Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Madame Chantal, martirio incruento

por Juan del Carmelo

           Es esta, una santa francesa poco conocida en España, pero muy importante en la historia de la espiritualidad de las personas.

 

          Santa Juana Francisca Frémyot baronesa de Chantal, tambien conocida como Madame Chantal, nació en Dijon, la capital de Borgoña, en 1572 y falleció en uno de los ochenta y seis conventos por ella creados, en Moulins en 1641 a los sesenta y nueve años de edad. Sus restos descansan en el convento de la Visitación de Annecy cerca de los de San Francisco de Sales su maestro espiritual, cuyos restos también descansan en el mencionado convento de la Visitación. Santa Juana fue una ferviente discípula del dulce obispo de Ginebra San Francisco de Sales, que dada la violencia de los herejes ginebrinos, tuvo de establecer la sede de su obispado en la ciudad de Annecy, una preciosa ciudad situada al borde del lago del mismo nombre y a medio camino entre Ginebra y Grenoble, la capital de la alta Savoya.

 

           Nuestra Santa, nació en el seno de una ferviente familia católica, de la aristocracia francesa. Su padre era el presidente del Parlamento de Dijon, y ella queda huérfana de madre con 18 meses, por lo que fue educada por su hermana mayor. La reciedumbre y el compromiso cristiano de su familia tienen una gran importancia en su formación. Con veintiún años se casa con el Barón de Chantal, del que estaba fuertemente enamorada, al igual que su marido lo estaba de ella. Es un matrimonio feliz que reúne seis hijos, de los cuales pierde dos en los primeros años. Pero en 1601, el barón de Chantal, sufre una accidente venatorio y es herido por su amigo el señor D´Aulézy, y tras nueve días de sufrimiento, muere dejando viuda a Santa Juana, quien se traslada a pasar el año del luto en Dijón, a casa de su padre. En Dijon escucha las prédicas de San Francisco de Sales, durante la Cuaresma de 1604 y entra en contacto con él, que en adelante se ocupará de su dirección espiritual y junto con ella, más tarde ambos fundarán la Orden de la Visitación de Nuestra Señora, en la que ella será su primera superiora.

 

Al conocer a Santa Juana, el obispo se siente profundamente impresionado por la piedad de ella y se hace cargo de su dirección espiritual, aconsejando a Santa Juana, que modere sus devociones y actos piadosos para poder cumplir debidamente con sus obligaciones como madre, hija y nuera. Esta es la base de la espiritualidad salesiana, y Santa Juana será una perfecta discípula y ejemplo de lo que es la espiritualidad salesiana, De ella se dice que era capaz de orar todo el día sin molestar a nadie. Nuestra piedad y espiritualidad nunca debe de ser realizada en forma que pueda molestar a alguien, o abandonar nuestras obligaciones de vida humana. Santa Juana ejercita las obras de caridad sin alharacas y se modera mucho en sus mortificaciones corporales. San Francisco de Sales no permite a su dirigida que olvide que está en el mundo, que tiene un padre anciano y, sobre todo, que es madre. Nuestra espiritualidad no puede avanzar si pretendemos realizar el avance a costa de sacrificar nuestras obligaciones en este mundo. Dios aquí nos ha puesto para que nos santifiquemos en la realización de las obras mundanas que quiere que realicemos. El avance en nuestra vida espiritual, nunca puede ser una disculpa para, como vulgarmente se dice: No dar palo al agua. San Pablo es explícito cuando dice: “A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan”. (2Tes 3,12).


            Para el uso y formación de las nuevas hermanas de la Orden de la Visitación, San Francisco de Sales, escribe su libro  "Tratado del amor de Dios", que nos enseña un método de oración simple y natural, compatible con cualquier circunstancia personal, basado en las experiencias místicas del autor. La vida conventual de la nueva superiora es muy ajetreada: deja frecuentemente Annecy tanto para fundar nuevos conventos en Lyón, Moulis, Grenoble y Bourges, como para cumplir con sus obligaciones de familia. En 1619 funda el monasterio de París, donde conoce a San Vicente de Paul, el cual se hará cargo de la dirección espiritual de Santa Juana ya que San Francisco de Sales fallece en 1622 y es sepultado en el convento de la Visitación de Annecy, tal como antes hemos escrito.


            El pasado 12 de diciembre, día de Santa Juana Chantal, en la segunda de las lecturas de la Liturgia de la Horas, se podía leer un trozo de las memorias de la vida de Santa Juana, escritas en el siglo XVII, por su secretaria, la Madre de Chaugy:
“Cierto día, la bienaventurada Juana dijo estas encendidas palabras que fueron enseguida recogidas fielmente: “Hijas queridísimas, muchos de nuestros Santos Padres y columnas de la iglesia no sufrieron martirio; ¿por qué creéis que ocurrió esto? Después de haber respondido una por una, la bienaventurada madre dijo: pues yo creo que esto se debe a que hay otro martirio, el del amor, con el cual Dios, manteniendo la vida de sus siervos y siervas, para que sigan trabajando por su gloria, los hace al mismo tiempo mártires y confesores. Creo que a las hijas de la visitación se les asigna este martirio, y algunas de ellas, si Dios así los dispone, lo conseguirán si lo desean ardientemente”.

 

           Una hermana preguntó, como se realizaba dicho martirio. Juana contestó: “Sed totalmente fieles a Dios y lo experimentaréis. El amor divino, hunde su espada en los reductos más secretos e íntimos de nuestras almas y llega hasta separarnos de nosotros mismos. Conocí a un alma a quién el amor separó de todo lo que le agradaba, como si un tajo dado por la espada del tirano hubiese separado su espíritu de su cuerpo”. Nos dimos cuenta de que estaba hablando de sí misma.

 

           Al preguntarle otra hermana sobre la duración de este martirio dijo: “Desde el momento en que nos entreguemos a Dios sin reservas, hasta el fin de la vida. Pero esto lo hace Dios solo con los corazones magnánimos que renunciando completamente a sí mismos, son completamente fieles al amor; a los débiles e inconstantes en el amor no les lleva el Señor por el camino del martirio y les deja continuar su vida mediocre, para que no se aparten de Él, pues nunca violenta a la voluntad libre”

 

           Por último, se le preguntó con insistencia si este martirio de amor podrá igualar al del cuerpo. Respondió la madre Juana: “No nos preocupemos por la igualdad. De todos modos creo que no tiene menor mérito, pues es fuerte el amor como la muerte y los mártires de amor sufren dolores mil veces más agudos en vida para cumplir la voluntad de Dios que si hubiere de dar  mil vidas para testimoniar su fe, su caridad y si fidelidad”.

 

Es de ver, que lo que conocemos con el nombre de la “Palma del martirio” es esta una situación, que puede ser concedida por Dios, no solo de forma cruenta sino también en forma incruenta y sin quitar méritos a la primera, es de reconocer que la dureza de la segunda puede llegar a ser tremenda. Un sacerdote, me contaba un día hablando de cierta persona, que a esta Dios jamás le ha había dado una caricia. No tener las caricias de Dios, es un don que Él lo ejercita, tal como Santa Juana decía, a determinadas almas de fuerte consistencia espiritual, que a base de sacrificios y sufrimientos aceptados gozosamente, han templado su espíritu de tal forma, que se han ganado la admiración de los ángeles que nos contemplan y un tremendo Amor y gloria que le esperan para el día que lleguen a la otra orilla.

 

Como ya mencioné en otra glosa (Ver “Aridez o sequedad” del 01-11-09), el carecer de las consolaciones y caricias de Dios en nuestras oraciones, puede ser un signo de predestinación a una gran gloria. Tal como la doctrina de San Juan de la Cruz nos enseña, no deseemos consolaciones ni goces en la oración y mucho menos se nos ocurra solicitarlas, pues si lo estima oportuno dada nuestra debilidad espiritual, el Señor se ocupará de proporcionárnoslas para fortalecernos espiritualmente. En todo caso lo importante es siempre crecer y perseverar en el amor al Señor.


     Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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