Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Monje, misionero, obispo y fundador

por Semblanzas sacerdotales



José María Serra Julià, nace el 11 de mayo de 1810 en Mataró (Barcelona), ciudad a la que sus padres se habían trasladado. Buscaban distanciarse del clima inseguro que se vivía en Barcelona, en poder de los franceses, en el contexto de la guerra de la independencia.

Es bautizado en la Iglesia de Sta. María, con los nombres José Eudaldo Antonio. El padrino, Francisco de Asís Carreras, es un primo del padre que más adelante será su tutor y quien cuide de José, manteniendo entre ambos, estrecha relación y especial cariño.

La infancia del pequeño José pronto se siente afectada por la muerte de los padres, por lo que ya en su niñez se va forjando su capacidad de trabajar, sufrir, emprender y arriesgar que caracterizará toda su vida. Estudia en el Colegio de las Escuelas Pías, en Barcelona, cuya educación era gratuita y, años más tarde, expresará el profundo agradecimiento a sus padres por haberle proporcionado la educación religiosa impartida por los Padres de San José de Calasanz.

Concluida su estancia en el colegio, trabaja en un comercio en la C/ de Sombrerers (junto a la Iglesia de Santa María del Mar), donde era muy querido por su laboriosidad, amabilidad y sus actitudes cristianas.

El joven José, a medida que crece, busca y se cuestiona el sentido y futuro de su vida. Siente la llamada de Dios, la acoge y a los 17 años ingresa en el Monasterio Benedictino de San Martín, en Santiago de Compostela, donde se inicia en la formación monástica y hace la primera profesión religiosa el 21 de diciembre de 1828, tomando el nombre de José María Benito Serra.

Le esperan años de intensa formación, estudio y afianzamiento vocacional. Se especializa en humanidades, ciencias, hebreo, griego y teología. Es ordenado sacerdote el 18 de marzo de 1835 y al día siguiente celebra su primera Eucaristía en la capilla de la Virgen del Perpetuo Socorro del Monasterio de san Martín. Concluida la etapa de formación se dispone para la actividad pastoral.

 

En esos años la situación política en España es compleja y delicada. La legislación anticlerical provoca la salida del país de varias órdenes religiosas, al ser aprobado en septiembre de 1835 el decreto de desamortización y exclaustración de Mendizábal.

De voluntad férrea y tenaz, José M. Benito Serra decide continuar su vida monástica en Italia. A los 25 años de edad, su nuevo destino, es el Monasterio de la Santísima Trinidad de Cava, en la provincia de Salerno, donde permanecerá 10 años. Allí la vivencia de la Regla de S. Benito va configurando su personalidad y vocación. Desempeña una gran actividad como profesor de teología, hebreo, griego, cánones y es nombrado rector del seminario. Se siente querido y valorado por todos.

En esta época la Iglesia católica está viviendo un nuevo resurgir misionero, gracias al impulso e incentivo del Papa Gregorio XVI, monje Benedictino, y Serra acaricia ese sueño.

El despertar de su vocación misionera es compartido con Rosendo Salvado, otro benedictino conocido de Santiago de Compostela y con quien son ahora hermanos de comunidad en la Cava y buenos amigos.  Atentos a la dinámica eclesial, los dos sueñan y se planean ser misioneros y su ofrecimiento incondicional es aceptado y el mismo Papa les concede audiencia de despedida. Salen para Australia donde después de largos meses de travesía llegan en enero de 1846.

En los 14 años de misionero en Australia, Monseñor Serra, nombrado Obispo de Daulia y Administrador Apostólico de Perth, muestra sus facetas de viajero, explorador, guía, acompañante y sobre todo educador y evangelizador de aborígenes. Es una etapa caracterizada por dificultades, tensiones complejas y sinsabores, pero él es creador e innovador en sus métodos misioneros y pastorales, tenaz, constante en sus empeños y un luchador idealista.

En 1859 regresa a Roma, presenta la renuncia al Obispado de Perth y se instala en Madrid en agosto de 1862. El Obispo de Daulia, es una personalidad conocida en la Corte, pues la Reina Isabel II le había premiado con la gran cruz de Isabel la Católica por su actividad misionera. Al regreso reanuda sus relaciones y actividad pastoral, intenta restaurar la Orden Benedictina, frecuenta la amistad y obra de la Vizcondesa de Jorbalán, Conferencias de San Vicente de Paúl y entre otros el Hospital de San Juan de Dios donde se produce un punto de inflexión en su vida.

Su sensibilidad social y su dinamismo, le inducen a mirar la realidad con sentido crítico, preferentemente la realidad que se da en esos lugares donde las personas no cuentan y malviven en exclusión. Es en el Hospital de San Juan de Dios donde, en su acción pastoral, escucha la realidad, el dolor y opresión de las mujeres enfermas, víctimas del fenómeno de la prostitución. Serra se conmueve, todo su ser queda afectado por esta situación, se siente obligado a hacer algo por ellas y afirma: “Si nadie me ayuda lo haré solo, con la gracia y ayuda de Dios. Si todas las puertas se les cierran, les abriré yo una donde se puedan salvar”.

Hábil para hallar recursos, conecta con instituciones, idea estrategias, recurre a influencias, apela a la Reina, denuncia y anuncia como profeta y solicita el apoyo de Antonia María de Oviedo y Schönthal, quien será la cómplice perfecta para lo que juntos descubren como el plan de Dios para sus vidas.

El 1 de junio de 1864 el Obispo de Daulia y Antonia de Oviedo abren las puertas de la primera casa en Ciempozuelos (Madrid), donde acogen a mujeres y jóvenes que desean dejar la prostitución. Juntos superan diversas pruebas y dificultades, el proyecto va creciendo progresivamente y el 2 de febrero de 1870 nace la Congregación de Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, cuyos fundadores son José María Benito Serra y Antonia M. de la Misericordia.

Su actividad pastoral se vuelca en acompañar a la naciente familia religiosa y en 1885 se retira al Desierto de las Palmas en Benicasim (Castellón) donde fallece el 8 de septiembre de 1886.

 

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