Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Llenos de miseria

por Juan del Carmelo

Nos creemos buenos y sin embargo, no somos conscientes de que nuestra alma, esta plena de miserias.

 

Cuenta el Santo Cura de Ars, que una vez le recomendó a una penitente en el confesionario, que no le pidiese a Dios que le mostrase cuáles eran sus miserias, a fin de poder tratar de corregirlas y este le dijo: No lo haga hija mía, yo personalmente una vez lo hice, y el Señor accedió a mis deseos: “Si Dios no me hubiese sostenido hubiera caído al instante en la desesperación. (…) Quede tan espantado al conocer mis miserias, aquel día, que enseguida pedí la gracia de olvidarme de ellas. Dios me escucho, pero me dejo la suficiente luz sobre mi nada, para que entienda que no soy capaz de cosa alguna”.

 

Pensamos, o al menos piensan los que tratan de vivir en gracia de Dios, pues el resto ni se plantea pensamiento alguno sobre esta materia. Pensamos repito, y nos decimos a nosotros mismos: Yo verdaderamente soy bueno; no mato; no robo; no trato de quedarme con lo que es de otro; no deseo la mujer del prójimo ni engaño a la propia o al propio marido; voy a misa todos los domingos y fiestas de guardar y tomo la eucaristía en la misa, incluso si puedo entre semanas me acerco a la iglesia y oigo alguna que otra misa o hago alguna visita al Santísimo; mis hijos los envío a un colegio religioso donde se encargan de educarlos y nosotros, mi mujer y yo, tratamos de darles ejemplo de vida ordenada y querida por Dios. ¿Qué más se me puede pedir? Pues se te puede pedir más y mucho más, si es que deseas encontrarte entre los elegidos del Señor

 

Te crees bueno, y desde luego viendo como está el patio, eres un santo. Pero yo diría, que somos todos unos modernos santos fariseos. Nos creemos buenos, porque subidos en el pedestal de soberbia que nos hemos creado personalmente cada uno de nosotros, miramos a nuestro alrededor y nos creemos que hacemos lo suficiente o inclusive más de lo suficiente. Y no digamos  de qué forma nos auto justificamos si la mirada es hacia abajo.

 

Si leemos los Evangelios en el pasaje de la oración del fariseo, veremos qué: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás  hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias”  En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”. (Lc 18,914).

 

A esta vida hemos venido para purificarnos, venciendo nuestra concupiscencia y las tentaciones a las que el maligno nos incita, utilizando la gracia divina. Estamos obligados a tratar de ser perfecto, tal como el Señor nos dijo: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). Y para alcanzar la perfección, es necesario limpiarnos hasta donde sea posible de nuestras miserias y estar constantemente en lucha ascética, porque en el desarrollo de la vida espiritual, no puede uno nunca descansar y el que no avanza retrocede.

 

Y… ¿Cuáles son nuestras miserias? Alguien dijo que: “No hay mayor miseria, que ser miserable y ni siquiera sospecharlo”. Quizás esta sea nuestra mayor miseria. “Todas tus miserias -escribe Jean Lafrance- vienen del choque de tus puntos de vista personales, cortos y limitados, y la voluntad de Dios amplia y espaciosa. Quieres realizarte según un plan que has concebido en tu pequeño taller de perfeccionamiento y Dios tiene para Ti un designio de amor mucho mejor. Abandona tus pretensiones de querer construirte y deja hacer a Dios, aunque no comprendas su plan…. Al final de tu vida te maravillarás del proyecto de amor de Dios para contigo”.

 

El descubrimiento de nuestras miserias, es empezar a darnos cuenta de que no somos nada de la nada, nada representamos ni somos, y esto, está íntimamente relacionado con nuestro grado de humildad. “Si llegas a ser lo bastante humilde, -escribe Slawomir Biela- Dios descubrirá ante Ti toda tu pecaminosidad, te mostrará que eres peor que otros pecadores, aún peor que los más grandes, a quienes antes despreciabas. Te permitirá descubrir el fondo más horroroso de tu miseria. Cuando Dios permite que caigas, Él siempre quiere que crezcas en humildad y que descubras que Él se inclina con amor sobre la miseria más profunda. Precisamente así te prepara para el último momento de tu vida, para esa última prueba que finalmente te llegará algún día”.

 

En el Kempis, se puede leer: “Cuanto más espiritual  aspira a ser el hombre, tanto más amarga se le hace la vida presente, porque intuye mejor y capta más claramente las deficiencias de la corrupción humana”, y también las de su propia miseria. Los santos, en la medida en que se van uniendo a Dios, descubren en sí mismos la espantosa imagen de su miseria, descubren que en esencia no son “nada”. Pero en esta situación no debemos de tratar de apoyarnos en lo humano, ya que de los síntomas de la miseria humana, es precisamente la búsqueda de apoyos ilusorios, y la huída de Dios, el único y verdadero apoyo con el que podemos contar.

 

El que se toma un poco en serio el sermón de la Montaña, el que acepta el consejo del Señor, de renunciar uno a sí mismo y llevar su cruz: "Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallara”. (Mt 16,24-25). Este más tarde o temprano descubrirá su impotencia para amar al Señor con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. Este descubrimiento es fruto del don de ciencia que no solo nos hace comprender la santidad de Dios, sino también la pobreza de la criatura que se recibe a si misma de Dios en cada momento. Solo cuando descubras que eres como un mendigo lleno de harapos, a quien Dios en su misericordia desea redimir, comprenderás que nada se te debe y que nada mereces. Entonces acogerás cada migaja de la misericordia de Dios como una gracia extraordinaria e inmerecida, que te ayudarán a limpiarte de tus miserias.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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