Carta de un cura (26): La oración
Carta de un cura (26): La oración
El sacerdote, un hombre de oración
Una de los gestos que más me han llamado la atención ya desde el Seminario es la imagen de un sacerdote piadoso rezando. Debería ser esto lo normal, así he pensado yo siempre, pero no es raro encontrar sacerdotes atrapados por la acción pastoral, muchas veces tan intensa, que no han previsto un tiempo para orar. Los guía un celo sano por las almas, pero tienen la tentación de pensar que todo el fruto depende de ellos. Este ritmo se puede mantener durante un tiempo, pero al final agota y quema.
El Señor nos dio ejemplo de oración constante a lo largo de su vida. Sabía muy bien que lo principal es estar en contacto con el Padre Dios. Y madrugaba, y se retiraba a un lugar tranquilo, y se recogía en una profunda oración contemplativa. Los apóstoles lo veían admirados, pero ellos muchas veces se dormían. ¿No habéis podido velar con migo una hora? Les reprocha. Y Jesús dirá que hay que orar siempre y no desfallecer. Se ganan más almas en un tiempo de Sagrario que en horas de actividad, a veces alocada.
Hubo un tiempo que la oración se consideraba la actividad más indispensable del sacerdote. Ya desde el Seminario se intentaba vivir con una gran visión sobrenatural. Y llegó una época, triste época, en que se decía que lo que importaba era la acción, que la oración era lo de menos. Yo llegué a oír este planteamiento. Y no lo comprendía. Procure no seguir esta pauta. Pensé que no me llevaría a ninguna meta adecuada a mi vocación. Y seguí mi plan de oración. La acción venía después, y resultaba más gratificante, porque era una acción querida por Dios.
Esta oración me ha hecho bien:
Señor, Tú me has llamado al ministerio sacerdotal
en un momento concreto de la historia en el que,
como en los primeros tiempos apostólicos,
quieres que todos los cristianos,
y en modo especial los sacerdotes,
seamos testigos de las maravillas de Dios
y de la fuerza de tu Espíritu.
Haz que también yo sea testigo de la dignidad de la vida humana,
de la grandeza del amor
y del poder del ministerio recibido:
Todo ello con mi peculiar estilo de vida entregada a Ti
por amor, sólo por amor y por un amor más grande.
Haz que mi vida celibataria
sea la afirmación de un sí, gozoso y alegre,
que nace de la entrega a Ti
y de la dedicación total a los demás
al servicio de tu Iglesia.
Dame fuerza en mis flaquezas
y también agradecer mis victorias.
Madre, que dijiste el sí más grande y maravilloso
de todos los tiempos,
que yo sepa convertir mi vida de cada día
en fuente de generosidad y entrega,
y junto a Ti,
a los pies de las grandes cruces del mundo,
me asocie al dolor redentor de la muerte de tu Hijo
para gozar con Él del triunfo de la resurrección
para la vida eterna. Amén (https://www.aciprensa.com/recursos/oracion-del-sacerdote-806/)
La rezo y aconsejo que se rece. Es sencilla y encierra mucho espíritu sacerdotal
Juan.garciainza@gmail.com
Una de los gestos que más me han llamado la atención ya desde el Seminario es la imagen de un sacerdote piadoso rezando. Debería ser esto lo normal, así he pensado yo siempre, pero no es raro encontrar sacerdotes atrapados por la acción pastoral, muchas veces tan intensa, que no han previsto un tiempo para orar. Los guía un celo sano por las almas, pero tienen la tentación de pensar que todo el fruto depende de ellos. Este ritmo se puede mantener durante un tiempo, pero al final agota y quema.
El Señor nos dio ejemplo de oración constante a lo largo de su vida. Sabía muy bien que lo principal es estar en contacto con el Padre Dios. Y madrugaba, y se retiraba a un lugar tranquilo, y se recogía en una profunda oración contemplativa. Los apóstoles lo veían admirados, pero ellos muchas veces se dormían. ¿No habéis podido velar con migo una hora? Les reprocha. Y Jesús dirá que hay que orar siempre y no desfallecer. Se ganan más almas en un tiempo de Sagrario que en horas de actividad, a veces alocada.
Hubo un tiempo que la oración se consideraba la actividad más indispensable del sacerdote. Ya desde el Seminario se intentaba vivir con una gran visión sobrenatural. Y llegó una época, triste época, en que se decía que lo que importaba era la acción, que la oración era lo de menos. Yo llegué a oír este planteamiento. Y no lo comprendía. Procure no seguir esta pauta. Pensé que no me llevaría a ninguna meta adecuada a mi vocación. Y seguí mi plan de oración. La acción venía después, y resultaba más gratificante, porque era una acción querida por Dios.
Esta oración me ha hecho bien:
Señor, Tú me has llamado al ministerio sacerdotal
en un momento concreto de la historia en el que,
como en los primeros tiempos apostólicos,
quieres que todos los cristianos,
y en modo especial los sacerdotes,
seamos testigos de las maravillas de Dios
y de la fuerza de tu Espíritu.
Haz que también yo sea testigo de la dignidad de la vida humana,
de la grandeza del amor
y del poder del ministerio recibido:
Todo ello con mi peculiar estilo de vida entregada a Ti
por amor, sólo por amor y por un amor más grande.
Haz que mi vida celibataria
sea la afirmación de un sí, gozoso y alegre,
que nace de la entrega a Ti
y de la dedicación total a los demás
al servicio de tu Iglesia.
Dame fuerza en mis flaquezas
y también agradecer mis victorias.
Madre, que dijiste el sí más grande y maravilloso
de todos los tiempos,
que yo sepa convertir mi vida de cada día
en fuente de generosidad y entrega,
y junto a Ti,
a los pies de las grandes cruces del mundo,
me asocie al dolor redentor de la muerte de tu Hijo
para gozar con Él del triunfo de la resurrección
para la vida eterna. Amén (https://www.aciprensa.com/recursos/oracion-del-sacerdote-806/)
La rezo y aconsejo que se rece. Es sencilla y encierra mucho espíritu sacerdotal
Juan.garciainza@gmail.com
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