Viviendo la Cuaresma 2018
Vivamos la Cuaresma como humildes servidores
Dice el salmo 127: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia”. Afanarse por hacer algo, tomando como referencia la moda, lo establecido, lo bien visto, lo que nos interesa, puede ser realmente frustrante. Lo podemos ver en la propia Iglesia actual, afanada en planes, congresos o sínodos. Nunca en la Iglesia ha habido más actividad y tan variada, pero hacer por hacer, no conlleva hacer la Voluntad de Dios. Dios nos pide servir, aportando los talentos personales para mayor gloria de Dios. Cuaresma es un tiempo en el que el servicio resulta imprescindible. ¿A qué servir entonces? Sin duda a Dios nos es Quien establece las mareas y los vientos que mueven la Barca eclesial en cada momento. Vientos que no siempre son adecuados para navegar.
Lo podemos entender leyendo con tranquilidad el Evangelio de hoy miércoles. Cristo no vino a imponer nada, ni a condenarnos. Él vino a salvar y a dar vida a quien se atreva a seguir sus pasos. Los Zebedeos querían relevancia y poder. Es decir, capacidad de hacer por su cuenta y por lo tanto, generar líos cada momento. Líos humanos que pueden parecer útiles y hasta divertidos, pero quedan en lo que son: apariencias que nos hacen gastar nuestras fuerzas sin resultado alguno.
Porque si bien lo sirvieron Marta y los ángeles, sin embargo, El no vino para ser servido sino para servir; y llegó en el servicio hasta el punto de que se puede decir de El: "Y para dar su vida en redención por muchos". Como sólo Él estaba libre en medio de los muertos y era más fuerte que el poder de la muerte (Sal 87), ofreciendo su alma a la muerte libró de la muerte a todos los que han querido seguirle. Deben, pues, los príncipes de la Iglesia imitar a Cristo, que era tan accesible, que hablaba con las mujeres, imponía sus manos a los niños, lavaba los pies a sus discípulos, con el único objeto de que ellos hicieran lo mismo con sus hermanos. Pero somos nosotros de tal condición, que porque no comprendemos, o porque despreciamos el precepto de Cristo, tratamos de parecer más soberbios que los poderes del mundo y queremos, como los reyes del mundo, tropas que vayan delante de nosotros y nos manifestamos terribles y de acceso difícil, sobre todo para con los pobres, a quienes ni tratamos con afabilidad, ni les permitimos la tengan ellos con nosotros. (Orígenes, homilia 12 in Matthaeum)
Como los seres humanos, somos de tendencia binaria. Cuando se señala que los activismos no nos llevan a ningún sitio, pasamos a una postura quietista e indiferente. Parece que seguimos siendo niños. Cuando nos riñen, hacemos todo lo contrario para “fastidiar”. Si no nos dejan hacer, nos quedamos quietos esperando que Dios haga todo por su cuenta. Es decir, pasamos de servirnos a nosotros mismos de forma activa, a seguir sirviendo nuestros intereses de forma pasiva. Muchas veces he comentado el problema del activismo con personas muy motivadas a cambiar el mundo a base de programación, liderazgos y dinámicas sociales diversas. Cuando les muestras que el desánimo que cargan encima es causado por su incapacidad de servir desde la humildad, entonces se sienten regañados y te preguntan si lo que quieres es que no hagan nada. ¡Nadie ha dicho que no hagan nada! Se trada de dejar que sea el Señor quien nos mueva. Si el Señor nos lleva a un lugar donde se nos vea públicamente, tenemos que hacer todo lo posible para no oscurecer a Dios, que es a quien hay que servir.
Una cosa es hacer desde la ideología y otra es dejarse mover por el Señor. Las ideologías buscan cambiar al ser humano con fuerzas humanas, mientras que la fe busca que sea la Gracia quien nos transforme. Seguramente lo que el Señor nos pide no nos lleve a hacernos famosos, salir en los diarios, recibir premios eclesiales o que escriban artículos sobre la metodología que has inventado. Posiblemente lo que el Señor desea es que simplemente sirvas viviendo tu fe con esperanza y humilde caridad. ¿Y las causas que reclaman nuestra participación?
Las causas tienen sus cauces. Son cauces humanos que podemos abordar apoyándonos en la fe y que no necesitan que toda la Iglesia se transforme en una inmensa ONG. No podemos exigir que los demás católicos se conviertan a nuestras causas favoritas. Lo que podemos es valorar lo que todos hacemos desde el lugar en que el Señor nos ha puesto. Desde el “puesto” de madre o padre, se puede hacer tanto o más bien al mundo, que siendo el líder de una ONG. Desde nuestro puesto de trabajo podemos evangelizar con nuestro ejemplo, al menos tan bien como con una campaña de evangelización por los calles.
¿Y en Cuaresma? Podemos aumentar nuestra oración, limosna y ayuno, siempre negándonos a nosotros mismos, cargando con la cruz personas y siguiendo los pasos del Señor. Hacer realidad eso de que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Imitando al publicano, que se dolía de sus pecados y limitaciones, desde el final del templo. Seguro que esto causa más impacto que 2000 perfiles de Youtube con millones de seguidores o 400 planes pastorales. Mejor que seamos servidores del Señor. Duras palabras para decirlas en una sociedad que se desvive por las apariencias y los liderazgos humanos.
Lo podemos entender leyendo con tranquilidad el Evangelio de hoy miércoles. Cristo no vino a imponer nada, ni a condenarnos. Él vino a salvar y a dar vida a quien se atreva a seguir sus pasos. Los Zebedeos querían relevancia y poder. Es decir, capacidad de hacer por su cuenta y por lo tanto, generar líos cada momento. Líos humanos que pueden parecer útiles y hasta divertidos, pero quedan en lo que son: apariencias que nos hacen gastar nuestras fuerzas sin resultado alguno.
Porque si bien lo sirvieron Marta y los ángeles, sin embargo, El no vino para ser servido sino para servir; y llegó en el servicio hasta el punto de que se puede decir de El: "Y para dar su vida en redención por muchos". Como sólo Él estaba libre en medio de los muertos y era más fuerte que el poder de la muerte (Sal 87), ofreciendo su alma a la muerte libró de la muerte a todos los que han querido seguirle. Deben, pues, los príncipes de la Iglesia imitar a Cristo, que era tan accesible, que hablaba con las mujeres, imponía sus manos a los niños, lavaba los pies a sus discípulos, con el único objeto de que ellos hicieran lo mismo con sus hermanos. Pero somos nosotros de tal condición, que porque no comprendemos, o porque despreciamos el precepto de Cristo, tratamos de parecer más soberbios que los poderes del mundo y queremos, como los reyes del mundo, tropas que vayan delante de nosotros y nos manifestamos terribles y de acceso difícil, sobre todo para con los pobres, a quienes ni tratamos con afabilidad, ni les permitimos la tengan ellos con nosotros. (Orígenes, homilia 12 in Matthaeum)
Como los seres humanos, somos de tendencia binaria. Cuando se señala que los activismos no nos llevan a ningún sitio, pasamos a una postura quietista e indiferente. Parece que seguimos siendo niños. Cuando nos riñen, hacemos todo lo contrario para “fastidiar”. Si no nos dejan hacer, nos quedamos quietos esperando que Dios haga todo por su cuenta. Es decir, pasamos de servirnos a nosotros mismos de forma activa, a seguir sirviendo nuestros intereses de forma pasiva. Muchas veces he comentado el problema del activismo con personas muy motivadas a cambiar el mundo a base de programación, liderazgos y dinámicas sociales diversas. Cuando les muestras que el desánimo que cargan encima es causado por su incapacidad de servir desde la humildad, entonces se sienten regañados y te preguntan si lo que quieres es que no hagan nada. ¡Nadie ha dicho que no hagan nada! Se trada de dejar que sea el Señor quien nos mueva. Si el Señor nos lleva a un lugar donde se nos vea públicamente, tenemos que hacer todo lo posible para no oscurecer a Dios, que es a quien hay que servir.
Una cosa es hacer desde la ideología y otra es dejarse mover por el Señor. Las ideologías buscan cambiar al ser humano con fuerzas humanas, mientras que la fe busca que sea la Gracia quien nos transforme. Seguramente lo que el Señor nos pide no nos lleve a hacernos famosos, salir en los diarios, recibir premios eclesiales o que escriban artículos sobre la metodología que has inventado. Posiblemente lo que el Señor desea es que simplemente sirvas viviendo tu fe con esperanza y humilde caridad. ¿Y las causas que reclaman nuestra participación?
Las causas tienen sus cauces. Son cauces humanos que podemos abordar apoyándonos en la fe y que no necesitan que toda la Iglesia se transforme en una inmensa ONG. No podemos exigir que los demás católicos se conviertan a nuestras causas favoritas. Lo que podemos es valorar lo que todos hacemos desde el lugar en que el Señor nos ha puesto. Desde el “puesto” de madre o padre, se puede hacer tanto o más bien al mundo, que siendo el líder de una ONG. Desde nuestro puesto de trabajo podemos evangelizar con nuestro ejemplo, al menos tan bien como con una campaña de evangelización por los calles.
¿Y en Cuaresma? Podemos aumentar nuestra oración, limosna y ayuno, siempre negándonos a nosotros mismos, cargando con la cruz personas y siguiendo los pasos del Señor. Hacer realidad eso de que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Imitando al publicano, que se dolía de sus pecados y limitaciones, desde el final del templo. Seguro que esto causa más impacto que 2000 perfiles de Youtube con millones de seguidores o 400 planes pastorales. Mejor que seamos servidores del Señor. Duras palabras para decirlas en una sociedad que se desvive por las apariencias y los liderazgos humanos.
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