Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Reflexión sobre el Evangelio

No sabemos cuándo el dueño de la casa regresará

por La divina proporción

La Iglesia es antigua, no es algo que haya sido iniciado a mitad del siglo XX o desde hace pocos años. Es tan antigua que se nos olvida la necesidad de seguir leyendo y meditando lo que los Padres Apostólicos nos hay legado. La fe no nace de un acontecimiento social, sino de la Esperanza en Cristo, que se hizo presente para enseñarnos directamente.

Cristo nos dijo muchas cosas, entre ella, que tenemos que estar atentos. No sabemos cuándo Dios va convocarnos a su presencia, como personas y como humanidad entera. Este domingo nos trae un Evangelio que habla precisamente del final de los tiempos y de la necesidad de no dormirnos en lo cotidiano, lo social, lo cómodo, que con tanta facilidad lo intercambiamos por lo sustancial.

Este es uno de los grandes preceptos del Señor: el que sus discípulos sacudan como el polvo todo lo que es terrestre, para dejarse llevar por un gran impulso hacia el cielo. Él nos exhorta a vencer el sueño, a buscar las realidades de arriba (Col 3:1), a mantener sin cesar nuestro espíritu alerta, a expulsar de nuestros ojos el adormecimiento seductor. Me refiero a ese letargo y a esa somnolencia que conducen el hombre al error y le forjan imágenes de sueños: honor, riqueza, poder, grandeza, placer, éxito, ganancia o prestigio.
Para olvidar tales fantasías, el Señor nos pide que superemos ese pesado sueño: no dejemos escapar lo real por una búsqueda desenfrenada de la nada. Él nos llama a que velemos: «Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas» (Lc 12:35). La luz que resplandece nuestros ojos ahuyenta el sueño, el cinturón que ciñe nuestra cintura mantiene nuestro cuerpo alerta, expresa un esfuerzo que no tolera ninguna torpeza.

¡Como el sentido de esta imagen es claro! Ceñir la cintura de templanza, es vivir en la luz de una conciencia pura. La lámpara encendida de la franqueza ilumina el rostro, hace brillar la verdad, mantiene el alma despierta, la hace impermeable a la falsedad y extranjera a la futilidad de nuestros pobres sueños.
(San Gregorio de Nisa. Sermones sobre el Cántico de los Cánticos, número 11)

Tenemos que estar siempre despiertos, listos para que Dios nos llame o se presente ante nosotros. San Gregorio nos dice “no dejemos escapar lo real por una búsqueda desenfrenada de la nada”, ¿Qué es lo real en un mundo que vive de apariencias? En las Navidades las apariencias nos arrastran al consumismo de miles de formas. Durante el resto de año, los medios nos llenan los oídos de cantos de sirena. Cantos que nos encandilan con estéticas vacías y liderazgos humanos. No escucharán que los medios nos llamen a desechar todo lo que nos embauca mediante falsedades.

En la Iglesia nos pasa lo mismo. Cada vez es más complicado centrarse en lo esencial. Demasiada socio-culturalidad, política de gueto y alejamiento de Dios. Despreciamos este aviso de Cristo. Un aviso que es Palabra de Dios, no una invención de uno de los miles de segundos salvadores que nos llaman a forma parte de sus seguidores. ¿Cómo mantenerse despierto en una sociedad que nos llama a dormir constantemente? San Gregorio nos indica claramente cómo hacerlo: “La luz que resplandece nuestros ojos ahuyenta el sueño, el cinturón que ciñe nuestra cintura mantiene nuestro cuerpo alerta, expresa un esfuerzo que no tolera ninguna torpeza”. ¿Qué es esta Luz? La luz de la Palabra de Dios y de la Tradición Apostólica. No hablo de las estéticas asociadas, sino de la Palabra de Cristo y lo que los Padres de la Iglesia nos han comunicado. ¿El cinturón? Es la templanza. La Voluntad de no dejarse embaucar por el sueño. Una voluntad que debe unirse y sintonizarse con la Voluntad de Dios.

¿Nos echan a un lado porque no seguimos a segundos salvadores? ¿No es mejor así? Dedicarnos a colar el mosquito y tragarse el camello, evidencia que dormimos mirándonos el ombligo. Así no podemos ser conscientes de lo que Dios quiere de nosotros. Dar lecciones que no aplicamos a nosotros mismos, sólo genera desconfianza en los demás. Desconfianza y lejanía espiritual. ¿Un reto para este Adviento? Mirar nuestro corazón e intentar asearlo para la venida de Cristo. Así de simple e imposible sin la ayuda de la Gracia de Dios.
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