Domingo, 22 de diciembre de 2024

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El tamborilero de Raphael

por El olivo en las semblanzas sacerdotales



Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29

Hace unos días el cantante linarense Raphael ha sido condecorado en la edición XIII Premios Plaza de España a los valores constitucionales,  "en reconocimiento a su extensa carrera artística, por la meritoria defensa que hace de los valores culturales y por la difusión de España a nivel internacional". Según añaden desde el Gobierno, el artista ha sido reconocido "por una vida entregada al arte de la canción, haciendo felices con su música a varias generaciones, tanto de españoles como de ciudadanos de casi todos los países del mundo y proyectando la imagen de España por todos los escenarios donde se le ha admirado y reconocido". El mismo artista ha tenido que suspender una actuación en Las Palmas debido a un proceso de gripe común, tal como recoge nuestro diario. El cantante ha emitido una breve información sobre su estado de salud a través de las redes sociales.
Un hombre, como Raphael, que confiesa su cuna linarense por todas partes, es uno de los mejores prototipos de cantar el famoso villancico titulado El tamborilero, que es una de las piezas esenciales dentro del elenco de los cánticos navideños, tanto por la letra como la música, que ha sido imitado en innumerables lugares.

No corren, en estos tiempos, muchas ocasiones donde se resalte el villancico, como modo de abrillantar el misterio del Nacimiento de nuestros Señor. En los últimos años, el laicismo vigente, el populismo militante y la dictadura del relativismo presente han ahuyentado de centros escolares los famosos certámenes de villancicos populares, justificando tal desaparición en el falso respeto a una mal entendida pluralidad religiosa, dejando el hueco que ha sido ocupado por el nihilismo y por otras formas muy alejadas del sentido cristiano de la Navidad. Ahora mismo, la Navidad es similar a gasto, a carrera consumista, a coleccionismo compulsivo de objetos inservibles, a mesas pantagruélicas, a estómagos plagados de acidez, a botellas vacías  de bebidas generosas y venenosas para el hígado. Pero nada más. Navidad ahora son felices fiestas invernales para una sociedad alejada de todo sentido cristiano.

La minoría de católicos que peregrinamos por este valle de lágrimas hemos concentrado nuestra vivencia cristiana navideña en el interior de los hogares y en las comunidades parroquiales. En estos últimos lugares es donde el villancico no ha muerto del todo, aunque algunos puristas de los reglamentos litúrgicos braman cuando se pasa el coro y el pueblo cristiano de elevar la voz para entonar la letra popular de algún villancico clásico o moderno, apoyados en que las rúbricas recomiendan cantar el género navideño en las fechas claves: Misa del Gallo, últimamente pasada a las horas finales del 24; en la solemnidad de la Navidad del 25; en la fiesta de Santa María en el 1 de enero y en la festiva jornada de la Epifanía del Señor, o Reyes Magos, el 6 de enero.

Los sostenedores de una sociedad como la actual se frotan las manos, no de frío, sino de gusto  al ver cómo la Navidad ha sido secuestrada por el materialismo con el apoyo imprescindible del consumismo de cualquier brebaje visual, bucal o estético. Sirvan estas líneas difundidas desde este campanario situado en la mitad del Adviento, para pinchar las conciencias de todos los responsables de la educación católica, especialmente de los padres y educadores, para que salvemos los muebles que podamos en mitad de esta transformación que sufre nuestro mundo que ha convertido la cimentación católica en puro barro barnizado de alguna vestidura medio rota de lo que siempre fue la Navidad cristiana. El Tamborilero de Raphael debe volver a oírse.

Tomás de la Torre Lendínez


 
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