Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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«Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo»

Reflexión Domingo II del Tiempo Ordinario

por La alegría de la Buena Noticia

Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada»,
ni a tu tierra «Devastada»;
a ti te llamarán «Mi predilecta»,
y a tu tierra «Desposada»,
porque el Señor te prefiere a ti,
y tu tierra tendrá un esposo.
Is 62, 3-4

Queridos hermanos:

Estamos en el segundo domingo del Tiempo Ordinario, ya pasó la Navidad y la Epifanía. La primera palabra es del Profeta Isaías y dice: “Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria.” Los gentiles, los alejados, verán al Mesías. El Señor, hermanos, quiere darnos un nombre nuevo, hacernos creaturas nuevas, quiere darnos un ser nuevo por el bautismo, hacernos cristianos. “Ya no te llamarán abandonada, ni devastada”. Jesús, hermanos, ha destruido las tinieblas del mundo, Él es la estrella que nos guía a la Tierra Prometida, al Cielo. El Señor nos ha elegido, Él quiere convertirse en un esposo para cada uno de nosotros, “el Señor te prefiere a ti”; como más adelante dirá el Evangelio.

Por eso respondemos con el Salmo 95: “Cantemos al Señor un cántico nuevo. Familias de los pueblos, aclamad al Señor. El Señor es Rey y gobierna a los pueblos rectamente”. Por eso, hermanos, para los cristianos, el Reino no es de este mundo. Convirtámonos, volvamos nuestros ojos al Cielo, y de nuestro interior brotará este canto de alabanza.

La segunda lectura es de san Pablo a los Corintios y dice: “hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.” Por eso, hermanos, alegrémonos porque hay un mismo Espíritu en el cristianismo, esto es lo que tenemos que defender. Esta luz de la que habla Isaías y que se manifiesta en San Pablo, la vemos también en el Evangelio de San Juan que nos presenta a Jesús en las bodas de Caná. Jesús se manifiesta como el esposo del pueblo de Dios, por eso tenemos un marido. Esta Nueva Alianza, el amor, fue anunciado por los profetas.

Dice el Evangelio que “en aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: No tienen vino.” Esta es la situación del hombre de hoy, nos falta vino para celebrar la vida como una fiesta. En medio de la precariedad del Covid tenemos un vino superior: el Señor. Jesús contestó a María: “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora.” ¿A qué hora se refiere? a dar su vida, a dar su sangre para la salvación del mundo. Por eso Dios nos invita a dar nuestra sangre; comiendo el cuerpo y bebiendo la sangre de Cristo nos invita a donarnos para que el mundo tenga vida eterna. Y María dice al maestresala: “haced lo que Él os diga”. María obliga a Jesús a hacer un milagro: “Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.” El evangelio hace referencia al rito de la mikvah, rito de purificación de los judíos. Y en ese momento Jesús hizo un anticipo de lo que sería la Eucaristía, es decir, convirtió el agua en vino. El Señor convierte nuestra pobreza en un vino nuevo, por eso el mayordomo proó el agua convertida en vino y dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”. Hermanos, tenemos un vino bueno en medio de la pandemia que es Jesús de Nazaret, por eso necesitamos encontrarnos con Jesús que tiene la Vida Eterna. Pongamos nuestras limitaciones y dejemos que el Señor lave nuestros pecados, nuestras impurezas, nuestros egoísmos, nuestro orgullo, nuestra soberbia, nuestra irá; y los convierta en Vino Nuevo de servicio al hombre, de dar la vida por el hombre. El hombre de hoy necesita de este vino, del eterno, que se hace presente en la Eucaristía. Hermanos, estamos ante una gran fiesta en donde Jesús profetiza dónde va morir: en la cruz, la salvación del hombre. En la cruz está la resurrección, ella nos da garantías de la resurrección. Entremos en las dificultades de cada día, en la cruz de cada día y veremos cómo el Señor nos resucita y nos da su Espíritu, es decir, nos da la Vida Eterna en medio de la debilidad.

Que el Señor os conceda vivir este domingo con alegría, esperando que Él convierta nuestra agua en un vino nuevo para la salvación del hombre de hoy y los hombres puedan bendecir al Señor porque han visto a Jesús.

+ Con mi bendición.

Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao

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