Sábado, 23 de noviembre de 2024

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¿Qué se han creído los políticos?

por Juan García Inza

Estamos asistiendo desde hace una temporada a un espectáculo bochornoso por parte de algunos políticos. No distingo, en este sentido, a la izquierda de la derecha. Estos señores se desviven por conseguir nuestros votos para encaramarse en los puestos de poder. Y desde esos mismos puestos, una vez conseguidos, se consideran los dueños y señores del mundo. Les damos los votos y después  les llenamos el bolsillo. Y muchos de ellos, sin escrúpulo alguno, todavía les parecen poco. Y con una avaricia enfermiza, buscan medrar más que servir.

 

            Es verdad que no son todos, pero una manzana podrida daña a la vista y tiende a contagiar al resto de su propia miseria. No concibo que, con la que está cayendo en el terreno económico, en donde familias enteras sufren la pobreza y el hambre, los que deben trabajar para mejorar la sociedad, se dedican a amasar dinero para ellos, despilfarrar en lujos suntuosos, fiestas ofensivas, francachelas inmorales, opulencia indecente… ¿Cómo se le va a pedir al pueblo que haga el sacrificio de aguantar la marea de la crisis sin rechistar, remando contra corriente,  mientras unos y otros, sindicatos y partidos, navegan en camarote de lujo?  Es una bofetada descarada para el pueblo que, en silencio, está tragándose su propio dolor.

 

            La prensa de estos días da miedo. Los comentarios de unos y otros  son duros. Pero siguen naciendo, no brotes verdes, sino verdaderos cardos espinosos que se te clavan en el alma y te hacen sangrar en tus sentimientos y valores. Titulaba hace unos días el comentarista político Ignacio Camacho en ABC su columna algo así como la trincacracia. Y hablaba con dureza y precisión del cariz tan injusto que estaba tomando nuestra democracia. Cada uno trinca lo que puede. Y un pueblo no puede tragarse este sapo sin que se le indigeste.

 

            Hay que buscar el bien común, el bien de todos. Según Robert Spaemann, “El bienestar de los estados industriales modernos descansa, por así decirlo, en la irrupción del propio interés. Sin embargo, resulta también meridianamente claro que el interés personal deviene contraproducente si se trasforma en el único principio social dominante. Si se basa en ese principio -¿qué obtengo yo de esto?- entonces se pierde la relación entre padres e hijos, o de los hijos con los padres, o la relación entre maestros y discípulos, o con los socialmente más débiles, o incluso la relación entre amigos, colegas y vecinos” (Robert Spaemann, Etica, política y cristianismo, Ed. Palabra, pág. 64).

 

            Pues esta es la cuestión: cuando el político solo busca medrar, se pierde así mismo y  malogra el clima social. Se pierde de vista la dignidad de la persona, y entonces todo vale.

 

Juan García Inza


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