El camión bomba

Ahora que el sector del automóvil se ha convertido en el principal proveedor de armas del fundamentalismo islámico es previsible que se active la alerta terrorista en la eurozona cada vez que un camión salga del concesionario de Iveco. El camión es hoy un tanque camuflado en cuyo salpicadero el integrista ha sustituido el letrero de Papa no corras por el de No corras, cristiano, que es peor. El integrista ha descubierto que el transporte pesado es un magnífico instrumento de destrucción masiva: es fácil de manejar en línea recta y le permite saltar antes de embestir al mercadillo navideño de turno. Además, como lo roba, no tiene siquiera que pasar la ITV.
Todo son ventajas, pues, para estos islamistas radicales que transitan por Baviera con menos limitaciones que por Bagdad a causa de la candidez teutona. La política de brazos abiertos está muy bien siempre y cuando el refugiado no utilice los suyos para hacer un puente a un camión suicida. Como eso nunca se sabe, sería bueno mejorar la vigilancia. Lo digo porque el presunto autor del atentado que ha costado la vida a una docena de alemanes tenía siete identidades distintas. Así es lógico que cunda el pánico. La matanza de Berlín aclara que el europeo es el arrendador aterrado de De repente, un extraño, en tanto que el yihadista tiene la mirada de Michael Keaton.
La sociedad alemana, además de cuestionar la eficacia de las fronteras, reprocha a la policía que no haya dado aún con el terrorista, pero cualquiera al que se le haya perdido un niño en la quinta planta de El Corte Inglés sabe lo complicado que buscar sin perder los nervios. Presionado por las críticas, el cuerpo de seguridad del Estado yerra al investigar, como esos perros que, cuando huelen el pañuelo, en lugar de seguir el rastro, tosen. Yo que el comandante de guardia empezaría a buscar por las agencias de viajes. No hay que desdeñar como pista la afición que le tiene los fundamentalistas al turismo de aventura. Al fin y al cabo, para esta gente matar es un deporte de riesgo.