Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Momentos difíciles en la vida

por Juan del Carmelo

En los momentos difíciles de la vida, solo tenemos un punto de apoyo para no caernos y es: La confianza en el Señor.

 

¿Quién puede decir que jamás ha pasado por un momento difícil en esta vida? Nadie y si lo alguien lo afirma: ¡miente! Todos los que somos adultos, sabemos lo que son las amarguras de esta vida. Todos, también hemos probado un poco de las satisfacciones y la escasa felicidad que esta vida puede proporcionarnos. Para unos el saldo es positivo, para otros no lo es tanto. Bien es verdad, que todo va de acuerdo con el color del cristal con que se mira, pues los hay eternos optimistas para quienes la botella siempre está medio llena y los hay eternos pesimistas para quienes la botella se encuentra siempre medio vacía. Pero pertenezcamos a una u otra condición, nadie puede jactarse de no haber pasado un momento o una larga temporada, en la que los problemas, amarguras y sinsabores le ahogaban.

 

Y en relación con estas situaciones que nos ofrece la vida, tropecé el otro día entre mis papeles, con un texto del jesuita francés P. Pierre Teihard de Chardin, que posiblemente ya lo había leído antes, pero es que esa vez no me impactó y ahora sí. Así son las cosas de nuestra alma, el Espíritu Santo sopla cuando quiere y como quiere. Ahora yo le pido al Paráclito divino, que actué en ti lector, haciéndote meditar sobre el contenido de este texto. ¡Ah!, para que nadie se rasgue las vestiduras, quiero advertir, que conozco las dificultades que este jesuita tuvo al final de sus días, con la heterodoxia de algunas de sus afirmaciones, pero de un lado ello no afecta a este texto y de otro lado, hay autores tan conocidos como Orígenes y Tertuliano, que en su día también dieron síntomas desviacionistas, y no por ello hay que negarles su gran contribución a la espiritualidad católica. El texto de referencia dice así:

 

 No te inquietes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su porvenir más o menos sombrío. ¡Tú quiere solo lo que Dios quiere! Ofrécele, en medio de inquietudes y dificultades, el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo, acepta los designios de su Providencia.

Poco importa que te consideres un frustrado, si Dios te considera plenamente realizado a su gusto. Despreocúpate, confiando ciegamente en ese Dios que te quiere para Sí, y que llegará hasta ti  aunque jamás lo veas. Piensa que estás en sus manos, tanto más firmemente agarrado, cuanto más decaído y triste te encuentres. ¡Vive feliz! ¡Te lo suplico!

Que nada sea capaz de quitarte tu paz, ni la fatiga psíquica, ni tus fallos morales. Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro, una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor continuamente te dirige. Y en el fondo de tu alma, coloca, antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo aquello que te llene de la Paz de Dios. Recuerda: Que cuanto te reprime o inquieta es falso... Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida y de las promesas de Dios. Por eso, cuando te sientas apesadumbrado y triste… ¡adora y confía!”.

 

Qué verdad tan grande, en relación a las frustraciones de esta vida, la que refleja este texto. Cuantos son los seres humanos, que al llegar a la tercera edad, se sienten oprimidos por un  complejo de frustración, por no haber alcanzado en su vida las metas que en su juventud se impuso. Son la mayoría, esa mayoría que despiadadamente en las películas de corte protestantes les califican de “perdedores”. Porque en esta vida se tiene una injustificada admiración, en la que se mezcla cierta dosis de envidia, por los que se les califican de “triunfadores”. Pero la realidad final nos hará ver que el único triunfador, el que se ha realizado plenamente, es el que ha amado más, porque entonces veremos y comprenderemos, que el amor al Señor es el único barómetro para medir el triunfo en esta vida y por supuesta en la otra que nos espera.

 

Los que ahora consideramos triunfadores si no han amado, han fracasado y a sensu contrario los que consideramos fracasados si han amado han triunfado. Esta es una más de las paradojas que nos ofrece la doctrina del Señor, muy similar, por cierto con aquella otra que dice: “El que se ensalzare será humillado, y el que se humille será ensalzado”. (Mt 23, 12).  Que nadie pues, tenga complejo de haber fracasado en la vida, sea porque no ha ganado el suficiente dinero; sea porque no ha logrado alcanzar la estima social que otros tienen; sea porque sus hijos no responden a la idea que él o ella tenían de cómo deberían de ser ellos, o inclusive porque estos ni siquiera le respetan y quebrantan el cuarto mandamiento; sea porque él o ella se creen fracasados en la felicidad conyugal; sea por estas razones u otras muchas, que nadie sufra ni se considere fracasado y mucho menos se deprima, porque solo hay una cosa importante que cumplimentar en esta vida, y es el amar al Señor. Y tal como escribe Teihard de Chardin: “Poco importa que te consideres un frustrado, si Dios te considera plenamente realizado a su gusto”.  

 

Y para amar al Señor se ha de tener confianza en Él. La confianza está a caballo de la fe y de la esperanza. Solo se confía en lo que se espera. En el caso del cristiano él confía en lo que espera  como fruto de su fe. Se puede tener confianza cuando se espera con fe, pero la espera sin fe no existe. El que no cree no puede confiar en esperar lo que cree que no existe. La confianza es siempre la espera basada en la fe, es decir en la esperanza.

 

La confianza en el Señor es la base de todo. En el plano humano para vivir tranquilos todos tenemos que confiar, el que no confía en nada vive intranquilo, es imposible vivir sin un mínimo de confianza, por ello la confianza tiene sus raíces en ese deseo de seguridad que todo ser humano tiene. Todos queremos vivir seguros y ansiamos la seguridad, pero cometemos el error de creer, que esta nos la va a proporcionar el “dios dinero” y entonces locamente nos entregamos a su adoración, olvidándonos del que es el Creador de todo incluido el dinero.

 

La carmelita descalza Santa Teresa Benedicta de la Cruz, (Edih Stein), escribía: “La confianza en Dios puede llegar a ser inamovible solo si se está dispuesto a aceptar todo lo que venga de la mano del Padre. Solo Él sabe lo que nos conviene. Y si alguna vez fuese más conveniente la necesidad y la privación que una renta segura y bien dotada, o el fracaso y la humillación mejor que el honor y la fama, hay que estar también dispuesto a ello. Solo así se puede vivir tranquilo en el presente y en el futuro”.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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