Menos ruido y más oración
por Juan del Carmelo
Leo la revista donde esto escribo, ReL y también otras revistas de carácter religioso y observo en los que escribimos, que tenemos demasiado afán de querer arreglar los asuntos de la Iglesia, dando recetas, que siempre se apoyan en el esfuerzo y en las conductas humanas, y se olvidan de la oración. Demasiadas ideas y poca oración.
Para unos lo importante es llenar las iglesias de gentes, postura incorrecta, porque es más importante la calidad que la cantidad. Para otros es suprimir inmisericordemente lo que se viene en llamar gerontocracia de la Iglesia, porque a su juicio, no hay savia joven, es decir, a los viejos hay que quitarlos, hay que marginarlos, como si la Iglesia se desarrollase solo apoyada en el esfuerzo humano y fuese una multinacional. Existe en el ser humano un desmedido afán de sobre valorar siempre lo nuevo; cualquier experto en “marketing”, sabe que a cualquier producto por viejo que sea, si se le añade una pegatina de “nuevo”, se vende mucho mejor. Algunos llegan a creer que por el mero hecho de ser nuevo tiene que ser bueno, desgraciadamente este afán de renovar por renovar, nos ha traído muchos quebraderos de cabeza en la etapa post conciliar. Y en esta línea de sobrevaloración de lo nuevo, también se sobrevalora la juventud a la que se la sube a un pedestal, en razón de su empuje. Cuando resulta que el empuje está reñido con la prudencia, y esta es una virtud imprescindible para un buen gobierno y la Iglesia bien que lo sabe.
Para otros los problemas nacen del enfrentamiento entre lo que ellos denominan Iglesia progre, e Iglesia carca, como si la Iglesia del Señor, fuese guiada por ideas políticas. En general se margina la acción del Espíritu Santo y ni siquiera se le menciona, se carece de fe en la acción divina. Otros consideran que lo accidental es lo esencial, y se nos atiborra de noticias, acerca de hechos intranscendentes, acerca de las actividades de los obispos o del Papa, y sobre todo en relación con las actuaciones de los políticos gobernantes, como si de sus decisiones, por disparatadas que sean y lo son, dependiese el futuro de la Iglesia.
Otros en una actitud muy típicamente española, consideran que hay que aprender de lo que ocurre en el exterior, y se nos habla de la Iglesia norteamericana, como si ella fuese el paradigma al que hemos de aspirar; cuando que yo sepa, aún no tengo noticias de ninguna una sarta de santos italianos, españoles o franceses, que han sido la gloria de sus respectivas Iglesias, y han marcado rumbos y creado corrientes espirituales. La espiritualidad de la Iglesia norteamericana, muy laudable en muchos aspectos, pero está en plena formación y de la misma forma que las iglesias europeas, se apoyaron en la espiritualidad de los Santos Padres orientales para crearse su propia espiritualidad, así la Iglesia norteamericana se apoya en la espiritualidad de las iglesias europeas, principalmente en las de Italia, Francia y España, para encontrar su propio camino hacia Dios. Y esto es así, porque no olvidemos que la grandeza de una Iglesia o de una orden religiosa, no está en el número abrumador de sus miembros, ni en la riqueza de sus inmuebles, sino en la altura del nivel de vida espiritual de sus miembros.
Algo parecido está pasando con los nuevos institutos, movimientos y órdenes religiosas, ninguno de ellos, ni el Opus, ni los Legionarios de Cristo, ni Comunión y liberación, ni los Focolares, ni los Neocatecumenales, ni ningún otro creado como aquel que dice hace media hora, tiene consolidada una vía espiritual, y han de acudir a beber en las fuentes de los dominicos de los carmelitas o de otras espiritualidades ya consolidadas.
Todo lo que se lee, le hace pensar a personas sin una fuerte formación espiritual, que el barco se hunde, y que si no nos movemos nos hundimos. ¡Pues no!, el barco no se hunde ni se hundirá jamás, porque el que sostiene y guía el barco en última instancia es el Espíritu Santo. Nuestra postura es mover las palancas que tenemos a nuestra disposición, pero nos creemos que esto podemos arreglarlo, por medio de palancas humanas, escribiendo, protestando, mentalizando a la gente. Bien es verdad, que esto no es malo, porque ya lo dice el refrán: A Dios rogando y con el mazo dando. Pero olvidamos y no ponemos en marcha la principal palanca de que disponemos, que es la oración. Nos hace falta fe, en la fuerza de la oración. No acabamos de convencernos de que con la oración todo se arregla, incluso el rumbo actual de la Iglesia que para algunos, a tenor de lo que escriben, es un desastre. A mi juicio aquí no ocurre más que lo que Dios quiere que ocurra, pues por razón de permisión o por razón de voluntad, es Dios quien todo lo dispone. Tenemos lo que hemos permitido que exista y la solución de todo solo se encuentra en la fuerza de la oración.
Todo lo que leo, me hace recordar una frase del Santo Cura de Ars, que frente a este problema creo recordar que decía: Menos ruido en los periódicos y más oración frente al Sagrario. No incitamos a la gente a la oración, y escribimos al final sobre temas intranscendentes, si apenas justificar lo que escribimos con ningún texto evangélico, sin buscar que nuestros lectores amen más a Dios, que es nuestra obligación como escritores católico y dejémonos de chismes y tomemos en serio nuestra misión.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.