Dios y los importantes
Que un diputado de Podemos le haya dicho a un policía madrileño que se cuadre en su presencia no tiene nada de extraño en un país en el que cualquier barbero sevillano cree que merece protagonizar una ópera de Rossini. En esta nación de vanidosos lo raro es que un edil de derechas no se crea De Gaulle y uno de izquierdas Julián Besteiro, aunque el primero no sepa lo que es la quinta república y el segundo no sepa lo que es la moderación política. De manera que lo que extraña es que el parlamentario no haya exigido al agente que le otorgue rango de Felipe de Edimburgo para saludarlo con una reverencia cortesana. Para eso es una persona importante.
Además de por su vanidad, a la persona importante se le conoce por su inaccesibilidad. He intentado hace poco entrevistarme con una y no he pasado del segundo nivel, lo que no es ningún logro si se tiene en cuenta que el primer nivel era el telefonista. En España, la persona importante tiene la misma protección que el quarterback de los Yanquis, de modo que no hay manera de acercarse a ella sin que produzca una melé. Nada que ver con Dios, a quien llegas sin recomendación. Cierto que la intercesión de la Virgen es pertinente, pero eso es porque María no es una secretaria experta en excusas, sino la mujer que, en lugar de decirte que el Omnipotente está ocupado, te franquea la puerta con la sonrisa que luce desde que la visitó San Gabriel.
La persona importante a la que he intentado acceder sin éxito considera tal vez que yo no lo soy. Y no le falta razón, pero precisamente por eso debería de recibirme. Si el Papa desayuna con mendigos no es porque le sepan mejor las tostadas, sino porque encuentra en ellos el Evangelio. Es posible, con todo, que la persona importante no busque en los demás el Evangelio, así que, consciente de ello, en lugar de intentarlo de nuevo he llamado a la primera persona de la Santísima Trinidad. Se ha puesto de inmediato. Lógico: Dios nunca no le pide al querubín, el becario del arcángel, que te diga que llames más tarde porque ha salido a hacer un milagro.
Además de por su vanidad, a la persona importante se le conoce por su inaccesibilidad. He intentado hace poco entrevistarme con una y no he pasado del segundo nivel, lo que no es ningún logro si se tiene en cuenta que el primer nivel era el telefonista. En España, la persona importante tiene la misma protección que el quarterback de los Yanquis, de modo que no hay manera de acercarse a ella sin que produzca una melé. Nada que ver con Dios, a quien llegas sin recomendación. Cierto que la intercesión de la Virgen es pertinente, pero eso es porque María no es una secretaria experta en excusas, sino la mujer que, en lugar de decirte que el Omnipotente está ocupado, te franquea la puerta con la sonrisa que luce desde que la visitó San Gabriel.
La persona importante a la que he intentado acceder sin éxito considera tal vez que yo no lo soy. Y no le falta razón, pero precisamente por eso debería de recibirme. Si el Papa desayuna con mendigos no es porque le sepan mejor las tostadas, sino porque encuentra en ellos el Evangelio. Es posible, con todo, que la persona importante no busque en los demás el Evangelio, así que, consciente de ello, en lugar de intentarlo de nuevo he llamado a la primera persona de la Santísima Trinidad. Se ha puesto de inmediato. Lógico: Dios nunca no le pide al querubín, el becario del arcángel, que te diga que llames más tarde porque ha salido a hacer un milagro.
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