La comodidad que no escandalizó a San Ignacio de Loyola
La comodidad que no escandalizó a San Ignacio de Loyola
por Duc in altum!
Si hiciéramos una encuesta entre católicos, preguntando ¿qué opina la Iglesia sobre la comodidad? Un alto porcentaje arrojaría una respuesta en sentido negativo: “la rechaza…se opone...prefiere el sacrificio”, etcétera. Y, ciertamente, acomodarse en el sentido de estancarse o caer en la indiferencia hacia los que sufren, choca claramente con lo que Jesús enseñó; sin embargo, ¿qué pasa cuando la comodidad se entiende adecuadamente y lejos de ser obstáculo se vuelve medio? Pues bien, San Ignacio de Loyola, autor del libro de los Ejercicios, nos da un punto de vista particular, interesante, capaz de romper esquemas, algo que –dicho sea de paso- forma parte de lo que hacen los santos en la historia. San Ignacio, luego de su conversión, vivió de manera austera, desprendida, pero hubo un tipo de comodidad, aun en medio de sus penitencias, que tomó muy en cuenta. ¿Qué queremos decir? Cuando se refería a los ejercitantes (personas que, guiados por un director espiritual, viven los ejercicios –en este caso, ignacianos-) subrayaba la importancia de que estuvieran bien, recomendando cuidar las horas de sueño[1], el lugar, la disposición y la temperatura[2]. A simple vista, podríamos decir: “bueno, pero si hay mucho calor, se ofrece como sacrificio y ya está”. Es verdad que, en el desarrollo de la propia responsabilidad, se dan incomodidades y que, por supuesto, forman parte del proyecto de Jesús, pero tampoco se trata de buscarlas deliberadamente, al punto de que, olvidándonos de nuestros propios límites humanos, caigamos en excesos que nos impidan hacer un alto y tener un buen retiro. Santa Teresa de Ávila era muy consciente de que, a veces, quería seguir en oración, pero su cuerpo le pedía dormir o, bien, alguna contrariedad y ella, en vez de enojarse consigo misma, sabía hasta dónde y hacía de sus limitaciones una prolongación del diálogo que estaba llevando con Dios. Esto hay que tenerlo en cuenta cuando toca organizar algún espacio como pueden ser los encuentros de preparación para novios. No se trata de llevarlos a que se la pasen mal, incómodos, con demasiado frío o calor, sino que en un ambiente apropiado, distendido, puedan centrarse en el paso que están a punto de dar al casarse. De modo que las casas de retiro, si bien es cierto que no son pensadas como hoteles de lujo, sí que deben tomar nota y ofrecer instalaciones apropiadas para que la única preocupación de los huéspedes sea encontrarse con Dios, porque puede pasar que un descuido administrativo (mala comida, goteras, focos fundidos, falta de agua caliente, etc.) eche a perder el momento y si hay algo que necesita nuestro mundo es reencontrarse con la fe para afrontar los desafíos con madurez, de manera que todo espacio destinado a dicho fin debe ser cuidado y esto en ningún caso significa ostentar o malgastar.
San Juan Pablo II, por ejemplo, buscaba lo alto de las montañas, a veces, con nieve, para retirarse a leer y, a partir del paisaje, entrar en contacto con Dios. Claro que podía hacerlo en cualquier otro lado. No era una exigencia de su parte, pero si se le presentaba la oportunidad sabía aprovecharla en el buen sentido y eso no debe escandalizarnos. Al contrario, porque según San Ignacio son cosas que ayudan. Por algo San Francisco de Asís convivía tanto con la naturaleza. Cuando, por ejemplo, se eleva el avión y aparece el atardecer, ¡cómo no aprovecharlo para pensar en Dios y replantearnos algunas cosas importantes!
Por lo tanto, hay que ser austeros, desinstalarnos en favor de otros, pero recordando que también nosotros, por muy comprometidos que estemos, necesitamos de esos espacios de silencio, en un ambiente apropiado, para retomar el camino, las opciones hechas y, siguiendo a San Ignacio, cuidar que estemos en las mejores condiciones para llevarlo a cabo. No es despilfarro, sino saber trabajar la dimensión espiritual de nuestra persona que es la que proporciona equilibrio y sentido a las demás (intelectual, afectiva y corpórea). Jesús mismo les enseñaba a los discípulos ante paisajes que hablaban por sí solos. De ahí la actualidad de San Ignacio en pleno siglo XXI.
San Juan Pablo II, por ejemplo, buscaba lo alto de las montañas, a veces, con nieve, para retirarse a leer y, a partir del paisaje, entrar en contacto con Dios. Claro que podía hacerlo en cualquier otro lado. No era una exigencia de su parte, pero si se le presentaba la oportunidad sabía aprovecharla en el buen sentido y eso no debe escandalizarnos. Al contrario, porque según San Ignacio son cosas que ayudan. Por algo San Francisco de Asís convivía tanto con la naturaleza. Cuando, por ejemplo, se eleva el avión y aparece el atardecer, ¡cómo no aprovecharlo para pensar en Dios y replantearnos algunas cosas importantes!
Por lo tanto, hay que ser austeros, desinstalarnos en favor de otros, pero recordando que también nosotros, por muy comprometidos que estemos, necesitamos de esos espacios de silencio, en un ambiente apropiado, para retomar el camino, las opciones hechas y, siguiendo a San Ignacio, cuidar que estemos en las mejores condiciones para llevarlo a cabo. No es despilfarro, sino saber trabajar la dimensión espiritual de nuestra persona que es la que proporciona equilibrio y sentido a las demás (intelectual, afectiva y corpórea). Jesús mismo les enseñaba a los discípulos ante paisajes que hablaban por sí solos. De ahí la actualidad de San Ignacio en pleno siglo XXI.
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