El dolor duele
La Semana Santa ha recuperado la tristeza de antaño.
Los muertos vivientes de las ciudades huyen hacia otros lugares y se transforman en la plaga del turismo. Una plaga perfectamente estúpida y voraz.
Las calles vacías lloran la muerte de Cristo en el silencio de una soledad gris, densa, metafísica y, por eso mismo, palpable.
El monje está sentado en el banco del parque solo. Solo el monje y solo el parque. Solos.
-Está triste, mi querido amigo -dice el monje.
-Estoy muy triste.
-Usted siempre exagera. Desde hace dos mil años nadie puede estar muy triste. Usted padece una melancolía que tiene que ver con la bioquímica cerebral y no con el alma.
-Somos unidad en cuerpo y alma, padre.
-Oh, por supuesto, joven. Pero cuerpo y alma. Y el cuerpo es un precioso compuesto químico de una maravillosa y sorprendente complejidad. En los equilibrios de sustancias, las endorfinas de usted andan revueltas y eso le produce la tristeza y le pone ante los ojos un segundo velo sobre la realidad.
-¿Segundo velo?
-Claro. El primero es muy tenue. ¿No ha leído en algunas revelaciones privadas que Jesús dice que no Le vemos por muy poco?
-Sí. En "Él y yo", por ejemplo.
-Por ejemplo. También podría citarme a las dos Teresas y a Bernardita. Bien. El problema es que huimos de la puerta que se abre porque duele. Mucho. Ya le he dicho que la llave que abre esa puerta es la Cruz. Y que la Cruz que se lleva bien no es la Cruz. La Cruz es horrible: Jesús cayó tres veces bajo el peso de la Suya -de la suya- y clamó por pasar de largo ante el Calvario. Nadie lleva bien la Cruz, que no le engañen con falsa moralina y ánimos artificiales. El dolor duele mucho. Y todos tendemos a huir del dolor, lo que lo hace aún más insoportable. Las huidas tienen formas diversas: de botella de whisky, de raya de coca, de hiperactividad, de victimismo autocompasivo, de enfermedad psicosomática, de mal café y de amargura. Añádale el insomnio y la angustia y obtendrá un cóctel, un cáliz, que nadie querrá beber.
El problema es que no se puede evitar. Ha muerto el marido, el padre, el hijo o el amigo. Ha quedado inválido fulanito y ciego menganito. Se ha ido con una jovencita el probo señor Gutiérrez, dejando mujer y diez hijos. Y al zapatero le ha dado un cáncer muy malo. Esas cosas. Esos dolores. Todo eso no es humanamente soportable porque la cuestión química que le decía al principio se resiente. Un golpe moral es también y siempre un golpe físico. Se acaba la serotonina como se acaba la insulina y usted termina con depresión o con diabetes. No es caritativo, ni compasivo, ni bueno para su prójimo -lea hijos, sobrinos, abuelos, padres, amigos- hacerse el macho o la hembra alfa: si quiere que le quiten una muela sin anestesia lo que no vale es que grite y se queje como un poseso.
-Usted es un depresivo crónico, padre.
-Pues sí, joven. Y mi amigo, el monje Tadeo es hipertenso. El monje Agustín sufre de cólicos y el padre prior es alérgico al polen, lo cual, en el campo, es un problema tremendamente molesto. Así, el monje Tadeo tiene dolores de cabeza; Agustín los padece en el vientre y nuestro prior estornuda con demasiada frecuencia. Comprenda que nada de eso afecta a su santidad. Es más, bien llevado, la puede incrementar, si me permite esta alegoría contable tan poco adecuada.
-¿Cómo?
-Ninguno de ellos huye. Tampoco sería posible viviendo en un monasterio. Ni siquiera podrían embriagarse a gusto sin llamar mucho la atención. El secreto es la aceptación de lo que sucede en la quietud y el silencio, sabiendo que es Cristo quien sufre por nosotros para que podamos mantenernos en pie. No me mire con esa cara de asco. Ha escuchado este sermón mil veces, pero nunca antes lo ha entendido y se lo voy a explicar. Mire: para Dios un día es como mil años y mil años como un día, según San Pedro. Y según San Pablo, Cristo está en agonía hasta el fin del mundo. Cristo-Dios sufrió un día como mil años, y cada día que pasa en agonía sufre como mil años y así, como Él dijo, hasta el fin del mundo. La fuerza que su alma recibe viene del mismo Cristo que se arrastró con la Cruz por Jerusalén y subió al Gólgota. Póngalo mejor en presente: Cristo se arrastra y sube.
-Por eso dicen los santos que contemplar la Pasión da fuerzas...
-Así es, joven. Da fuerzas porque usted contempla algo que está sucediendo en ese momento. La fuerza infinita del acontecimiento divino le alcanza de lleno. Pero tiene usted que mirar de verdad, sin velos ni huidas, ni de reojo, ni borracho, ni amargado.
-Imposible.
-Posible si se lanza a los pies del Cristo con llanto y súplicas. "Venid a Mí todos los que estéis cansados y agobiados y Yo os aliviaré." Y Él nos aliviará con su Presencia. Y con pastillas, y un buen psiquiatra, y reposo y distracciones sanas y el pesar aceptado y la tristeza abierta en el alma para que penetre la luz del Otro Lado. ¿Me sigue?
-No.
-Su padre murió, ¿cierto?
-Sí, padre.
-Usted no se ha estado quieto durante cuarenta años.
-Es verdad.
-Usted ahora ha aceptado la amputación -porque la muerte de un ser querido equivale a una amputación-. Y la herida, la profunda cicatriz de la herida que sangra aún hoy en los días de lluvia y de tormenta, se ha vuelto luminosa: no hago literatura. Esta herida ha traspasado su coraza de soberbia, de prejuicios, de miedo y de mentira y revela al niño que siempre ha sido -que siempre somos todos-. Este niño amputado y huérfano ha visto, a través de la ventana de la herida, que al Otro Lado está su padre, el Padre.
-Que solo quería que yo dejase de correr hacia la nada.
-No sé si hacia la nada o hacia el infierno. En cualquier caso, corría usted en sentido opuesto al del abrazo del padre. El dolor duele tanto porque "ni el ojo vió, ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman". El dolor duele tanto porque, quiera usted o no, lo ofrezca o no, redima o repare -como dicen técnicamente los religiosos-, el buen Dios une por su cuenta todo ese dolor al de su Hijo.
Algún día verá usted cuánto amor -inimaginable- ha generado toda su tristeza.
Y entonces deseará sufrir todavía más. Pero no podrá. Ya no podrá.
-¿Me tomo la fluoxetina?
-Tome su fluoxetina y las pastillas para el colesterol. Es lo mismo. Y no haga sufrir por su orgullo a todos los que le rodean. Buenas noches.
El monje se ha levantado y camina despacio hacia el olivo retorcido y agonizante. El olivo parece abrazar al monje mientras el viento agita las hojas pequeñas, plateadas bajo la luz de la farola.
El monje ha desaparecido en el árbol porque no se ha hecho su voluntad, sino la Suya.
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