Sentidos del alma
por Juan del Carmelo
Nuestra alma al igual que nuestro cuerpo, también dispone de sentidos. El problema radica en que no los desarrollamos, y al no desarrollarlos los ignoramos.
René Laurentín es profesor en Francia de la Universidad del oeste ubicada en Angers, intervino como experto en el Vaticano II y escribe: “El alma unifica y dirige el cuerpo en todos los niveles. Le desborda y puede suscitar energías casi corporales más allá del cuerpo: lo que algunos llaman “El cuerpo energético” (emanación del alma)”. San Agustín escribía: “Los sentidos corporales tienen sus deleites propios, y ¿no los tendrá también el alma?”. El alma en su actividad usa de sus sentidos así fundamentalmente dispone entre ellos de dos muy esenciales: la vista y el oído.
En mi libro BUSCAR A DIOS (Isbn 84-96088-o4-09), escribía hace años: “Una persona viva, que plenamente inteligente, es decir en uso de sus cualidades racionales, si careciera de los cinco sentidos corporales, a efectos de los demás sería como un mueble, y a efectos de él, su situación sería terrible. Algo así podemos aplicarlo también a la persona que no usa los sentidos del alma. De la misma forma que el cuerpo tiene sus sentidos, también el alma los tiene. La diferencia entre unos y otros, está esencialmente en que unos pertenecen al reino de lo visible, y los otros al reino de lo invisible. Porque el cuerpo es materia y el alma espíritu. Esto es sabido desde siempre el mismo San Pablo en una de sus epístolas podemos leer: “…, iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos”. (Ef 1,18).
Diadoco, Padre del desierto decía: “Los que no cesan de meditar en las profundidades de su corazón el nombre de Jesús Santo y glorioso podrán un día ver la luz en su espíritu”. Los sentidos del alma van despertando y perfeccionando su poder de captación del mundo exterior cada vez más, en la medida en que se van durmiendo los sentidos dedicados a la satisfacción del cuerpo. Es decir, aplicando la norma de San Agustín: “Todo empeño en esta vida debe de dirigirse a mantener sanos los ojos del alma para poder ver a Dios”, mientras nuestro empeño sea el fomentar la vista corporal con lo que nos deleita, nunca le daremos pie de crecimiento a los ojos de nuestra alma, porque siguiendo con San Agustín: “A ti no se te permitirá ver con corazón inmundo lo que solo se puede ver con un corazón puro; serás rechazado, arrojado de allí, no verás nada”.
San Juan de la Cruz, escribía también sobre los sentidos del alma aunque el emplease otras denominaciones y nos decía: “La inteligencia tiene dos fuentes de ideas; Natural una. La otra sobrenatural. Por la natural la inteligencia entiende a través de los sentidos o por ella misma. Por la sobrenatural, la inteligencia recibe por encima de su capacidad y aptitud natural. Las ideas sobrenaturales son sensibles y espirituales. Las sensibles, unas entran por los sentidos externos. Otras, por los sentidos internos. Este es el trabajo de la imaginación. Las ideas espirituales unas son concretas y distintas. Otras son conocimientos confusos, oscuros y generales”.
Nosotros sentimos mejor y comprendemos con más claridad las realidades del mundo espiritual cuando cerramos los ojos, nos tapamos los oídos y desactivamos todos los sentidos materiales que captan cosas del mundo exterior. Las realidades místicas relacionadas con Dios solo son perceptibles mediante el uso de los sentidos internos de la fe, de la intuición, o de la conciencia. Para apreciar los fenómenos del espíritu, hay que tener bien abiertos los ojos del alma, ya que en materia de vida interior, con los ojos de la cara nunca se ve nada. Esto es fácil de entender, pero los escépticos en estos temas, no suelen ser personas que tengan muy abiertos los ojos de su alma, y todo lo quieren percibir por los sentidos corporales.
Nuestro cuerpo, tiene sus exigencias, y una de ellas es la materialización. Nuestro cuerpo quiere ver lo invisible, quiere que se materialice el espíritu, para así, poder dar razones a la razón, y decirle: ves lo invisible existe porque es visible. Salvo los ciegos, todos, disponemos de visión material y más o menos desarrollada de visión espiritual. Pero tenemos la tendencia, de que para convencernos de algo, buscamos y queremos que la visión espiritual, sea similar a la material de los ojos de nuestra cara. Pero resulta, que así como con los ojos de la cara no podemos ver con ellos, ni utilizarlos en la oscuridad, porque en la oscuridad los ojos de nuestra cara no sirven de nada; tampoco los ojos del alma, son utilizables por nadie, si no se dispone de la luz de la “gracia divina”. Dicho de otra forma: así como los ojos del cuerpo necesitan de la luz material, sea esta la natural del sol o la artificial de la electricidad, para poder ver; los ojos del alma necesitan también de luz para poder ver, necesitan de la luz que se obtiene de las “gracias divinas”, la gracia divina es su luz, y sin ella, si esta no se tiene, uno está ciego, carece de visión de lo sobrenatural, su alma tiene cerrados sus ojos. Dios es la luz sobrenatural de los ojos del alma, y sin esta luz se encuentra en las tinieblas.
Igualmente ocurre con los oídos del cuerpo y los del alma. Los oídos del cuerpo necesitan que le lleguen a ellos las vibraciones que produce el sonido, si están sus oídos taponados nada oyen. Para escuchar por los oídos de nuestra alma, no necesitamos percibir las vibraciones materiales, sino las espirituales que se generan en la palabra divina, pero también pasa lo mismo, si carecemos de la divina gracia, jamás podremos llega a percibir la palabra de Dios. Cuando el Señor nos habla es seguro que no le escuchamos con los oídos, pues estos solo pueden percibir sonidos y la Palabra de Dios no es sonora no produce ruido como la palabra humana; al contrario es una misteriosa manifestación interna perceptible y comprensible únicamente por los sentidos de nuestra alma. Es en la meditación donde más claramente necesitamos los sentidos del alma para escuchar la palabra de Dios. En la meditación el oído del alma es más importante que la lengua del cuerpo. Juan Pablo II cuando era cardenal, escribía: “Téngase en cuenta que la voz espiritual hace efecto en el alma, como la corporal en el oído...”.
Nosotros, es conveniente que oremos diciendo: “Señor, deja que mis ojos espirituales se recreen en la Luz que se oculta en el fondo de mí ser. Que no viva yo adormecido de espaldas a Ti, que moras en mí, y fortaleces mi espíritu. Ilumina con la luz de tu gracia los ojos de mi alma. Señor, deja que mis ojos espirituales, se recreen en la Luz que se oculta en el fondo de mí ser, para que yo pueda: primero buscarte a Ti, para después amarte con toda la fuerza de mí ser y por último entregarme a Ti incondicionalmente.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.