Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Imitación de Cristo

por Juan del Carmelo

Nuestro Señor nos dejo dicho: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48).

 

Y el cumplimiento de este mandato divino, tiene una íntima relación con el amor, lo cual es de pura lógica, si pensamos que Dios, tal como nos dice reiteradamente San Juan, es Amor y solo amor. La perfección solo la alcanzaremos dentro del amor. Nosotros somos más perfectos, cuanto más amamos, tal como escribe el Abad benedictino Benedikt Baur, porque cuanto más amamos más nos asemejamos al Señor. No es pues más perfecto el que se comporta de un modo más irreprochable, o el que tiene en su haber más actividad pastoral, sino aquel que más ama. Porque más seremos juzgados por nuestro amor que por nuestra irreprochable conducta. Bien están las obras de caridad y la actividad pastoral, pero todo ello siempre en función del amor a Dios. Amar a dios es lo primero de todo. No olvidemos que fue María la que escogió la mejor parte y no Marta con su actividad. Para San Agustín, cuando Marta estaba en camino, su hermana María ya había llegado por que contemplaba arrobada al Señor.

 

Si amamos imitamos, porque la imitación es el mayor fruto del amor. El que ama imita, porque el amor siempre semeja a los amantes, de aquí el viejo refrán que dice: Dos que duermen en un colchón se vuelven de la misma opinión. El ansia de amor, genera siempre un ansia de imitación, una ansia de integración del Amado con su amor, así en el matrimonio, nos dice el Señor “Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió que no lo separe el hombre”. (Mt 19,5-6). El ansia de amor de Cristo hacia nosotros es la base de la transformación del pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, para ser consumidos por aquellos que quieran ser elegidos del Señor. De tal forma nos amó Jesús, que decidió quedarse con nosotros aquí abajo, para amar más al que más le amase, porque el amor además de generar deseos de asemejarse, también genera en los amante reciprocidad, de tal forma que Él, como nosotros nos pasa, siempre se quiere más al que más nos quiere. 

 

La Eucaristía es una prueba palpable del tremendo amor que Dios nos tiene, Él desea integrase en nuestro ser y por ello nos permite, que le recibamos en cuerpo y alma, tomando su propio cuerpo y sangre, para fundirnos en el amor con Él, es por ello que nosotros tenemos que estar limpios de toda mancha para recibir la Eucaristía. Comenten sacrilegio, todas aquellas personas, que viviendo en público o privado pecado mortal, tomen la Eucaristía. Con respecto a esta cuestión una persona, trató una vez de objetarme que se dan casos de excepción, incluso me mencionó la opinión de un determinado clérigo, en relación al día de la boda de una hija, en la que su padre y padrino vivía en claro y publico concubinato con otra señora. Se me aducía que había que evitar el escándalo de que el padrino de la boda no comulgase. No sé si algún clérigo, ha llegado a decir que están justificadas excepciones en este tema, lo dudo, pero si así fuese, para mí que también este clérigo cometería sacrilegio. Nada absolutamente nada justifica o excepciona, el sacrilegio de comulgar sin estar en estado de gracia.

 

Pero volviendo al tema, San Juan de la Cruz, decía en su Cántico espiritual: “Hasta que los amantes no se funden en la unidad y se transfigura el uno en el otro, el amor no es perfecto”. Porque un ser humano, es más perfecto cuando más se funde con la divinidad que es la Suma perfección y para que se realice esta fusión se ha de amar, se ha de amar desesperada, locamente tal como Cristo nos amó y nos sigue amando. Hemos de alcanzar esta perfección, por el camino que pasa, por la “Imitación de Cristo”.

 

Y hemos de seguirlo e imitarlo hasta poder llegar a decir tal como dijo San Pablo: "… y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (Gal 2,20). Porque tal como escribía Jean Lafrance: “La verdadera identificación con Cristo es interior, es decir, se sitúa más allá de la vida moral, de la conciencia, de los sentimientos y de las facultades de conocimiento y voluntad. Es ante todo la invasión de nuestro ser por la persona de Cristo”.

 

San Agustín, nos dice que: “Toda la vida sobrenatural consiste para nosotros, en convertirnos en Cristos…”, y Juan Pablo II, en su libro “Orar. Su pensamiento espiritual”, escribía: “Recordad siempre que Cristo es el Hombre nuevo; sólo a imitación suya pueden surgir los hombres nuevos. Él es la piedra fundamental para construir un mundo nuevo. Solamente en Él encontraremos la verdad total sobre el hombre, que se hará libre interna y externamente en una comunidad libre”.

 

En la medida que crecemos en la semejanza con Cristo por razón del amor, vamos siendo más capaces como Él, de tomar sobre nosotros las penas del prójimo, sin autosatisfacción ni paternalismo, sino con una fortaleza que quite de hecho la carga de sus hombros y les ayude a llevarla. Nos identificamos más con todo lo que Él amó y ama, es decir con nuestro prójimo, al que siempre amaremos solo en función del Amor supremo al que queremos imitar, y no por absurdas razones humanitarias, porque somos cristianos y no somos filántropos. La filantropía es una demostración de amor exclusivamente por razones humanitarias, solo por amor al prójimo, marginando a Dios como creador de ese prójimo. Tengamos presente los católicos, que tradicionalmente siempre han sido muy fuertes lo lazos de la filantropía y la masonería.

 

Imitar a Cristo, escribe Nouwen, significa hacerse igual a Él. Con Él estamos clavados en la cruz, con Él yacemos en el sepulcro, con Él resucitaremos. La imitación de Cristo nos lleva a convertirnos en Cristo, nos lleva a un nuevo ámbito de existencia. Nos introduce en el Reino que nos espera, donde las viejas distinciones entre dichas y desdichas, entre éxito y fracaso, entre bienaventuranza y condenación, entre salud y enfermedad, entre vida y muerte… ya no tienen sentido. Allí ya no perteneceremos a un mundo empeñado en dividir, juzgar, separar y valorar. Allí perteneceremos plenamente a Cristo y Cristo nos pertenecerá a nosotros, y tanto Él como nosotros perteneceremos a Dios.

 

Bueno es por lo tanto, que si lo que nos espera en nuestra eterna felicidad, es ser perfectos imitadores de Cristo, nos vayamos aquí ya ensayando en lo que será nuestra futura vida. Cuanto más ensayemos aquí abajo, cuanto más imitemos a Cristo, cuanto más le amemos, con mejor nota superaremos la prueba de amor por la que ahora estamos pendientes de pasar de pasar con brillantez.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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