500 años de una reforma (II)
por Piedras vivas
Encuentro para unirnos (II)
El Papa Francisco y el obispo luterano Munib Younan, presidente de la Confederación Luterana Mundial, han firmado el documento conjunto donde se reconoce que después del diálogo en estos últimos decenios del siglo XX los católicos y los luteranos «ya no son extraños» y aseguran que se ha aprendido «que lo que nos une es más de lo que nos divide», una frase que afortunadamente se viene repitiendo desde hace tiempo y que indica la voluntad de conocerse y comprenderse. También lamentan que luteranos y católicos hayan dañado la unidad de la Iglesia y se explica que «las diferencias teológicas estuvieron acompañadas por el prejuicio y por los conflictos, pues la religión fue instrumentalizada con fines políticos», una tentación histórica por parte de los príncipes de este mundo como ha ocurrido en el desarrollo de la reforma luterana. Añadían que nuestra fe común en Jesucristo y nuestro bautismo nos piden una conversión permanente, para que dejemos atrás los desacuerdos históricos y los conflictos que obstruyen el ministerio de la reconciliación, y el perdón entre hermanos que creemos en el mismo Jesucristo, único Salvador de los hombres.
Esa declaración común sirve también para expresar el compromiso de ambas Iglesias para «eliminar los obstáculos restantes que nos impiden alcanzar la plena unidad». Manifiesta que muchos miembros de ambas comunidades anhelan recibir la Eucaristía en la misma mesa, como expresión concreta de la unidad plena, algo que actualmente no es posible por razones de fe pues no coincidimos en algunos puntos importantes como el carácter de entrega sacrificial de Jesucristo en la Misa entendida como la renovación incruenta de la Cruz, la presencia real permanente del Cuerpo de Cristo bajo las especies sacramentales y el culto eucarístico que de esto se deriva; o la naturaleza del sacramento del orden sagrado. Por eso coinciden en decir que «anhelamos que sea sanada esta herida en el Cuerpo de Cristo. Este es el propósito de nuestros esfuerzos ecuménicos, que deseamos que progresen, también con la renovación de nuestro compromiso en el diálogo teológico», tal como recoge el texto suscrito por los representantes de ambas Iglesias.
Los Papas del siglo XX desde Pío XI hasta Francisco han subrayado que Martin Lutero tenía fe en Jesucristo Salvador y en el papel de la Iglesia, pero no podía aceptar las desviaciones prácticas contrarias al Evangelio de muchos eclesiásticos de entonces e incluso de la cabeza visible. También contribuyó decisivamente al encuentro con la Sagrada Escritura en la liturgia y acercándola al pueblo, gracias también a la aparición de la imprenta.
Todo ese planteamiento de fe no impide reconocer que Lutero contaminó más de lo que pensaba y contribuyó a romper la unidad de la Iglesia de Jesucristo, dejando heridos algunos aspectos de la fe y de la teología. En efecto, dividió a la Iglesia apartándose de Roma, alterando la doctrina que se mantenía hasta entonces por el Magisterio, y dañó la vida sacramental de los fieles al centrarse solamente en el Bautismo y la Eucaristía, y esto con matices, pues consideraba que la Confirmación, la Confesión sacramental, el Orden sagrado, el Matrimonio o la Unción no fueron formalmente instituidos por Jesucristo.
(Continuará)
El Papa Francisco y el obispo luterano Munib Younan, presidente de la Confederación Luterana Mundial, han firmado el documento conjunto donde se reconoce que después del diálogo en estos últimos decenios del siglo XX los católicos y los luteranos «ya no son extraños» y aseguran que se ha aprendido «que lo que nos une es más de lo que nos divide», una frase que afortunadamente se viene repitiendo desde hace tiempo y que indica la voluntad de conocerse y comprenderse. También lamentan que luteranos y católicos hayan dañado la unidad de la Iglesia y se explica que «las diferencias teológicas estuvieron acompañadas por el prejuicio y por los conflictos, pues la religión fue instrumentalizada con fines políticos», una tentación histórica por parte de los príncipes de este mundo como ha ocurrido en el desarrollo de la reforma luterana. Añadían que nuestra fe común en Jesucristo y nuestro bautismo nos piden una conversión permanente, para que dejemos atrás los desacuerdos históricos y los conflictos que obstruyen el ministerio de la reconciliación, y el perdón entre hermanos que creemos en el mismo Jesucristo, único Salvador de los hombres.
Esa declaración común sirve también para expresar el compromiso de ambas Iglesias para «eliminar los obstáculos restantes que nos impiden alcanzar la plena unidad». Manifiesta que muchos miembros de ambas comunidades anhelan recibir la Eucaristía en la misma mesa, como expresión concreta de la unidad plena, algo que actualmente no es posible por razones de fe pues no coincidimos en algunos puntos importantes como el carácter de entrega sacrificial de Jesucristo en la Misa entendida como la renovación incruenta de la Cruz, la presencia real permanente del Cuerpo de Cristo bajo las especies sacramentales y el culto eucarístico que de esto se deriva; o la naturaleza del sacramento del orden sagrado. Por eso coinciden en decir que «anhelamos que sea sanada esta herida en el Cuerpo de Cristo. Este es el propósito de nuestros esfuerzos ecuménicos, que deseamos que progresen, también con la renovación de nuestro compromiso en el diálogo teológico», tal como recoge el texto suscrito por los representantes de ambas Iglesias.
Los Papas del siglo XX desde Pío XI hasta Francisco han subrayado que Martin Lutero tenía fe en Jesucristo Salvador y en el papel de la Iglesia, pero no podía aceptar las desviaciones prácticas contrarias al Evangelio de muchos eclesiásticos de entonces e incluso de la cabeza visible. También contribuyó decisivamente al encuentro con la Sagrada Escritura en la liturgia y acercándola al pueblo, gracias también a la aparición de la imprenta.
Todo ese planteamiento de fe no impide reconocer que Lutero contaminó más de lo que pensaba y contribuyó a romper la unidad de la Iglesia de Jesucristo, dejando heridos algunos aspectos de la fe y de la teología. En efecto, dividió a la Iglesia apartándose de Roma, alterando la doctrina que se mantenía hasta entonces por el Magisterio, y dañó la vida sacramental de los fieles al centrarse solamente en el Bautismo y la Eucaristía, y esto con matices, pues consideraba que la Confirmación, la Confesión sacramental, el Orden sagrado, el Matrimonio o la Unción no fueron formalmente instituidos por Jesucristo.
(Continuará)
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