Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Elección divina de las almas

por Juan del Carmelo

El título de esta glosa, puede llevarnos a hacer pensar, que Dios ya tiene hecha su elección de los que se van a salvar, y los que se van a condenar, y hagan unos u otros sea lo que sea la suerte ya está echada. Pues no…, ni muchísimo menos, no se trata de eso. Veamos.

 

Desde siempre me ha llamado la atención este tema de la “Elección divina de las almas”, y meditando he tratado de comprender, las normas por las que se rige la conducta de Dios para la distribución de sus dones y gracias, y tengo que reconocer que siempre me he estrellado, nunca he encontrado el “porqué”. En mi último libro “MOSAICO ESPIRITUAL” (Isbn 978-84-612-2059-5) me ocupo ampliamente de este tema, aquí solo voy a dar unas breves pinceladas al cuadro.

 

San Francisco de Sales escribía: “Hay almas escogidas que, mediante un favor especial, Dios las mantiene y las confirma en su amor, de tal forma que se encuentran muy lejos de la posibilidad de perderse”. Y uno se pregunta; ¿Por qué Señor, a unos les regalas tus gracias y realizan una conversión y se entregan a Ti, y a otros no se las regalas?, como es por ejemplo el caso más conocido el del apóstol San Pablo. ¿Por qué Señor a unos les desvelas tus secretos y a otros no? ¿Por qué unos infusamente reciben el don de la oración y otro lo persiguen sin alcanzarlo? ¿Por qué unos ven con total claridad todo lo que a Ti se refiere y otros que vehementemente desean este don no logran alcanzar esta claridad? ¿Por qué mi cruz es más grande que la de otros? ¿Por qué a unos sí y a otros no, Señor? ¿Acaso Señor, no eres Padre de todos? ¿Acaso como Padre no quieres a todos tus hijos por igual? Todo esto es un misterio y si lo alcanzásemos sería tanto, como en parte, poseerte ya al Señor y eso no está a nuestro alcance, y solo lo estará cuando veamos tu rostro.

 

Pero el hecho de que no podamos ver con claridad, las contestaciones a las anteriores preguntas, no nos impide, que tratemos de mirar entre los claroscuro con que el Señor nos vela sus misterios. Ahora vivimos en un mundo en el que la obsesión igualitaria, fruto de la revolución francesa, campa a sus anchas por doquier, y ello nos lleva a no comprender las supuestas desigualdades que nos parecen observar en la conducta del Señor con respecto a nosotros, por lo que este es un tema que nos chirria. Pero todas las preguntas que hemos enunciado y otras muchas más que podemos hacernos, acerca de la desigualdad que a primera vista parece que Dios nos prodiga, todas las preguntas repito, tienen su respuesta.

 

Existen tres distintas clases de elecciones, es decir, Dios nos puede elegir por o en tres distintas ocasiones. Dios nos elige una primera vez a todos cuando nos crea, otra segunda vez cuando somos consagrados a Él como hijos suyos, en el sacramento del bautismo y una tercera vez a determinadas almas para llamarlas a su servicio directo bien sea por medio del sacramento de orden sacerdotal, o al margen de este.

 

Con respecto a la primera elección no es del caso por razones de brevedad, entrar aquí a analizarla, pero es indudable que antes de crearnos, Dios pudo elegir entre millones de millones de posibilidades para crearnos sacándonos de la nada, y fue precisamente a cada uno de nosotros al que eligió, desechando esos millones de posibilidades que tenía en ese momento. Con respecto a la segunda de las elecciones, esta es muy transcendente pues nos hace hijos de Dios y nos abre las puertas del cielo. De aquí esa fobia desencadenada contra el bautismo y manejada, como todo mal que hay en el mundo, por el demonio, que incita a determinadas almas de pobres desgraciados “progresistas” a algo imposible, a que los “desbauticen” y a tal efecto, promueven escritos a las dependencias de las iglesias, pidiendo su, llamémoslo así, “desbautizamiento” y acudiendo a los tribunales civiles para que ordenen a los archivos eclesiásticos, a que los borren de ellos. Verdaderamente ridículo y que demuestra un gran desconocimiento de lo que es y representa el sacramento del bautismo.

 

Con respecto a la tercera clase de elección, nosotros creemos ver, que Dios entre todos los que hemos sido creados escoge para su mayor gloria a unas determinadas almas, a las que nosotros conocemos bajo el nombre de “santos”, a ellas les otorga un conjunto de gracias y los hace amigos suyos. Y nos preguntamos, y eso porqué, ¿porqué a ese y no a mí?, ¿qué méritos tiene ese para que lo elijan? En el orden natural o humano, una persona es elegida por sus cualidades, es decir es apartada de los demás, dadas sus cualidades específicas, ya sean estas las necesarias para un ascenso, o para encomendarle un determinado trabajo o misión a la persona objeto de la elección. Pero para Dios, en el orden sobrenatural, la elección funciona al revés. Somos nosotros los que elegimos, y es Dios el que refuerza nuestra elección. A nuestros ojos nos parece que es Dios el que elige y además pensamos que elige el menos adecuado, porque este elegido,  muchas veces realmente carece de todo mérito o cualidad y es el menos indicado, según nuestros juicios y apreciaciones. Lo que ocurre es que en el interior de las almas solo es Dios el que puede ver y nosotros solo vemos lo exterior con los ojos de nuestra cara.

 

A Dios, esto no le preocupa, buscar al menos adecuado, al contrario se diría que es lo que busca y lo que le gusta, es que se manifieste su gloria con conversiones inverosímiles, y ello por la sencilla razón, de que es Él, el que otorga después al elegido, las cualidades necesarias. Dios no elige por las cualidades ya existentes, que nosotros valoramos, esas se las dará Él luego al elegido. Sus criterios de elección son un misterio para nosotros.

 

Santo Tomás escribe: “Es evidente que Dios ama con un amor especial aquellos a quienes, por medio del Espíritu Santo, ha convertido en amadores suyos. Pero el amado mora en el corazón del que ama según es propio del amor. De aquí se desprende necesariamente que, por medio del Espíritu Santo, no solamente mora Dios en nosotros, sino nosotros en Dios”. Así lo reconoce San Juan en su primera epístola: “El que vive en caridad permanece en Dios y Dios en él”. (1Jn 4,16). Esto significa que Dios que mora en todos nosotros, se entiende naturalmente en todo los que viven en su amistad y se encuentran en su gracia, a todos nos llama. Su llamada tiene carácter universal y va dirigida a toda persona nacida en este mundo, es para todo ser humano, aunque a nuestros ojos, veamos que elige al menos adecuado. Ejemplos de esto los tenemos en innumerables santos que en su vida anterior fueron un saco de lujuria y pecado. Quizás Dios que tan celoso es de su gloria, quiere que con la conversión de esta clase de almas, se manifieste más claramente su divina intervención.

        

Dios extiende su providencia  y sus cuidados a todas las obras de sus manos sin excepción, pero su amor lo otorga a aquellos que le han elegido con preferencia a Él sobre todas las demás criaturas. Son estos los elegidos del Señor, los que alcanzan su directa santificación. Y esto, ¿cuándo ocurre? Ocurre cuando un alma llega a ser amada por Dios porque ella, previamente se lanza generosamente a la conquista de aquello que Dios considera como supremo bien. Dios se deleita en la visión del hombre que, animado con las fuerzas de las gracias liberalmente otorgadas, busca la divina unión de una manera ardiente e impetuosa. El mundo es salvado por Dios a través de pocos, no de muchos. Esos pocos, son sus elegidos. El Señor no necesita mucha gente, para obrar entre los hombres los prodigios de su amor, solo necesita la fidelidad y la valentía humilde de los que Él ha elegido.

 

La situación de ser uno de los elegidos, se puede considerar que no es ninguna ganga ni ningún chollo. Dios es muy exigente y celoso lo que le mueve a pedir siempre el todo, y a sus elegidos les pide mucho más. De entrada tenemos que pensar, que esta es la condición mínima que Dios exige a sus elegidos. Dios lo quiere todo no se satisface con una parte del todo por gran que esta sea. La elección divina no establece ninguna clase de dominio o primacía. Más bien postula responsabilidad hacia los demás y obediencia fiel al Señor. Pero además, ser elegido del Señor en esta vida, no conlleva ningún beneficio material. Se diría que Dios se complace en jorobar a sus amigos. No hay santo que no haya pasado el purgatorio en la tierra.

 

La razón de tratar así tan descarnadamente a sus amigos y elegidos, se encuentra en el hecho de que Él desea que estos sigan creciendo en santidad, y adquiriendo más méritos lo cual, en esta vida solo se consigue por medio del sacrificio amoroso a Dios Nuestro Señor. “Per cruce ad lucem”. Por la cruz se llega a la Luz. Asegura Daniel Rops, que: “Las almas a quien Dios da mucho, tienen obligaciones más estrictas que las nuestras, y sus culpas pesan más que las del resto de los pecadores”. Dios no expresa sus favores y regalos a sus predilectos a través de bienes materiales, ni de poder, ni títulos ni de grandezas, que es lo que nuestra pobre mentalidad valora, sino a través de bienes espirituales.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

 

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