Jesús Martín Mendieta
(José Moreno Losada).- Acaba de morir Jesús Martín Mendieta, un sacerdote nacido en el mundo obrero y dedicado en alma vida y corazón al mismo. Ha fallecido en la residencia sacerdotal de la diócesis de Bilbao, donde fueron sus comienzos y desde donde evangelizó en Galicia, Andalucía y Extremadura, siendo el cura de la UVA durante decenios.
Incansable apóstol del mundo obrero y de las barriadas pobres. Traigo a colación esta reflexión que elaboré para un material del apostolado seglar, sobre el ministerio sacerdotal y el laicado.
Hecho de vida
Suelo ir a una peluquería del barrio en el que vivo y el barbero, Paco, siempre habla de lo que sabe que interesa a sus clientes. A mí me habla del barrio, de la parroquia, de los sacerdotes, porque sabe dónde me muevo.
Recuerdo que un día me comentaba el homenaje que el barrio, en el que vive gente pobre y muy sencilla, había organizado a un sacerdote que se había significado en su labor social y había muerto; yo le comenté que ese año don Jesús Martín, el cura de la «UVA», cumplía sus cincuenta años de sacerdocio, pero él me contestó que a don Jesús no le hacían homenaje porque era uno más del barrio. Me callé y muchas veces me sirve de oración en mi vida sacerdotal esta afirmación.
Es cierto, Jesús Martín es uno más del barrio, ahora tiene ochenta y siete años y vive en una residencia para sacerdotes, pero todos los días se pone en marcha en el bus urbano y se dirige a su barrio con su gente, y allí sigue celebrando la Eucaristía con el nuevo párroco.
Los conoce a todos, se sabe el nombre de los que conducen autobuses, de las mujeres que salen a diario a realizar limpieza en el centro de la ciudad, te dice el nombre y el número de todos los que están en la cárcel y que son de su parroquia, la cantidad de analfabetos, de parados...; a los niños, que él mismo ha bautizado, les da caramelos, y continuamente va cargado con la edición del TÚ, hoja mensual de la HOAC, que en ocasiones él lee a los que no saben hacerlo.
Ha celebrado la vida, la muerte y los sufrimientos de todos ellos y ha deseado transmitir la fe y la esperanza, les ha entregado la Palabra de vida en las catequesis y grupos de vida y les ha perdonado en nombre del Padre.
Vivió su infancia en el País Vasco, pudo ser un bandido, dice él, pero se dejó tocar por el Dios de la vida y siempre ha estado al lado de los obreros y ha buscado anunciarles y vivir con ellos el Evangelio, en su tierra, en Sevilla, en Ferrol y, por último, en la ciudad de Badajoz, en esta parroquia pobre y humilde de un barrio marginal de la ciudad.
Un consiliario apóstol de la HOAC, un sacerdote de cuerpo entero entregado con radicalidad allí donde la Iglesia lo ha llamado a trabajar por el reino entre los últimos; lo que más le satisface y le alimenta actualmente es hacer la voluntad del Padre, sin importarle mucho los resultados, y siempre se despide con su «hasta mañana en el altar».
El presbítero: ministerio que sirve y acompaña en nombre de Jesús
El barbero me contestó que a don Jesús no le hacían homenaje porque era «uno más del barrio».
Palabras sencillas que nos hablan de la Iglesia como sacramento de unidad en medio de los hombres. Así es Dios, que en Jesucristo se hace compañero de la humanidad entrando más dentro de ella que ella misma (Flp 2, 611).
Los presbíteros, por tanto, deben presidir de forma que, buscando, no sus intereses, sino los de Jesucristo, trabajen juntamente con los fieles seglares y se porten entre ellos a imitación del Maestro, que entre los hombres «no vino a ser servido, sino a servir, y dar su vida en redención de muchos» (Mt 20, 28) (PO 9).
Mirando a Cristo
«Al cura Jesús lo que más le satisface y le alimenta actualmente -como siempre- es hacer la voluntad del Padre, sin importarle mucho los resultados, y siempre se despide con su "hasta mañana en el altar"».
Esta actitud del presbítero, de obediencia al Padre, sólo es sostenible fundamentándose en Cristo; si toda la comunidad ha de mirar a Cristo para ser signo y señal de su resurrección, los presbíteros dentro de ella «conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la entrega de sí mismos por el rebaño que se les ha confiado».
En este sentido el presbítero mirando a Cristo sabe que:
Es un hombre para los demás. Sus experiencias más profundas han de ser siempre accesibles a todos: «Los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1ss.).
Habla de Dios con las experiencias de todos sus hermanos que él hace suyas; incluso las más banales. Todo ello sin buscar gloria propia.
Su pasión es hacer la voluntad del Padre, que no quiere que nadie se pierda: pobres, ignorantes, pecadores...
Toda su actividad termina en el Padre. Los dones recibidos por el Padre han sido dados en hechos y palabras de salvación, y, ahora, enriquecidos por la acogida de los hombres, retornan al origen con ofrendas de alabanza.
Cristo es el único «Mediador» (1 Tm 2, 5) y el sacerdote ha de ser un intermediario para disponer los espíritus para ese gran acto de fe en la paternidad de Dios.
El presbítero en la comunidad eclesial
«Ha celebrado la vida, la muerte y los sufrimientos de todos ellos y ha deseado transmitir la fe y la esperanza, les ha entregado la Palabra de vida en las catequesis y grupos de vida y les ha perdonado en nombre del Padre...».
La identidad del presbítero como la de la comunidad eclesial es la de la «Comunión y Misión». El presbítero es testigo con la comunidad y en medio de ella y se siente llamado a que se realicen las claves fundamentales de la comunión (Hch 4, 32):
Todo lo tenían en común.
Tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
Al servicio del Reino: incorporando a los pequeños y a los pobres en la comunidad.
La misión, del mismo modo, es de la comunidad eclesial, y ahí tiene su especificidad el ministerio pastoral:
Salir a los caminos con las «palabras y los signos» de Jesús para anunciar la salvación en su persona.
La Palabra: leyendo creyentemente la vida y los acontecimientos de la historia humana.
Los sacramentos: celebrando la vida y las señales de la resurrección.
Bautizando en su nombre a los que se conviertan (Mt 28, 19).
«Haciendo esto en memoria suya» (cf. Lc 22, 19).
Para caminar y vivir unidos
El presbítero, discípulo del Resucitado «con» y «en medio» de la comunidad, para que él siga acompañando de modo encarnado a las personas de nuestro tiempo.
«Un presbítero diocesano, un consiliario de Acción Católica, un apóstol de la HOAC, un sacerdote de cuerpo entero entregado con radicalidad allí donde la Iglesia lo ha llamado a trabajar por el Reino entre los últimos».
La misión y la vivencia de la comunión no es fácil para nadie, todos necesitamos de todos para que se pueda realizar. Los presbíteros necesitan claramente de la ayuda de la comunidad a la que sirven para ser fieles a la misma, y esta también necesita presbíteros auténticos y originales que la ayuden a construirse en la unidad
El Concilio lo expresa con mucha claridad: «Este Sagrado Concilio, aun teniendo presente los gozos de la vida sacerdotal, no puede olvidar las dificultades en que se ven los presbíteros en las actuales circunstancias de la vida de hoy. Sabe también cuánto se transforman las condiciones económicas y sociales e incluso las costumbres humanas, y cuánto se muda el orden de valores en el aprecio de los hombres; por lo cual los ministros de la Iglesia, e incluso muchas veces los fieles cristianos, se sienten en este mundo como ajenos a él, buscando angustiosamente los medios idóneos y las palabras para poder comunicar con él. Porque los nuevos impedimentos que obstaculizan la fe, la aparente esterilidad del trabajo realizado, y la acerba soledad que sienten pueden ponerles en peligro de que decaigan sus ánimos» (PO 22).