Reencarnación
por Juan del Carmelo
Es este un tema, que últimamente se ha puesto muy de moda, sobre todo entre aquellas personas que sintiendo una inquietud espiritual, han ido equivocadamente a saciar su sed espiritual, en fuentes de doctrinas o filosofías orientales.
Digamos de entrada que en la mente de un cristiano no cabe la idea de la reencarnación, solo tenemos una oportunidad. Juan Pablo II escribía categóricamente: “La revelación cristiana excluye la reencarnación, y habla de un cumplimiento que el hombre está llamado a realizar en el curso de una única existencia sobre la tierra”. El Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 1013, dice: "La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin “El único curso de nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez" (Hb 9,27). No hay “Reencarnación" después de la muerte”. Saco de mi libro “Del más acá al más allá”, varias notas extractadas para la redacción de esta glosa. Este libro está en la librería de Google con el Isbn 978-84-611-5491-3 y parcialmente puede leerse allí, sin coste alguno, entrando con este Isbn.
Tanto de la lectura del Antiguo Testamento como en la del Nuevo, se encuentran numerosas referencias implícitas o explicitas que excluyen la posibilidad de la existencia de una segunda vida, no solo para un creyente católico sino para cualquier persona, que medianamente preparada, piense seriamente sobre este tema. Así, en el Génesis puede leerse las palabras de Dios a Adán después de la comisión del pecado original: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (Gn 3,19). En el Libro de la Sabiduría, también puede leerse: “Pues tú tienes el poder sobre la vida y sobre la muerte, haces bajar a las puertas del Hades y de allí subir. El hombre, en cambio, puede matar por su maldad, pero no hacer tornar al espíritu que se fue, ni liberar al alma ya acogida en el Hades. Es imposible escapar de tu mano” (Sb 16,1415). Y en el salmo 38, en referencia a la brevedad de la única vida de la que disponemos, se puede leer:
"Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como una sombra,
por un soplo se afana
atesora sin saber para quien” (Sal 38,6-7).
En el Nuevo Testamento, San Pablo por su parte en la carta a los Hebreos al tratar el tema de la Parusia de Cristo, manifiesta: "Y del mismo modo que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez sin relación ya con el pecado a los que le esperan para su salvación” (Heb 9,27-28).
Pero para nosotros, la prueba más concluyente son las palabras de Nuestro Señor, en la parábola del mendigo Lázaro y el rico Epulón. El rico suplica que se le permita a Lázaro, volver a la tierra, o sea que se reencarne, a fin de avisar a sus hermanos para que cambiasen de vida, y el padre Abraham, le niega esa posibilidad (Lc 16,19-31). También Nuestro Señor, dio muestras de la no existencia de una segunda posibilidad de vida en el mundo, cuando momentos antes de morir, el buen ladrón le imploró que se acordase de él. Nuestro Señor, le podría haber contestado, si es que existe la reencarnación, diciéndole: No te preocupes, aunque tienes muchos pecados, en las sucesivas reencarnaciones te irás perfeccionando y al final te salvarás. Sin embargo lo que le dijo fue: “Jesús le dijo: Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43). Si iba a estar con él ese mismo día en el paraíso, no había posibilidad alguna de que se reencarnase en otro cuerpo.
La reencarnación, por lo tanto, es una doctrina estéril, incompatible con la fe cristiana. Es una doctrina, más bien propia de una mentalidad primitiva, de una mentalidad que destruye la esperanza de la vida futura, esperanza esta, que todo ser humano lleva implícita en su ser. Es esta una idea, sobre la cual se puede afirmar, que no existe religión alguna, primitiva o más moderna, cuyo fundamento no se asiente en la existencia de una vida en el más allá, en la que de una forma u otra, todos seremos retribuidos en atención a la bondad u perversidad de nuestras obras en este mundo. La reencarnación es una doctrina destructora de la esperanza en la otra vida, inútil para dar respuesta a los enigmas de la otra vida, y lo que es peor, peligrosa, por ser una invitación a la irresponsabilidad. Nuestras únicas oportunidades están en el transcurso de una sola vida, dentro de la cual, y hasta su último momento, existen y tenemos muchas segundas oportunidades. Pero una segunda vida solo existe, en el deseo de algunos, que le dan alas a su imaginación, para creerse que hay una segunda vida. Quizás lo que subyace en la mente de los partidarios de la reencarnación es un apego desmedido a este mundo.
Todos nosotros llevamos metida dentro de sí, la inquietud acerca de lo trascendente y lo sobrenatural, es una impronta con la que todos nacemos y con ella nos moriremos. Es el lado espiritual de nuestros ser, el que nos diferencia de los animales, y que nos dice que hay algo más, bastante más, que la pura y mera existencia de esta vida. Nos dice que además de cuerpo, poseemos un algo más de carácter incorpóreo, que nos diferencia de los animales y que llamamos alma, y que si bien el cuerpo es mortal, hay un algo que nos dice que nuestra alma es trascendental en el tiempo, que no muere. Al fin y al cabo, todas las antiguas y modernas teorías de los que nos hablan de la “reencarnación”, en sí, estas teorías reencarnacionistas, tratan de dar explicación y satisfacción, a la innata convicción que todos tenemos, de que con la muerte esto no se acaba, aunque algunos sin justificación racional alguna, traten de negarlo, de negar que el alma es inmortal, y afirman que con la muerte todo desaparece.
La creencia en la reencarnación no es tan antigua como muchos puedan pensar. Comienza en la India en el siglo VII a.C. Esto significa que no es tan vieja como la fe de los judíos o de los sumerios, egipcios, persas o chinos. Ninguna de las religiones que practicaron estos pueblos, creía en la reencarnación y la prueba de ello es el derroche que realizaban, en la construcción de las magnificas tumbas que edificaron Si habían de reencarnarse, no tenía sentido levantar esos tremendo monumentos funerarios. En el pensamiento religioso hindú, la creencia en la trasmigración aparece por primera vez en forma doctrinal en la recopilación religiosa india de los “Upanishad”, traducida al persa por el príncipe Dara Sukoh durante el siglo XVII, y desde entonces esta doctrina ha sido uno de los principales dogmas de las principales religiones de India: el hinduismo, el ayyavazhi, el budismo y el jainismo.
Símbolo de estas teorías de la creencia en la reencarnación, aceptado por toda el Asia religiosa, es la cruz svástica, la misma que utilizó el nazismo y el nacionalismo vasco anti-español en su simbología. Los cuatro brazos de esta cruz ganchuda simbolizan para las religiones orientales los cuatro grados de la existencia en que puede reencarnarse un alma: mundo humano, animal, vegetal y mineral. A diferencia de la cruz cristiana, esta cruz ganchuda no es signo de liberación sino de opresión; no de victoria sobre la muerte, sino de muerte sin esperanza.
Como creyentes cristianos y sobre todo para los católicos, hemos de tener muy presente que nosotros no tenemos un cuerpo, “nosotros somos cuerpo”. Nuestros cuerpos no son un vestido que se pueda mudar, ni una envoltura que se abandone a su propio destino para transformarse en otro vestido o envoltura que lo utilice un tercero. Nosotros no tenemos un cuerpo, sino que somos también un cuerpo, afirma el saludable materialismo cristiano, tal como se expresa Vittorio Messori. Y juntamente con el alma que también somos, formamos la persona humana, una persona individual y singularmente elaborada con sumo amor por nuestro Creador, a imagen y semejanza suya. Somos el objeto predilecto de la creación de Dios, y hemos sido creados para participar de la gloria divina, una vez que ya hemos sido redimidos por nuestro Salvador que ha sido el propio Dios. Tenemos que tener el orgullo de saber que somos la gloria de Dios.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.