De la excepción a la regla
El Santo Padre acaba de enviar una carta a los obispos de la provincia eclesiástica de Buenos Aires, a propósito de la interpretación que éstos hacen de la “Amoris laetitia”. Para dichos obispos, cuando la nulidad matrimonial no se ha podido conseguir y no se puede vivir en castidad dentro del matrimonio, si se ve que, en un caso concreto, hay limitaciones que atenúen la responsabilidad y la culpabilidad, particularmente cuando una persona considere que caería en una ulterior falta dañando a los hijos de la nueva unión, Amoris laetitia abre la posibilidad del acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. En su carta, el Papa Francisco afirma que “el escrito es muy bueno y explicita cabalmente el capítulo VIII de Amoris laetitia. No hay otras interpretaciones”, concluye diciendo, excluyendo así cualquier otro tipo de lectura de la exhortación apostólica publicada por él mismo.
Quiero recordar algo que escribí inmediatamente después de publicada la “Amoris laetitia”, en pleno fragor de interpretaciones diferentes e incluso opuestas. “Aunque haya frases o artículos del documento que puedan ser interpretados en una clave rupturista con el magisterio precedente de la Iglesia, no creo que sea honesto afirmar eso. El Papa busca abrir las puertas de la Iglesia al máximo e intenta compadecerse del que está sufriendo, porque eso es lo que haría el Señor. Eso no significa que renuncie a la proclamación y defensa de las leyes morales o que, por la vía de las excepciones, éstas vayan a ser dinamitadas. Se busca un equilibrio entre ley y circunstancia personal. Eso se hace a través del discernimiento que es, por otro lado, lo que se ha hecho siempre”, escribí en ese momento. Esto me valió, por cierto, durísimas acusaciones de algunos sectores de la Iglesia, para los cuales yo me había convertido en un traidor al Evangelio.
Vuelvo a repetir que el Papa en su exhortación, tal y como ahora expresa él mismo en la carta dirigida a los obispos de Buenos Aires, hace una llamada al discernimiento caso por caso, lo cual excluye leyes generales permisivas -como dice el documento- y por lo tanto se podría aplicar en contadas situaciones. Ese discernimiento tiene en cuenta las circunstancias, pero esto forma parte de la más clásica moral católica: ¿Comete pecado una mujer violada, aunque sepa que la violación es pecado? No, evidentemente, porque le falta libertad. Cuando no hay libertad, la responsabilidad se atenúa e incluso desaparece. A esto es a lo que se refiere el Santo Padre. No está diciendo que el mal es bien, pues no puede hacerlo, sino que en circunstancias muy concretas, la persona que comete un mal objetivo podría no estar cometiendo un pecado. Repito, esto es doctrina moral católica clásica.
Ahora bien, a nadie se le escapa el peligro de hacer esto público, por la generalización y la banalización que muy probablemente va a conllevar. El problema no es que, en un caso concreto, por ejemplo el de una mujer casada y con hijos de su nueva pareja, que quisiera la nulidad y no la ha podido conseguir, que desearía vivir en castidad y no puede porque si lo hace su marido se divorcia de ella, y sus hijos y ella misma quedarían en una situación muy precaria, esa mujer quizá no esté en pecado mortal y por lo tanto pueda confesar y comulgar. Ese no es el problema. El problema es que probablemente en la mayor parte de los casos, a partir de ahora, ni se va a consultar al sacerdote, ni se va a hacer un esfuerzo por conseguir la nulidad; cada uno, directamente, va a considerar que en su caso sí puede comulgar y lo va a hacer. Más aún, la permisividad posiblemente no se va a limitar a los divorciados vueltos a casar, sino a cualquier otro tipo de pecado. Como ya se puso de manifiesto por parte de muchos obispos y teólogos en el debate previo a la publicación de la “Amoris laetitia”, ¿por qué limitar la aceptación de las situaciones personales como eximentes de culpa a los divorciados vueltos a casar? ¿por qué no se puede aplicar ese criterio a las parejas que conviven sin casarse, o a los que tienen sexo esporádico sin convivir, o a las uniones homosexuales? E incluso, ¿por qué limitar la moral de
situación -que es como se llamó clásicamente a esta interpretación de la ley objetiva- a los temas relacionados con el sexo y no ampliarlos al resto de los mandamientos?
Pocos pusimos en duda que las excepciones cabían, como siempre, en la aplicación de la ley, previo discernimiento y con la mayor honestidad. Pero muchos advertimos entonces y yo vuelvo a advertirlo ahora, que el riesgo es enorme y que podemos estar ante el principio del fin no sólo de la moral sexual católica, sino de toda su ética. Se van a transformar en reglas las excepciones y esto va a ocurrir de forma rapidísima, debido a cómo está la situación moral del entorno en que vivimos, absolutamente permisiva. Por la vía de la misericordia aplicada a las excepciones, puede entrar de forma imperante y obligada el relativismo, que pronto derivará en dictadura. Nos advirtió sobre ello el Papa Benedicto y no creo que ese sea el deseo del Papa Francisco. Tampoco creo que los que advierten de este gravísimo riesgo merezcan ser insultados ni llamados fariseos e hipócritas carentes de misericordia, precisamente por aquellos que siempre han hecho lo que han querido, sin respetar las enseñanzas de los Papas, y ahora se han convertido no sólo en papistas, sino en más papistas que el Papa.