Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Su televisión era el Sagrario

por Semblanzas sacerdotales



Ecclesia Digital

Venerable siervo de Dios, es el reconocimiento con el que ya cuenta el sacerdote Juan Sáez Hurtado. El pasado sábado, 21 de enero, el Papa Francisco aprobaba las virtudes heroicas del presbítero, primer paso del proceso de canonización. Así lo informaba la Santa Sede a través de un comunicado, tras la reunión del Pontífice y el prefecto para las Causas de los Santos, el cardenal Angelo Amato.

Este reconocimiento ha sido “una gran noticia para toda la Diócesis”, explica el Delegado Episcopal para las Causas de los Santos, Antonio García Valverde, quien asegura que han sido más 170 los testigos que han participado en la elaboración de la Positio que recoge todas las virtudes con las que el siervo de Dios Juan Sáez Hurtado había vivido. “Esto se envió a la Congregación para las Causas de los Santos, donde un grupo de teólogos lo ha estudiado, y ha elaborado un dictamen para el consejo de cardenales encargado de estas causas, que dio el visto bueno; y una vez dado el visto bueno se le pasa al Santo Padre”. Ese es el proceso que se ha seguido, tal y como lo explica García Valverde.

El reconocimiento de venerable es el título que se concede a una persona fallecida que ha vivido las virtudes de manera heroica. “El proceso ahora sigue animando a los fieles a que le pidan al Señor, por medio del venerable Juan Sáez Hurtado, cosas imposibles, milagros grandes”, puntualiza Antonio García; ya que para la beatificación es necesario un milagro a través de su intercesión. Para la declaración de santo, que es el último paso, se precisa un segundo milagro que ha de producirse tras la proclamación como beato.

“Su televisión era el Sagrario”

“Nació para ser santo y fue santo en la tierra”. Así lo describe una de los testigos que lo conocieron. El sacerdote diocesano Juan Sáez nació en Alcantarilla el 18 de diciembre de 1897 y falleció el 8 de agosto de 1982, a los 84 años de edad.

Un día después de su nacimiento fue incorporado a la Iglesia católica a través del sacramento del Bautismo. El 28 de septiembre de 1910 ingresó en el Seminario de San Fulgencio de Murcia. Doce años después, ordenado sacerdote, pasó a ser coadjutor de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Molina de Segura. El primero de más de una quincena de destinos sacerdotales por distintos lugares de la Diócesis.

El Delegado para las Causas de los Santos asegura que “el ejemplo de su vida dentro de su gran sencillez ha sido muy admirado y valorado por todas las parroquias en las que ha estado”. Aunque, según este sacerdote, en su vida destacan dos aspectos fundamentalmente: “su desprendimiento total y dedicación a los pobres, por los que daba hasta su misma ropa y su comida; y su vida de piedad de amor a la Virgen y a la Eucaristía”. Decía uno de los que han testificado para esta causa que “su televisión era el Sagrario”.

Pero son muchos los que aún le recuerdan: “Se quedaba sin comer por dar su comida al pobre”; “su vida era totalmente Jesús y los demás”; “en la consagración don Juan se transfiguraba”; “acercar las almas a Dios para él era lo natural”.

 

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