Glosa cien
por Juan del Carmelo
Esta glosa es la número cien de todas las que he publicado en ReL, desde aquellos días en que comenzó su nueva andadura independiente.
He pensado que debía de escribir sobre un tema que sobresaliese del conjunto de todos los escritos, y estando mis raíces en la tierra de María Santísima, a quien mejor que a Ella podía yo dedicarle esta glosa, para cantar sus glorias. ¡Claro! pensé, que siempre habrá alguien que estime que por delante de María nuestra Madre, está su hijo y a su gloria que es mayor, debería de dedicarle esta glosa. Cierto que al Señor se le debe un culto de latría y a la Virgen de hiperdulía, pero a este reparo aún reconociendo su realidad, le encuentro un cierto tufillo protestante. Para el que así piense le cuento el siguiente relato, del que puedo garantizar su veracidad.
Erase un niño, con la primera comunión recién hecha, que todos los días oía misa en su colegio regido por los PP Escolapios, terminada la misa iba a las clase que finalizaban sobre las seis de la tarde y a esa hora cuando se salía del colegio todos se iban corriendo o bien a su casa o al campo de deportes que había en el colegio, para jugar un partido de futbol, pero nuestro niño, en silencia se iba a la capilla a rezarle una simple salve a la Virgen de las Angustias, que con su Hijo en brazos descendido de la cruz, había en una maravillosa talla situada en una capilla lateral de la iglesia. A esta costumbre que tomó arrastró a dos de sus compañeros de clase. Pero llegó un momento en que su demonio particular, vivamente molesto por esta costumbre y quizás en un descuido de su ángel de la guarda, le puso en su mente, la idea de que era un pecado querer tanto a la Virgen, sin hacerle el debido caso al Señor. Nuestro niño protagonista, estuvo varios días dándole vueltas en la cabeza a esta idea y sin dudarlo más se fue a una iglesia cerca de su casa y buscó un confesor. Lo encontró enseguida, pues eran otros tiempos, y arrodillándose por delante del confesionario, como era entonces la costumbre para los hombres, le dijo al confesor: Ave María purísima, el confesor le contestó: Sin pecado concebida, y sin más preámbulos le dijo: Padre me acuso de querer más a la Virgen que al Señor. El sacerdote se sonrió benévolamente ante tan enorme pecado y le dijo: A nadie le puede molestar que le quieran más a su madre que a él mismo, pues todo hombre cabal, siente siempre un gran amor a su madre y le gusta que los demás aprecien lo que vale su madre. Nuestro niño, tranquilizada su conciencia continuó ininterrumpidamente con esta costumbre todos los años que estuvo en el colegio hasta que pasó a la universidad.
San Luís María Grignion de Montfort, uno de los muchos santos que han destacado por un especial amor a la Virgen, escribía: “Guardémonos de ser del número de los “devotos críticos” que en nada creen pero todo lo critican; de los “devotos escrupulosos”, que temen ser demasiado devotos de la Virgen María, por respeto a Jesucristo; de los “devotos exteriores”, que hacen constituir toda su devoción en prácticas exteriores; de los “devotos presuntuosos”, que confiados en su falsa devoción a la Virgen María, siguen encenagados en el pecado; de los “devotos inconstantes”, que, por ligereza cambian sus prácticas de devoción o las abandonan a la menor tentación; de los “devotos hipócritas”, que entran en la cofradías y visten la librea de la Santísima Virgen para hacerse pasar por santos y finalmente de los “devotos interesados”, que solo recurren a la Virgen María para librase de males corporales o alcanzar bienes de este mundo”.
El amor a María, es un algo muy especial y a este respecto Jean Lafrance en su libro Día y Noche manifiesta: “No a todo el mundo se le concede profesar un amor total a María y hacer pasar por ella toda su vida de oración, pues es una gracia inspirada por el Espíritu…. Y cuando el Espíritu Santo encuentra a María en un alma, acude a ella, y allí vuela”. Por su parte Royo Marín también manifiesta: “La devoción entrañable a la Virgen ha sido considerada siempre como una gran señal de predestinación, y en su voluntaria y sistemática omisión se ha visto siempre una de las más pavorosas señales de eterna condenación”. Por su parte, escribe San Juan Damasceno: “Devoto lector demos gracias al Señor si vemos que Dios nos ha dado amor y confianza para con la Reina del Cielo, porque Dios otorga esta gracia a los que quiere salvar”.
Todos somos hijos de María, y muchos de nosotros estamos muy orgullosos de serlo. Cuando el Señor alzado en la cruz le dijo a San Juan, su discípulo predilecto: "Jesús viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. (Jn 19,26-27). A juicio de Slawomir Biela, “He aquí a tu madre”, puede interpretarse como: Juan, desde hoy tienes el derecho especial de aprovechar el privilegio de ser hijo de María; este privilegio consiste en “estar en los brazos”, de mi Madre, que también es tu Madre. Todos tenemos cuerpo y alma, y todos hemos sido engendrados en el cuerpo y en el alma. De la generación de nuestro cuerpo se encargó nuestra madre terrena, de la generación de nuestra alma se ocupó y se sigue ocupando nuestra Madre celestial, por expreso deseo de Dios. Según San Agustín: “Toda la vida sobrenatural consiste para nosotros en convertirnos en Cristos, y es propiamente a la Santísima Virgen, y a ella sola, a quien se ha dado sobre la tierra el poder concebir a Cristo. Es, pues, por María, en María y de María como recibimos todos los bienes espirituales; es ella quien nos introduce, corredentora en la vida de Cristo. En ti, por ti y de ti reconocemos en verdad que todo lo bueno que hemos recibido y hemos de recibir lo recibimos a través de ti”.
Maria es la mediadora universal de todas las gracias divinas, es así como Dios lo ha dispuesto, esta realidad no es aún un dogma pero tarde o temprano lo será, al menos somos más de uno, los que lo deseamos y rezamos para que esto se realice. Conseguidos ya los cuatro dogmas marianos existentes (Ver glosa del 16 de julio de este año), este será el quinto. Tenemos que tener presente que todas las gracias, grandes y pequeñas, nos llegan por María. De la misma forma que necesitamos un mediador para llegar a Dios Padre, que es Jesucristo, también necesitamos una mediadora para llegar a Dios Hijo, y quien mejor que su propia Madre maría. “María es el medio más seguro, fácil, corto y perfecto para llegar a Jesucristo”, escribe San Luís María Grignion de Montfort. Dice Teófilo de Alejandría, que Jesús siente gran complacencia en que María ruegue por nosotros, porque las gracias que nos concede por medio de María, no solo las considera hechas a nosotros, sino como otorgadas a su propia Madre. Según el papa León XIII: “Por expresa voluntad de Dios, ningún bien es concedido sino es por María; y como nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo, así generalmente nadie puede llegar a Jesús sino por María”.
Esta es la doctrina sacada de los escritos de San Bernardo y San Buenaventura, según nos manifiesta San Luís María Grignion de Montfort, De modo que según estos santos doctores, para llegar a Dios tenemos que subir tres escalones: el primero, más cercano y adaptado a nuestras posibilidades es María; el segundo es Jesucristo y el tercero es Dios Padre. Por ello se nos hace necesaria la intervención medidora de María. Pero, ¿Necesitamos un mediador ante el mismo Mediador? Digamos, pues valientemente con San Bernardo, que necesitamos un mediador ante el Mediador mismo y que María es la más capaz de cumplir este oficio de caridad. Por medio de ella vino Jesucristo a la tierra y por ella debemos nosotros de ir a su divino Hijo. Si tememos ir directamente a Jesucristo nuestro Dios a causa de su infinita grandeza y de nuestra pequeñez o pecados, imploremos con filial osadía la ayuda e intercesión de María, nuestra Madre”.
“La iniciativa de celebrar la fiesta de María mediadora de todas las gracias, partió de Bélgica, y al papa Benedicto XV le correspondió el honor, de instituirla canónicamente. Se fijó la fiesta el día 31 de mayo, último día del mes de María. La institución de esta fiesta no es una definición dogmática pero le prepara el camino, como la fiesta de la Inmaculada Concepción, fue preludio para su definición dogmática”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.