Oración de pretensión
por Juan del Carmelo
Nuestro Señor nos dijo muy clara y rotundamente: “Pedid, y se os dará; buscad y hallareis; llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla, y a quien llama se le abre”. (Mt 7,7-8).
Y no solo se encuentra esta promesa divina en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo. Así en las profecías de Jeremías se puede leer. “Clama a mí y te oiré”. (Jer 33,3). En el Libro de los Salmos puede leerse: “Invócame y te libraré”. (Sal 49,15). En el libro de los Proverbios también está escrito: “Yahvéh se aleja de los malos, y escucha la plegaria de los justos”. (Prov 15,29). En relación al Nuevo Testamento, las cartas apostólicas de San Pablo están llenas de alusiones a esta promesa del Señor (1Tm 2,1; Flp 4,6; Rm 8, 26), y San Juan también manifiesta: “Esto os escribo a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que conozcáis que tenéis la vida eterna. Y la confianza que tenemos en El es que, si le pedimos alguna cosa conforme con su voluntad, El nos oye. Y si sabemos que nos oye en cuanto le pedimos, sabemos que obtenemos las peticiones que le hemos hecho”. (1Jn 5,1315).
Pero todas estas promesas del Señor, vemos que nuestro juicio no funcionan. Pedimos y no recibimos, y no es que pidamos gollerías, sino que muchas de nuestras peticiones a nuestro juicio, son completamente razonables. ¿Por qué muchas veces, no se nos da lo que pedimos, ni encontramos lo que buscamos, ni se nos abren las puertas que necesitamos? ¿Qué es lo que pasa? Veamos.
El Catecismo de la iglesia católica en su parágrafo 2629, nos dice que “El vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso "luchar en la oración". Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra, relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia El”.
Son varias las razones por las que nos vemos defraudados en nuestras peticiones. De entrada conviene tener presente que el 90% de nuestra peticiones, por no decir el 95% de ellas se refieren a la demanda de necesidades de salud, bienes temporales y otras demandas no espirituales. Podemos estar seguros que si nuestra petición es de bienes espirituales, nunca vamos a quedar defraudados, amén de que la concesión será siempre velozmente atendida y en cuantía superior a nuestra demanda, cosa esta muy típica de la conducta divina.
¿Qué es, lo que esto quiere decir? Pues muy sencillo que el gran porcentaje de peticiones de bienes materiales que se le hacen al Señor, Él estima que concederlas no va a redundar en lo que más le interesa a Él, en nuestra eterna felicidad para el día de mañana, ya que la concesión de estos bienes, nos pueden apartar de Él. En general el Señor frente a una petición nuestra, reacciona de tres formas distintas: la primera, “no porque no te conviene”; la segunda, “espera un poco, todavía no”; la tercera, “no porque tengo pensado algo mucho mejor para ti”.
Con lo dicho, no quiero asegurar ni decir, que la oración de petición de bienes materiales, sea reprobable, ni mucho menos siempre le es agradable al Señor, pues pone de manifiesto nuestra dependencia y nuestro amor a Él, lo que ocurre es que es más perfecta aquella oración, en la que le pedimos solo bienes espirituales. De los bienes materiales que necesitamos, ya nos dijo Él, que se ocuparía. Los bienes materiales que obtengamos, siempre estarán limitados en el tiempo, con nuestra partida aquí los dejaremos. Los espirituales que obtengamos, nos los llevaremos consigo y serán eternos, ellos serán un índice indicativo del tamaño de nuestra futura gloria en el cielo.
Pero en relación con la posibilidad de obtener lo que se pida, existe una circunstancia que bloquea siempre la concesión de lo que se pide. Nos referimos a la que podríamos denominar, “Oración de pretensión”. Esta oración, es aquella en la que pedimos, fijando condiciones, o solicitando unas aspiraciones desmedidas. Pedir no es pretender, el que pretende siempre apoya su petición en unos determinados derechos reales o imaginarios, pero frente al Señor nosotros no somos nada, carecemos de todo derecho. Nunca podemos poner condiciones y si lo hacemos, no somos conscientes de cuál es nuestra situación.
El hecho de pedir requiere grandes dosis de humildad, y muchas veces pedimos creyéndonos merecedores de lo que pedimos, es decir no ejercitamos la oración de petición, sino una oración de pretensión. Tal como dice San Agustín, para pedir, hemos de hacernos lo que somos: “mendigos de Dios”. Nunca debemos de olvidar que Dios es el todo y nosotros la nada. Solo la humildad en la oración, será esta siempre la que nos dé la llave de lo que deseamos obtener. Y es la humildad en la oración de petición, la que nos falta. En la mayoría de las veces nuestra oración de petición, pasa entonces a ser una oración de pretensión.
La humildad perfecta en la oración nos la da la llamada “oración indeterminada”. Que podemos situarla en contraposición con la oración de pretensión. La oración de petición indeterminada, es aquella, en la que con carácter general, y reconociéndonos nuestra incapacidad para saber pedir, le pedimos al Señor, aquello que más nos conviene, nos dirigimos a Él, en súplica de que remedie nuestra incapacidad y nos concedas lo que a su juicio más necesitamos. Tal es el criterio de San Agustín que decía: “Te aconsejo y exhorto en nombre del Señor que tratándose de los bienes temporales, no le pidas nada en concreto, sino lo que El sabe que te conviene”. En el Kempis se puede leer: “Señor, Tú sabes perfectamente lo que es mejor para mi; hágase esto o aquello como Tú dispongas. Dame lo que cuanto quieras y cuando quieras. Trátame como sabes y como mejor te plazca, a mayor honra tuya”. Y San Pablo se manifestaba diciendo: "Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”. (Rm 8,26).
Por último terminaremos recordando la frase de San Juan de la Cruz que decía: “De Dios no se alcanza nada si no es por amor”. El amor es el todo para todo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.