Enamorarse de Dios
por Guillermo Urbizu
Es cuestión de detalles, como todo amor que se precie. De no pasar de largo cuando te cruzas con esa iglesia, ahora que recuerdo. Si de verdad te crees que ahí, en ese recinto, está Dios, ¿cómo es que te dispones a cruzar tan rápido el semáforo y piensas que luego, que otro día, que ahora no puedes? Patrañas. Poco amor es ese, muy poco. En cuanto llegues a casa haz lo que tengas que hacer y vuelve. ¿No vas a comprar el pan o unos folios? Pues aprovecha. El amor todo lo excusa, pero no hay excusa razonable para tal desplante. Dios espera. En la iglesia o en el escritorio. O en Internet. Espera tu pensamiento, aunque normalmente tenga que conformarse con tu abulia. ¿Qué decirle a Dios que ya no sepa? Eso es cierto, pero el amor son los gestos, aunque no apetezca, o caiga a desmano. ¿Qué sería de ti sin Él? ¿Qué sería de todos? Pero a Dios Le gusta sentirse querido, estar contigo como si fueras el único. ¿Qué sería de Dios sin ti? Saltando las primeras consideraciones, o las pertinentes teologías, es bonito pensarlo, considerar que sin tu amor Dios no sería el mismo. Mira, a la puerta de la iglesia está Él. Ha salido a esperarte. ¡Un pobre con la mirada en el suelo! No te conformes con una apreciación superficial y con una limosna; háblale, igual resulta que está esperando tu sonrisa, la sonrisa de alguien. Y se precipita en ti la gracia. Lo que necesitabas. Justo a tiempo. Ay, enamorarse; enamorarse de Dios es levantarse en punto y ofrecerle el corazón entero, de una pieza, aunque en cuanto llegas a la cocina ya sólo piensas en ti, o en ti, o en nada. Pero ese ofrecimiento significa todo. Es para Dios, es de Dios, y por lo tanto infinito. Tu vida ha cambiado, cambia. Puede que ni te des cuenta, tan embebido andas con el fútbol o con los euros, u otras índoles. Dios trabaja mejor por dentro, sin ruido, sin desperdiciar ni una pizca o átomo de vida. De tu vida. De mi vida. Del cansancio o de la risa. Y te habla con ternura. Te dice que eres Suyo con la primera luz del día o con las miradas de tus hijos (o sus travesuras). Y se sirve de insospechadas circunstancias para amarte, para dar por ti Su Vida. Las veces que haga falta. ¿Me amas? ¿Le amas? Y se te encoge el alma.
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