanza no se mide por los bienes que posee, ni por su fuerza militar o por el número de adeptos que esta tiene, sino por el nivel de vida espiritual del los que creen y practican su fe. El Reino de Cristo, se terminará implantando en el mundo y las cifras estadísticas de orden comparativo del avance o retroceso en el mundo por el número de fieles, carece de valor alguno, y nunca debe de impresionarnos.

  

Así como nos preocupamos de tener un exhaustivo conocimiento de nuestro cuerpo, poco nos preocupamos del alma de nuestra propia alma. Como resulta que no la ven los ojos de nuestra cara, ella es la gran desconocida. A ella le aplicamos las mismas ideas que tenemos acerca de nuestro cuerpo. Así por ejemplo, no tenemos en cuenta mentalmente que nuestra alma no es vieja ni joven, pues carece de edad, podemos adjetivarla con los adjetivos que empleamos para el cuerpo, pero ello no responde a una realidad. El alma humana no tiene edad, y para bien o para mal, a diferencia del cuerpo que es mortal, ella es inmortal, pero no eterna, pues ha tenido un principio, aunque ya jamás, tendrá fin. Solo Dios es eterno porque nunca ha tenido un principio y nunca tendrá un fin. El resto de criaturas por Él creadas, incluidos los ángeles somos todos inmortales, pero no eternos. Pues bien, el alma aunque carezca de edad, lo que si tiene es nivel o categoría. Este nivel o categoría lo marca el grado de amor y unión con Dios, que es su Creador.

 

¡Eh aquí! Nuestra gran baza o posibilidad, que Dios ha dispuesto ofrecernos. La de poder engrandecer nuestra alma sin límite alguno de crecimiento. Para ello disponemos de un periodo de tiempo, que es el que nos marca la edad de nuestro cuerpo, hasta su desaparición de este mundo, nosotros podemos engrandecer nuestra alma o dejarla raquítica. Para unos este periodo es largo, para otros es corto. Esto, solo Dios es el que sabe lo que más le conviene a cada uno, para que su nivel o grado de amor de su alma a Él, alcance el mayor tamaño posible. A Dios lo que le interesa es que demostremos y practiquemos su amor a Él, no la edad de nuestro cuerpo.

 

Si tenemos en cuenta todo lo anterior, veremos claramente que resulta absurda, esa obsesión que tienen muchos de eliminar de la Iglesia a los viejos y a toda costa llenarla de jóvenes de cuerpo. La Iglesia no necesita el empuje de la juventud corporal, sino el empuje de la juventud de un alma, con un alto nivel de vida espiritual, estimando que esta será mayor cuanto mayor, cuanto mayor sea el alimento, llámese oración y sacramentos, que le hayamos proporcionado a nuestra alma. Plantear en la Iglesia un relevo generacional, resulta ridículo y absurdo. Recuerdo que en los últimos años del pontificado de Juan Pablo II, tuve unas diferencias dialécticas, con unos amigos que a toda costa decían que el papa dado su estado de decrepitud, debería de jubilarse y no aferrase al cargo, como si el ser Vicario de Cristo en la tierra fuese un cargo lleno de gabelas, cuando lo que realmente es, es una carga. Juan Pablo II nos abandonó con un alma joven que es lo que se necesita para gobernar la Iglesia.

 

La juventud corporal, no es ningún talismán en los cometidos de la Iglesia, ni tampoco creo que los sea fuera de ella, es un simple accidente biológico, que con el tiempo el ser humano lo supera. Llenar las iglesias de gente joven de cuerpo, es una de las muchas obsesiones que hoy en día pululan en muchas mentes, bien intencionadas pero equivocadas. Las iglesias hay que llenarlas de almas no de cuerpos jóvenes o viejos. La juventud de cuerpo en la Iglesia no es un valor a considerar por encima de todo, tal como en el mundo material se considera. Las iglesias están más llenas por gente de edad que por jóvenes, y esto es así y siempre ha sido así, y lo será, porque salvo excepciones de jóvenes llamados desde su niñez o adolescencia por Dios a su servicio, son la gente de edad la que tiene un mayor grado de acercamiento en el amor a Dios.

 

El grado de vida espiritual, va siempre en función de varios parámetros, el principal de ellos, por supuesto es el grado de amor a Dios, pero también es de tener presente el grado de apego a esta vida. Cuando se es niño o adolescente, el grado de apego a esta vida es muy escaso, pues se piensa: ¡Es tanta la vida que tengo por delante! Pero cuando avanzan los años se empiezan a echar cuentas, y el ser humano empieza a apegarse a esta vida. Más tarde, cuando pasan los años, pueden ocurrir dos cosas, o bien que uno se muera completamente apegado a esta vida sin haberse preocupado de su nivel de vida espiritual, o que por el contrario, a la vista de lo que le espera, antes o después la persona de que se trate, si se haya ocupado de acercarse a Dios. Y esta es la clase de viejos que van a la iglesia.

 

Los jóvenes de cuerpo, ya terminarán apareciendo por ella, y si no aparecen lo siento por ellos, pero Dios nos creo libres, y nosotros no podemos hacer lo que Dios no hace, que es quebrantar esa libertad que a todos nos regaló, llevando de las orejas a los jóvenes a la Iglesia, porque pensamos que así esta perdurará y así habrá continuidad de ella. ¡Absurdo! Hay que recordar lo que el Señor dijo: “Y yo te digo a ti que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificare yo mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). Y también nos dijo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

  

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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