Paloma
La biología establece que un día Usain Bolt le pida a su nieto que ande más despacio. Para entonces no creo que el jamaicano regrese al tartán, aunque está en su derecho. Como lo está el equipo de veteranos de la selección española de fútbol que esta semana se ha enfrentado a un combinado de jugadores asturianos en un partido televisado donde los kilos le han ganado la partida a las fintas. Ver correr a Sergi, el Gento del Barça, con trote de Platero no es recomendable, aunque sea sano. En cambio, escuchar semanalmente a Paloma Gómez Borrero en la tertulia de chicas de la cadena COPE ha sido como echarse una siesta en el campus de la Complutense después de aprobar Derecho financiero: una gozada.
Hay que agradecerle a Cristina López Schlichting, la directora del programa, que al integrarla en el grupo entendiera, no que lo viejos roqueros nunca mueren, sino que es más importante darle un consejo a Jimmy Hendrix que comprarle una guitarra. En la tertulia Paloma era la voz sensata a fuerza años y vivencias, pero no cumplía la función de señora mayor, no era la cuota de la tercera edad, no contaba batallitas. Era, más bien, la alegría del Evangelio. Por su fondo y por su forma, por lo que decía y por cómo lo decía, pues la voz, como la cara, es también el espejo del alma, y la suya tenía mucho de Laudato si, de encíclica de alabanza.
Como no soy muy de adjetivos, prefiero definir a Paloma con un sustantivo: era una fuente de pueblo. Una de esas fuentes situadas en la umbría de las que mana un agua fresca y que cuenta con un poyete para que, sentado, disfrutes de su sonido y su cadencia, de su armonía. Además de ser fuente, tenía mucho de madre común. O esa impresión daba. Era de esa clase de mujer a las que nada más conocerla te atreves a pedirle que te cosa el botón de la chaqueta porque tienes que ir presentable a una entrevista de trabajo o a una petición de mano. Y lo bueno es que estoy seguro de que ella llevaba en el bolso el hilo y el dedal.
Hay que agradecerle a Cristina López Schlichting, la directora del programa, que al integrarla en el grupo entendiera, no que lo viejos roqueros nunca mueren, sino que es más importante darle un consejo a Jimmy Hendrix que comprarle una guitarra. En la tertulia Paloma era la voz sensata a fuerza años y vivencias, pero no cumplía la función de señora mayor, no era la cuota de la tercera edad, no contaba batallitas. Era, más bien, la alegría del Evangelio. Por su fondo y por su forma, por lo que decía y por cómo lo decía, pues la voz, como la cara, es también el espejo del alma, y la suya tenía mucho de Laudato si, de encíclica de alabanza.
Como no soy muy de adjetivos, prefiero definir a Paloma con un sustantivo: era una fuente de pueblo. Una de esas fuentes situadas en la umbría de las que mana un agua fresca y que cuenta con un poyete para que, sentado, disfrutes de su sonido y su cadencia, de su armonía. Además de ser fuente, tenía mucho de madre común. O esa impresión daba. Era de esa clase de mujer a las que nada más conocerla te atreves a pedirle que te cosa el botón de la chaqueta porque tienes que ir presentable a una entrevista de trabajo o a una petición de mano. Y lo bueno es que estoy seguro de que ella llevaba en el bolso el hilo y el dedal.
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