Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Oración perseverante

por Juan del Carmelo

¿Qué es la oración perseverante? Veamos.

 

Todo el que trata de buscar a Dios, de una forma más o menos profunda se ha metido en estas lides para poder  desarrollar su vida espiritual, algo ha leído y puede ser que más de una vez le haya saltado el término “Oración perseverante”, oración esta, que también se la conoce con otros términos como el de “Oración persistente”, “Oración insistente” y otros términos similares. Pero de todas formas, no hemos de confundir la oración perseverante con la llamada oración repetitiva. (Ver glosa del 26-06-09). Son dos cosas diferentes aunque a primera vista puedan parecer iguales.

 

La oración perseverante tiene su fundamento en las palabras de Nuestro Señor cuando nos dijo: “conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. (Lc 18,1). En esencia es la constancia en la oración, pues sin ella, todas nuestras buenas intenciones se convierten en losas con las que empedrar el infierno, según dice el dicho vulgar de que: el infierno está empedrado de buenas intenciones.

 

La perseverancia consiste en esencia, en volver a emprender incansablemente el camino, suceda lo que suceda, después de cualquier tormenta o de cualquier periodo de flojedad. Es una virtud profundamente humilde; porque recíprocamente la humildad es profundamente perseverante, no se desanima jamás. El orgullo es el que se desanima sólo él es el que hace fracasar a la perseverancia.

 

En el orden espiritual, perseverar significa triunfar, porque la perseverancia en la fidelidad, de querer asemejarse a Dios, es el triunfo seguro. Ya que perseverar es amar, y amar es perseverar. El que persevera ama, y el que ama persevera. Y en la oración, más vale una oración pobre pero regular y fiel, que unos momentos de oración sublimes pero eventuales. Todo el secreto del crecimiento en la oración y concretamente en la búsqueda de la oración contemplativa, se encuentra en el valor de  la perseverancia en la oración que realicemos. Si no se persevera no puede haber progreso y no ya solo en el orden espiritual, sino también en cualquier actividad humana. Somos criaturas ligadas al tiempo, Dios para que no nos apeguemos a lo que aquí tenemos, nos ha puesto el dogal del tiempo que tiene la función de hacernos ver que aquí y ahora estamos siempre de paso, y para nosotros la oración lo mismo que cualquier actividad piadosa, está ligada al tiempo, y por lo tanto a la perseverancia.

 

En el examen de la oración perseverante, hemos de distinguir, lo que es la perseverancia general en la oración, cualquiera que sea la clase de oración que realicemos, es decir, el ser perseverante en el orar; de la que podríamos llamar “oración perseverante específica”, en la que la perseverancia va dirigida dentro de un mismo tipo de oración a la obtención de Dios de un bien determinado. En el primer caso, la perseverancia hace referencia a orar siempre en términos generales, para avanzar en el camino hacia Dios. En el otro caso, más va dirigida la perseverancia a la oración concreta, para obtener un bien que se desea, sea este de carácter material o espiritual.

 

El testimonio de la bondad de la perseverancia en la oración, nos lo dejó Nuestro Señor, plasmado en el contenido de la parábola del Juez inicuo, que ante la insistencia de la viuda que le pedía justicia, terminó por dársela, para que esta, no fuese continuamente a importunarle (Lc 18,2-5).

En el Antiguo testamento y dentro de los libros poéticos y sapienciales, concretamente en el Eclesiástico, puede leerse la afirmación que tiene caracteres de recomendación, de que: “Nada te impida orar siempre”. (Ecl 18,22). En el Nuevo Testamento también tenemos las citas de San Pablo, que nos dice: "Así, pues, quiero que los hombres oren en todo lugar, levantando las manos puras, sin ira ni discusiones”. (1Tm 2,8). Y también se refiere a la oración perseverante cuando nos dice: “Orad constantemente”. (1Ts 5,17).

 

Santa Teresa de Jesús, con respecto a la perseverancia en la oración manifestaba: “El alma que persevera en la oración, la conduce Dios al puerto de salvación. En consecuencia el demonio ni siquiera intenta impedir sus ejercicios, porque sabe con seguridad que no ganará el alma que se entrega perseverantemente a la oración”.

 

En todo caso la perseverancia es una virtud imprescindible. Luis de Blosio escribía: “El que perseverare constantemente en la oración y en la mortificación de sí mismo, por muchos descuidos que tenga y por más que se distraiga, si no dejare su buen propósito, es decir, si persevera, realmente llegará a la perfección y a la unión mística; y si no lo logra en esta vida será en la muerte, y si tampoco entonces lo alcanza, sin duda lo alcanzará después de la muerte”.

 

Aquél que cada día, se esfuerza perseverando en la oración, terminará siendo consumido por el fuego del deseo del amor a Dios, que como el fuego de la zarza de Abraham, le inflamará del amor Dios y recibirá la gracia de la perfección santificante. El viejo refrán español, dice: El que la sigue la consigue.

 

Pero la perseverancia es un algo muy duro de llevar a cabo, máxime en este mundo actual que nos ha tocado vivir, en el que el cambio, la novedad, es un algo que está de moda. Todo el mundo busca los cambios, creyendo que así se le va a calmar la inquietud que le atormenta. A la perseverancia le está siempre acechándola la monotonía, el cansancio, el aburrimiento, pero sobre todo y en el orden espiritual, el hecho de no poder nunca apreciar los progresos, el no poder ver los frutos del esfuerzo de perseverar, lo cual desalienta siempre. Hasta en esto el Señor quiere que tengamos fe, en creer que si perseveramos avanzamos, aunque no veamos nunca los frutos de nuestro avance, pero podemos estar seguros que aunque no percibamos los frutos, ellos existen y están ahí, para que el día en que seamos llamados nos podamos presentar con ellos ante el Señor.

 

En el orden material, cuando uno realiza una pesada obra, se consuela mirando y apreciando los avances que realiza, aunque estos sean pequeños y ellos le animan a continuar. Pero la gran tragedia en el orden espiritual es que no apreciamos nunca lo que avanzamos y pensamos que si no hay avance, no merece la pena continuar. Esta es la trampa que nos pone el maligno que como dice San Pedro nunca descansa: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8).

 

Y es que Dios no quiere nunca, que sepamos donde nos encontramos porque es siempre mejor para nuestra humildad no saberlo, por ello no hay que inquietarse por el resultado de nuestra oración, sino tener en cuenta que la oración, cualesquiera que esta sea, buena o mala, bien construida yo mal construida, atenta o distraída, siempre nos acerca más al Señor y nos unirá más a Él. La peor oración es la que no se hace.

 

Juan Clímaco decía: No digas después de haber perseverado largo tiempo en la oración, que no has llegado a nada, porque has obtenido ya un resultado: ¿Qué bien más grande en efecto que unirse la Señor y perseverar sin descanso en esta unión con Él?

 

Por consiguiente que nadie se desanime, sino que recuerde que Dios no puede jamás ser tomado por asalto; se revela en la medida en que se lo desea y se le llama. Tomemos ejemplo de Nuestra Madre celestial que oraba como respiraba, y su vida entera era un culto dado a Dios. En una palabra oraba sin cesar, perseverantemente.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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