La increíble misericordia de Dios con España
El domingo después de Pascua es la fiesta de la Divina Misericordia, fiesta instituida por el Papa Juan Pablo II, en el año 2000. Por los frutos podemos constatar cómo se complació la Santísima Trinidad por la institución de esta fiesta: Juan Pablo II murió en la vigilia del Domingo de la Misericordia, fue beatificado y canonizado en la fiesta de la Divina Misericordia.
Honrar a la Divina Misericordia es fuente de Misericordia de la que estamos tan necesitados en España. Por ello a través de este breve escrito en el que se intenta honrar la esencia de Dios Trinidad, que es amor misericordioso, le suplicamos que experimentemos su misericordia y nos conceda que las relaciones entre los pueblos de España sean una relaciones basadas en la verdad, la justicia, el amor, el respeto….
1. ¿Qué significa que Dios es misericordioso?
R. Moretti nos da una explicación muy diáfana y comprensible:
“La Misericordia de Dios es el aspecto del amor y de la bondad que le lleva a perdonar, olvidar la culpa y el pecado, y retornar al hombre la amistad rota, recrear la filiación renegada y despreciada. Si se considera la gravedad de las ofensas hechas a Dios por el pecado de parte de la criatura […] especialmente si se piensa en el cúmulo inmenso de pecados de todos los hombres, agravados por la malicia, la arrogancia, la rebeldía, el desprecio, la ingratitud etc., la Misericordia, que anula y destruye toda esta monstruosidad, constituye una manifestación de la incomparable potencia y magnificencia de la bondad de Dios. De aquí las alabanzas y el estupor que la Sagrada Escritura y los santos elevan a la Misericordia del Señor”[1].
2. La Misericordia de Dios en la historia de España
Hay varios críticos en la historia de España, en la que la mejor herencia que posee, que es su fe en Jesucristo, podía naufragar hasta incluso desaparecer. Y solo por un milagro de la misericordia de Dios se ha podido salvar. Solo vamos a recordar dos episodios, el que pudiera liberarse del dominio del islam y del liberalismo radical en el siglo XIX.
La misericordia de Dios en impedir la islamización de España
Uno de los primeros grandes pecados colectivos que encontramos en nuestro pasado son sin duda los decretos de los Concilios de Toledo en el período visigótico. Debía haber una identificación entre regnum y ecclesia, y por ello se decidió obligar a los judíos a abrazar la fe cristiana, bajo amenazas durísimas[2].
Aunque España no fue el único lugar en que se persiguió a los judíos, teniendo en ello un peso la mentalidad de los pueblos germánicos que la invadieron, los obispos podían oponerse a ello, ya que el principio “un solo reino y una sola religión”, era contrario a las enseñanzas de Jesucristo su Maestro, al que conocían por la lectura constante del Evangelio. En ellos no aparece jamás que Cristo quiera imponer la fe. El Señor predica, enseña, invita pero deja libre: «Si quieres…» (Mt 19, 21-22). Ni siquiera los milagros que realizaba suprimían la libre decisión de creer en Él (Jn 12,37). Cuando un pueblo no quiere recibirle, se aleja sin insistir (Lc 9, 55). La misma consigna reciben los apóstoles para su misión (Mt 10, 14,23).
Aquellas leyes que promovieron los reyes godos y que el episcopado español ratificaba en los concilios de Toledo, pronto las vivirían los mismos cristianos bajo el dominio musulmán. Si no desapareció el cristianismo en la Península se debe a un milagro de la misericordia de Dios. Se cumplieron en nosotros las palabras que el narrador pondría en boca de Don Pelayo: «Castigaré con vara sus iniquidades, y con azotes sus pecados, pero no retiraré de ellos mi misericordia» (2 Sa 7, 1415).
Si la invasión musulmana y el establecimiento político del islam, fue casi un paseo militar. Quitarles el poder político, fue una ardua lucha que duró ocho siglos. Si se consiguió, se debe a que el pueblo cristiano, -de un modo particular los ermitaños[3] y los monjes en los centenares de monasterios que surgían en todo el territorio cristiano-, supo invocar la ayuda del cielo, reconocer que las desgracias ocurridas eran consecuencia de los propios pecados, e imploraron ante todo la intercesión de la Virgen María y de Santiago Apóstol. Estos presentaron sus súplicas a Dios sumamente misericordioso, que las acogió benignamente, de modo que dio gracia para que a pesar de todas las dificultades, la Península Iberia se sustrajera del dominio del islam.
Con la reinstauración de la fe cristiana en todo el territorio de la Península Ibérica, España podrá ofrecer a la Iglesia universal grandes santos que contribuirán a su edificación, entre ellos santo Domingo de Guzmán, san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz…, así como innumerables misioneros que contribuirán a la expansión de la fe cristiana en diversas partes del mundo, siendo uno de ellos san Francisco Javier.
La misericordia de Dios impide el desarraigo de la fe en España en el siglo XIX
Otro momento crítico para la fe católica en España tendrá lugar en el siglo XIX. En este siglo hay una persecución generalizada contra la Iglesia en todos los países de tradición católica. Es una persecución ejercida con todos los medios: el poder, las ideas, la prensa. Se llegó a luchar tan intensamente contra la Iglesia que se creía que había llegado a su fin, y que no duraría más allá de la vida del anciano papa Pío VI.
La Iglesia en España, en particular en Cataluña, en el primer tercio del siglo XIX vivía uno de sus peores momentos. Perseguida sistemáticamente por los gobiernos liberales, dividida internamente entre liberales y carlistas; desprestigiada, arruinada, perdida en un mundo nuevo, sin hombres que la supieran verdaderamente guiar, parecía una Iglesia a merced de las circunstancias[4], próxima al desastre.[5] La transformación de aquella situación eclesial y social en tan solo unas décadas, tuvo lugar gracias a la oración que hombres y mujeres de todas las naciones dirigieron a Dios, debido a la solicitud de Gregorio XVI que proclamó en 1842 un jubileo para orar por la Iglesia en España, porque el gobierno español fraguaba una ley para crear un cisma entre la Iglesia de España y Roma.
Uno de los que más se distinguió en su oración por la Iglesia en España fue el beato Francesc Palau. Éste dirigió a Dios una oración ardiente, perseverante y lúcida. El hoy beato constató que por mucho que se orara por la Iglesia en España, la situación eclesial era cada vez peor. Se acordó de las palabras de la Carta de Santiago «si pedís y no recibís nada es porque pedís mal» (cf. 4,3).
Desde una lectura atenta de la Biblia comprendió que los pecados colectivos de los hijos de la Iglesia en España a lo largo de los siglos, sin conversión ni reparación, constituían una barrera entre Dios y el pueblo suplicante; esos pecados impedían que las oraciones de los fieles llegasen a El (cf. Lm 3,44; Is 59,2). Las mismas leyes que regían en el Antiguo Testamento rigen la vida de la Iglesia y de los pueblos. Por tanto, las injusticias pueden romper la Alianza y de ahí, luego, todo tipo de desgracias pueden acontecerles a la Iglesia y al pueblo que los comete. La más grave de estas desgracias consistiría en que el Señor permitiera que otras religiones fueran hegemónicas en España, como sucedió con el Islam en la edad media, cuando estuvo a punto de desarraigar plenamente el cristianismo en España. Por ello, era esencial reconciliar al pueblo de España con Dios, para que lo bendijera y lo protegiera.
Dirá el beato Francisco Palau: «el cuerpo de la Iglesia de España está devorado por un cáncer espantoso, que solo un milagro de la Omnipotencia lo puede curar. Toda medicina humana se hace inútil; solo la mano de Dios puede curar sus llagas, y para que las cure es necesario que se lo pidamos. La oración, pues, es la única medicina que queda a la Iglesia de España para que sea salva; y para que esta oración se haga debidamente es necesaria la virtud del Espíritu Santo»[6].
A través de su libro Lucha del alma con Dios, procurará enseñar el arte de interceder ante Dios. El intercesor debe siempre ser consciente de que «Dios es justo, es severo; pero también sus misericordias son infinitas y sobrepujan a todas sus obras. Se ha de ir con mucho tino en no separar estos dos atributos de Dios. Si se habla de justicia, se ha de hablar también de misericordia. Si con un ojo mira el alma la justicia de Dios, con el otro debe mirar su misericordia»[7]
Durante once años de su vida, el Espíritu Santo, lo retuvo en ermitas y en cuevas. Allí el P. Palau a la luz del Evangelio no dejaba de reconocer humildemente los pecados de los hijos de la Iglesia, no sólo de España sino universal. Por ello, ofrecía el sacrificio eucarístico, para que Dios destruyera esos pecados, con el convencimiento de que la Eucaristía tiene más valor ante Dios que todos los pecados que cometen o han podido cometer los hombres. E imploraba para que le acompañaran en su intercesión ante el trono de Dios, la Virgen María, san José, los santos y los ángeles. De esta forma colaboró de forma eminente a quitar lo que impedía que la oración del pueblo llegara a Dios y fuera escuchada. Dios mostró su infinita misericordia con una gran efusión de su Espíritu sobre la Iglesia.
De un duro invierno surge una primavera eclesial
Después del jubileo de oraciones por España de 1842, caerá el gobierno de Espartero (1843), constante perseguidor de la Iglesia y depredador de todos los bienes comunales de los pueblos y de los hospitales. Será sustituido por un gobierno liberal moderado que pondrá las bases del desarrollo futuro de España. En 1844 se permitirá a los Obispos que puedan conferir órdenes sacerdotes. La Constitución de 1845 permitirá la organización de la enseñanza religiosa. En 1946, Pio IX enviará a Mons. Bruneli como Nuncio, el cual a pesar de las dificultades, actuará de forma rápida y eficaz. En menos de un año, conseguirá que 20 obispados sean regidos por un Obispo, después de años de destierros y orfandad episcopal.
Las buenas relaciones de la Iglesia con el liberalismo moderado tendrá su expresión en el Concordato de 1851, que establecerá el marco legal de colaboración entre la Iglesia y el Estado. Este Concordato garantizará la plena libertad en el ejercicio de la autoridad eclesiástica y se comprometerá el Gobierno a adoptar las medidas oportunas para que en cada diócesis haya un seminario conciliar. Ello será de capital importancia para formar a los nuevos sacerdotes. Ya que el clero estaba envejecido después de la prohibición del Gobierno de ordenar nuevos sacerdotes en 1835. Se podrán restaurar las antiguas órdenes religiosas si estas se dedican a la enseñanza o beneficencia.
El Espíritu Santo suscitará también numerosos fundadores de nuevas congregaciones religiosas. En el periodo de 1845 a 1899 en España surgieron unas 80 congregaciones religiosas nuevas, ante todo femeninas. Estas congregaciones religiosas tendrán un papel importante en la vida eclesial, por su servicio al necesitado, la Iglesia tomará prestigio ante la sociedad. Por su labor educadora permitirá la formación cristiana de las nuevas generaciones y la pervivencia de la fe en una buena parte de la sociedad.
Las congregaciones religiosas muy pronto se abrirán a la dimensión misionera, de modo que la Iglesia en España podrá de nuevo contribuir a la evangelización de la Iglesia universal, y en el ámbito humano contribuirá en elevar el nivel asistencial y educativo de los países donde fundarán comunidades.
Una espléndida primavera eclesial en Cataluña
Será precisamente la Iglesia en Cataluña, que educó en la fe al beato Francesc Palau, la que experimentará la mayor primavera eclesial de su historia.
En esa renovación, el pueblo catalán supo implorar la protección de la Virgen María en su advocación de Montserrat, y honrarla con su amor. La intercesión poderosa de la Virgen María ante su Hijo alcanzó de Dios para el pueblo catalán la gracia de tomar progresivamente conciencia de su identidad; supiera amarse y valorarse; y redescubriera las raíces cristianas de su historia y su cultura. Esta regeneración socio-cultural y religiosa la llevaron a término hombres especialmente devotos de la Virgen, como Antoni M. Claret, Jacint Verdaguer, Torras i Bages, Enric d’Ossó… o políticos como Prat de la Riba.
Es significativo constatar que quienes pusieron las bases para el renacimiento del pueblo catalán tanto a nivel civil como eclesial, fueron los predicadores de la Buena Nueva del Evangelio como san Antoni M. Claret y san Francesc Coll. Esta predicación facilitó el arraigo de las fundaciones de los nuevos Institutos religiosos que el Espíritu de Dios suscitó abundantemente en el seno de la Iglesia en Cataluña. Los servicios prestados por estas nuevas Congregaciones a favor del necesitado (pobre, enfermo, anciano o huérfano) hizo posible que la Iglesia recobrase un alto prestigio moral. En la educación de la infancia y de la juventud se salvó la fe, amenazada por la ignorancia y la constante propaganda anticlerical.
Por la fidelidad de estos hombres y mujeres, que hicieron en todo la voluntad del Señor en medio de muchas dificultades, la respuesta de Dios fue la realización de las palabras del Magnificad: «el amor que tiene a los que creen en El se extiende de generación en generación» (Lc 1, 50). Dios bendijo aquella generación. En medio de una gran conflictividad, Cataluña se industrializó, lo que posibilitó que la gente del país y de otras tierras tuviera trabajo y pudiera vivir de él. Otro de los dones de Dios fue la reconstrucción nacional. De la misma forma que un hombre y una mujer que siguen a Cristo en vez de despersonalizarse llegan a ser hombres y mujeres en plenitud, lo mismo acontece con los pueblos. Si un pueblo sigue a Cristo recibe de Dios las energías interiores para construir su propia identidad.
La Iglesia en Cataluña supo discernir los signos de los tiempos y actuar en consecuencia. Si anteriormente de algunos Seminarios catalanes, en el primer tercio del siglo XIX, surgieron combatientes para la guerra de la Independencia contra las tropas napoleónicas o las guerras carlistas, unos decenios más tarde, los Seminarios se convirtieron en auténticas escuelas de saber y de piedad. De los Seminarios catalanes surgieron una legión de poetas, escritores, historiadores, arqueólogos, que trabajaron con celo por la recuperación espiritual y nacional de Cataluña, todos ellos ayudaron a enriquecer el alma del pueblo catalán. Torras i Bages que, con su libro La Tradició catalana, demostró que el cristianismo y el catalanismo eran realidades inseparables en Cataluña, promovió que el renacimiento del pueblo catalán fuera hecho bajo el signo cristiano, y se considerase el cristianismo como la primera señal de identidad catalana. Surgieron también buenos políticos que con muy pocos recursos modernizaron el país. Este hermoso renacimiento, tanto eclesial como social, de Cataluña fue frenado por la Dictadura de Primo de Rivera, la guerra civil española y la dictadura franquista, pero Cataluña volvió a renacer. Es un buen testimonio que induce a esperar que la vieja Europa también pueda volver a “renacer”.
En el renacimiento de Cataluña hubo realmente una intensa compenetración entre la cultura y la fe. El templo de la Sagrada Familia es un exponente destacado de ello. El arquitecto Antoni Gaudí, anticlerical en su juventud[8], se convirtió y vivió hasta su muerte una fe cristiana profunda y sincera. En su persona se constata hasta qué punto fueron escuchadas las oraciones que el beato Palau dirigía a Dios, para que se convirtieran los increyentes, de modo «que con su penitencia y fervor os den más gloria que no os quitaron con su impiedad».5 Antoni Gaudí nació al año siguiente de que el beato Francisco Palau dejara la vida eremítica e iniciara la vida apostólica.
El día de su fiesta litúrgica serà consagrada la Basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, por Benedicto XVI (7-XI-2010). Mostrando la Providencia Divina, que el modo de orar del beato Francisco Palau le era agradable y por ello eficaz.
La Sagrada Familia de Barcelona está llamada a convertirse en la Catedral de Europa, donde el proceso de secularización es cada vez mayor. Por su grandiosidad, sencillez y la esbeltez de sus formas esta basílica es apta para provocar la admiración y el estupor del visitante creyente o no, para llevarle a preguntarse por la existencia de Dios, y sentirse invitando a encontrarse con Él. Este templo es idóneo para entonar con todo el pueblo un himno de alabanza en honor de Jesucristo, agradeciendo su amor incondicional a la humanidad.
También se puede considerar a la basílica de la Sagrada Familia como la Catedral de Europa, porque es el símbolo más emblemático del renacimiento de un pueblo decadente en constantes luchas fraticidas, que no perdió la esperanza, e imploró la ayuda de Dios, porque era el único que podía salvar a la Iglesia y la sociedad del naufragio abismal. Así lo suplicaron confiadamente muchos en la oración, por la intercesión poderosa de la Virgen María y san José..
Y como sucedió al pueblo catalán, puede suceder a toda Europa que tiene ante sí el grave reto de la islamización. Tanto antes como ahora, la Virgen María, auxilio de los cristianos, puede alcanzar de su Hijo, para que ejerza su mediación ante el Padre, de modo que a pesar de nuestros innumerables pecados, conceda por medio de su Espíritu, las gracias necesarias para que Europa sepa amarse, valorarse y reconocer sus raíces cristianas, por la acción incansable de hombres y mujeres fieles a la acción del Espíritu Santo, en un momento de la historia de Europa en que, como nos recuerda Giovanni Reale, «Ahora ya sólo un Dios puede salvarnos»10.
Para que ello acontezca, son necesarios intercesores -que como nuestros antepasados- sepan reconocer los pecados colectivos, pidan perdón a Dios por ellos, e imploren la intercesión poderosa de la Virgen María, de san José, los ángeles y los santos, ofrezcan el valor infinito de la sangre de Cristo en reparación, y estén abiertos a secundar la acción del Espíritu Santo para impedir que nuestro país y Europa se islamice o paganice?
Notas
[1] R. Moretti, Dio amore misericordioso. Esperienza, dotrina, messaggio di Teresa di Lisieux, 29.
[2] Cf. Teodoro González, “Desde la conversión de Recadero hasta la invasión árabe” en Historia de la Iglesia en España. I La Iglesia en la España romana y visigoda”, B.A.C Madrid, 1979, 669-683.
[3] Cabe recordar que la reconquista se inició en Covandoga, donde residía un ermitaño que no dejaba de implorar la ayuda de la Virgen María, y él alentó a don Pelayo a luchar contra el domino del islam. Cuando se quería reconquistar un territorio al islam, se adentraba en aquel territorio ermitaños que imploraban día y noche la misericordia de Dios. Los Reyes sabían que debían más la victoria a las oraciones de los monjes que a la fuerza y destreza de sus soldados, por ello los protegían tanto.
[4] J. VICENS VIVES, Noticia de Catalunya, Barcelona, Ed. Destino 1962, 100.
[5] J. MASSOT, Aproximació a la història religiosa de la Catalunya contemporània, Publicacions
de l'Abadia de Montserrat, 1973, 12.
de l'Abadia de Montserrat, 1973, 12.
[6] Francisco PALAU, Escritos, Monte Carmelo, Burgos 1997, Lucha del alma con Dios, cta. 1718, p. 42.
[7] Lucha del alma con Dios, III, 38, p. 95.
[8] Hijo de Reus, el ambiente que frecuentó en su juventud era republicano impregnado de anticlericalismo.
5 Lucha del alma con Dios, VI, 6, p. 227.
6 Cf. Juan M. LABOA, La Iglesia en España. Aproximación a su historia: 1492-2000, Madrid: San Pablo 2000, 168.
7 PUIG-BOADA, Pensament, n. 297 (Testimonio de Joan Bergós) citado por Armand PUIG, La Sagrada Família segons Gaudí. Comprendre un símbol, Barcelona, Ed. Pòrtic 2010, 215.
5 Lucha del alma con Dios, VI, 6, p. 227.
6 Cf. Juan M. LABOA, La Iglesia en España. Aproximación a su historia: 1492-2000, Madrid: San Pablo 2000, 168.
7 PUIG-BOADA, Pensament, n. 297 (Testimonio de Joan Bergós) citado por Armand PUIG, La Sagrada Família segons Gaudí. Comprendre un símbol, Barcelona, Ed. Pòrtic 2010, 215.
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