Domingo XXVII: Una fe que se traduzca en valor
“Los apóstoles dijeron al Señor: ‘Auméntanos la fe’. El Señor contestó: ‘Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y os obedecería’.” (Lc 17, 5-6)
Generalmente, por fe se entiende confianza y aceptación de unos misterios intelectuales que no logramos entender del todo. Eso es, ciertamente, un aspecto de la fe. Desde esta perspectiva, decimos con razón que tenemos fe, por ejemplo, en el misterio de la Santísima Trinidad o en la presencia real del Señor en la Eucaristía.
Pero tener fe no significa sólo creer en algo, sino sobre todo significa amar algo, querer algo, luchar por algo. Hay demasiados cristianos ortodoxos, incluso en esta época de crisis, que sin embargo no llevan una vida coherente con su fe y que, desde luego, no dan la cara por la misma. “Señor, ayúdame a amarte, auméntame la fuerza para que esté dispuesto a dar la vida por ti. Dame más luz para que te ame más”. Esta debería ser nuestra oración esta semana y así la fe no estará muerta, sino que se traducirá en vida. Esa es, además, el aspecto de la fe que Jesús nos invita a potenciar con este evangelio. Una fe que nos llene de valor y que nos haga capaces de afrontar las adversidades, porque estamos seguros de que el Señor está con nosotros. Porque, en definitiva, la verdadera derrota no nos la dan nuestros enemigos, sino que nos la damos nosotros cuando, por falta de fe, renunciamos a luchar por nuestros principios y según nuestros métodos. Podemos perder muchas batallas y vernos reducidos a una insignificante minoría, pero no perderemos la guerra mientras no dejemos de luchar y eso sólo ocurrirá cuando creamos que no merece la pena o que la razón y la fuerza de Dios no están de nuestra parte.