Sacerdote y arqueólogo
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Se trata de uno de los lugares más visitados de Galicia, y no es la Catedral de Santiago de Compostela. Me refiero al Monte Santa Trega, en A Guarda (Pontevedra). Es un poblado o castro de origen celta, situado en un paraje idílico desde el que se divisan unas de las mejores panorámicas que uno puede contemplar en tierras gallegas. Merece la pena conocer el valle de O Rosal, degustando sus magníficos albariño o caiño blanco, tras haber bajado de visitar el castro celta y haber rezado en la ermita de la cima del monte, habiendo contemplado también el bello Via Crucis que recorre el sitio. Pues bien, su primer excavador, enviado por el Museo Arqueológico Nacional, fue don Ignacio Calvo Sánchez, un cura católico alcarreño nacido en Horche.
Su vida y obra aparecieron en su día contados en LA VOZ DEL TECLA (Año IX – La Guardia 23 de Agosto de 1919 – Núm. 436), donde un periodista anónimo escribía:
“Personalmente es ya conocido aquí este ilustre arqueólogo, virtuoso sacerdote y cumplido caballero, y además en uno de los principales aspectos que determinan su persona-lidad: el de director de excavaciones. Recientes están en este sentido sus éxitos en Termes, Clunia, Castellar y sobre todo en el Collado de los Jardines de Despeñaperros. A más de otros objetos de menor importancia, 319 exvotos pre-romanos de bronce supo encontrar allí, los que constituyen el núcleo de la sala Ibérica, una de las más interesantes de nuestro Museo Arqueológico Nacional, por tantos conceptos interesantísimo.
Ignacio, ante todo es un hombre de lucha a quien el éxito acompaña desde sus primeros pasos en la vida. A los 12 años de edad (allá por el año 1876), obtuvo su primer triunfo en unas oposiciones a becas en el seminario de Toledo, obteniendo un accésit consistente en el pago de todos los libros necesarios para la carrera eclesiástica. Entró pues en la vida conquistando las armas con que había de luchar. Dos años después obtenía otra beca, y a los 21 de edad ya era nombrado por el Cardenal Payá, catedrático de las asignaturas de Arqueología, Física y Matemáticas, al par de que como representante del mismo señor Cardenal, se ponía al frente de las obras del seminario que entonces se construía. A los 23 años obtenía por concurso el curato de Alhóndiga (Guadalajara). Había tomado entonces el grado de licenciado en Teología. Se ordenó de presbítero en el año 1892, en que volvió a ser catedrático y Pío operario del seminario. Su temperamento de luchador no le dejó estacionarse, y en ese mismo año ganó, por concurso, el curato de Herrera del Duque (Badajoz), donde, además de cura de almas, desempeñó el cargo de Arcipreste. Fué precisa-mente entonces cuando hizo oposiciones a al cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios, obteniendo el aprobado, y consiguiendo plaza para la Universidad de Salamanca en 1897.
En 1901 fue trasladado al Museo Arqueológico Nacional, en el que desempeña actualmente el cargo de Jefe de la sección de Numismática. Su último triunfo de luchador lo obtuvo en 1916 en un concurso que anunció la Junta de Iconografía Nacional, acerca de retratos de militares al servicio de España en el siglo XVI, trabajo que ahora se está imprimiendo.
El cargo de jefe de la sección de Numismática le llevó a especializarse en esta rama de Arqueología, determinando en él un nuevo aspecto de su personalidad, y es hoy una autoridad de primera línea en la materia, a quien consultan cuantos se interesan por esa clase de estudios, y además todos los que poseen alguna moneda antigua y creen tener en ella un capital. Citaremos un caso.
Una señora muy honorable y vestida con mal disimulada pobreza, se presentó en el despacho de D. Ignacio en el Museo, solicitando de él su opinión sobre una moneda de cobre antigua, “por si vale algo” . “Agnus Dei qui tolis pecata mundi” – exclamó D. Ignacio en cuanto la vió- Es de . Juan I, fines del siglo XIV, y su precio actual en Numismática es de una peseta”.
Consultas semejantes las recibe a diario D. Ignacio, y las resuelve siempre con la misma facilidad. Desde esta humilde moneda que no hace muchos años circulaba con la categoría de ochavo, hasta el áureo griego o romano, que sobre su valor material tiene el incalculable que le da su rareza, una serie innumerable de categorías se suceden, cuya clasificación es para arredrar el espíritu más esforzado. D. Ignacio busca en este laberinto tenebroso, con la seguridad del que dispone del hilo de Ariatna de su ciencia. Inscripciones borrosas, abreviaturas desconcertantes, símbolos misteriosos, variedad de escrituras e idiomas, nada le detiene; a todas las monedas les da su filiación, su origen, su procedencia. Claro que esto no lo consigue siempre con la rapidez y facilidad que con el Agnus Dei de a peseta la pieza. No es raro verle perdido en el inmenso salón de la Numismática, con una moneda entre los dedos, desojándose por leer sus inscripciones, ceñudo y contrariado, buscando entre los 3952 cajones en que se guarda el tesoro numismático nacional, que asciende a 130.000 monedas (las medallas aparte), abriendo uno, después otro y otro, revolviendo en ellos, estudiando com-parando los diversos ejemplares, repitiendo el examen , y revelando en su fisonomía honda preocupación y contrariedad. Entonces por muy amigos que seáis de él, no le habléis, no le distraigáis, está bajo la terrible impresión del poeta que, dueño de todas las consonantes, se encuentra inopinadamente con una que le es rebelde.
Esta lucha suele a lo mejor durar varios días, porque sobre las enormes dificultades que la numisma-tica tiene, por su complicación, extensión y complejidad, está lo terrible del desgaste de las monedas por el uso y la acción de los siglos, que borra parte de las inscripciones.
Y a propósito de poetas: El único pecado que a D. Ignacio se le conoce, es el de que ha hecho versos, y con la agravante de la reincidencia. Es autor de varias poesías que, que al decir de los que las leyeron, están muy bien hechas, lo que, ya es circunstancia atenuante. Más no se detuvo ahí como escritor, sino que picó en todos los géneros literarios, incluso el periodismo.
De todos modos, más dignos de él y de importancia muy superior, consideramos sus trabajos de investígación histórica, tales como Influencia de la Universidad de Salamanca en la vida social de España y del resto del mundo; Estudio de la Virgen de la Vega (escultura del siglo XIII), considerada artísticamente, y su estudio sobre Jerónimo Perigueuz tan errónea como inocentemente llamado Visquio.
Pero en ningún trabajo, ni en los éxitos que en todos le acompañaron, cifra D. Ignacio su orgullo. Este lo deja íntegro para su tierra. Para él solo tiene importancia ser alcarreño, pero alcarreño de aquel rinconcito amado de Horche, enclavado en el mismo riñón de la Alcarria. Cierto que Horche no tiene palacio del Infantado como Guadalajara, ni dos castillos como Ci-fuentes, ni las ruinas medioevales de Brihuega, ni una catedral como Sigüenza, pero en cambio allí el paisaje es más hermoso, el tomillo más abundante y más aromático, la miel que allí se produce es la mejor del mundo, el sonido de las campanas tiene allí más poesía y en aquella iglesia humilde se reza mejor.
Esto lo vemos en nuestro huésped con respeto y simpatía, porque muchos de esos sentires se nos alcanza a los guardeses, y buena prueba de ello son la Sociedad Pro-Monte que tanto lleva hecho por el terruño, y el Hospital-Asilo, para el que tenemos reunida ya una fuerte suma, y no hay guardés que no se considerase deshonrado si dejase de contribuir según la medida de sus fuerzas a tan noble empresa”.
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