Oración corporal
por Juan del Carmelo
Hay un sinfín de definiciones acerca de lo que es la oración.
Pero aquí y a los efectos de lo que vamos a escribir, nos vamos a quedar con una amplia definición, que engloba la oración de carácter corporal, diciendo que la oración, es: “Todo aquella manifestación de nuestro ser, que podamos realizar a fin de relacionarnos con Dios”. Dentro de esta definición cabe perfectamente lo que se denomina oración corporal. La oración corporal la creamos nosotros mismos con nuestras actitudes, gestos y posturas que adoptamos, bien cuando estamos en la iglesia o privadamente cuando rezamos, cuando queremos relacionarnos con el Señor, porque ellos son manifestaciones exteriores, muchas veces inconscientes, de lo que sentimos en nuestro interior.
Las actitudes de nuestro cuerpo, los gestos, la forma de sentarnos, la de arrodillarnos, todos los movimientos de nuestro cuerpo, son controlados por nuestra mente y puede ser que este control, lo realicemos sin que seamos muy conscientes de ello o bien siendo plenamente conscientes, pero en todo caso, todo esto da un testimonio de nuestra forma de ser y de lo que pensamos. Nosotros siempre estamos dando un testimonio expresivo de nuestra actitud, sea esta de respeto, de amor, o de menosprecio. Cualquier experto en marketing político, esos profesionales que les ayudan a ganar las elecciones a los políticos, sabe perfectamente lo importante que todo esto es. Es muy importante, lo que expresamos con la postura de nuestro cuerpo y sobre todo con el movimiento de nuestras manos y los gestos de nuestra cara. Es triste que las elecciones las ganen muchas veces, no los mejor preparados y capacitados, sino los más adoctrinados por estos profesionales, que les enseñan a saber moverse en un plató, y presentarse atractivamente vestido y con un semblante agradable. Sobre todo para ellos, esto muy importante para cautivar los juicios de ellas, y si son ellas las que se presentan, para cautivar la simpatía de ellos y también las de ellas que son más críticas. Algunas veces pienso en los ángeles, que nos mirarán sorprendidos, de ver la incomprensible conducta de los seres humanos, y el valor que le damos a lo que para ellos carece de valor.
Antiguamente no existían expertos en marketing, tampoco eran necesarios por que no había votaciones, todo el mundo aceptaba a su señor natural, ya que se tenía una clara idea, de que todo el poder emana de Dios y no emanaba de la voluntad de los hombres, expresada en unas votaciones que generalmente se falsean con engaños y falsa promesas que luego no se cumplen, con lo cual hemos llegado a la absurda situación de aceptar todo esto como natural y consustancial al sistema.
Los gobernantes de otras épocas pasadas, no eran ni mejores ni peores que los que ahora tenemos, pues todos son hombres con sus deseos y ambiciones, y cuando un gobernante era injusto, y son muchos los casos que se han dado en la historia, había que aceptarlo y cumplir con sus mandatos, como ahora nos ocurre, siempre y cuando que estos no pusieran en tela de juicio el amor a Dios. Un claro ejemplo de esto, lo tenemos en los cristianos de los primeros cuatro siglos de la iglesia, que aún estando perseguidos y martirizados por el poder, respetaban a este y cumplían sus leyes. Hay que dar al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, pues el poder del Cesar como todo poder que alguien tenga o pueda tener en este mundo, siempre emana de Dios. El Señor le dijo a Pilatos: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto los que me han entregado a ti tienen mayor pecado”. (Jn 19,11).
Nuestras formas de expresión corporal, lo que constituye nuestra oración corporal, se ha degradado tremendamente, sobre todo a partir de las torcidas interpretaciones que se han realizado después del Vaticano II. Los fieles, quiero pensar que una veces por desconocimiento y otras por aquello que dice: “Donde va Vicente, a donde va la gente”, adoptan unas posturas y unas vestimentas, con las que en otras épocas, ni siquiera hubiesen podido entrar en la iglesia. Carecen de noción de lo que es verdaderamente importante y así en la misa, llegado el momento de la consagración y elevación del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor, se quedan desafiantemente de pié.
En uno de sus libros el cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, escribía: “Arrodillarse es la expresión corporal de nuestro sí a la presencia real de Jesucristo, que como Dios y hombre, en cuerpo y alma, con carne y sangre está presente en nosotros”. Hoy en día, existen seglares que a pesar de encontrarse de pie en una fila para recibir la Eucaristía, no aceptan recibirla de pie y se arrodillan en ese especial e inmenso momento en el que el Señor entra en nosotros. No se tiene noción del tributo de respeto y amor que hemos de rendir a Nuestro Señor. Recientemente he leído que el arzobispo de Bolonia, ha suprimido la comunión en la forma de entrega en la mano, dados los claros abusos que en su diócesis se han producido.
Las formas y nuestro comportamiento corporal en la iglesia, son parte de la liturgia. Jean Lafrance escribe: “La iglesia es el lugar espiritual en el que el poder de Dios, se experimenta constantemente en la oración, es el lugar donde el Espíritu se experimenta como poder, y esta sensibilidad espiritual de los fieles a la presencia y a la acción de Dios es provocada por el Espíritu”. Es obligación, nuestra depurar en la iglesia nuestras formas corporales porque ellas forman parte de nuestra relación con Dios. Orar es relacionarse con Dios y nosotros también oramos, cuando nos arrodillamos delante de un sagrario, con su luz roja encendida señal de que el Señor está ahí, esperándonos y sobre todo amándonos, que menos podemos hacer que arrodillarnos en señal de humildad, de respeto y de amor al que más nos ama.
Antiguamente, cuando en España se vivía una fe mucho más verdadera y recia, por parte de nuestros antepasados, había en las salidas de los pueblos un lugar llamado “Humilladero”, donde casi siempre había una gran cruz en piedra o en otro material o una imagen de la Virgen o de algún santo. Los labriegos que entraban y salían del pueblo para ir a sus faenas en los campos, siempre que pasaban por este lugar se humillaban arrodillándose, de aquí el nombre de “Humilladero”.
En una capilla con el Santísimo expuesto, vi a una vez a una joven monja carmelita descalza, que concluidas sus oraciones se levantó, se volvió a arrodillar, y cuando yo creía que ya se marchaba, con todo amor, se volvió al Santísimo expuesto y con una mano le lanzó un beso que previamente sus labios habían depositado en su mano. Me impresionó vivamente el gesto corporal de amor de aquella joven monja.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.