Domingo XI: Ama y serás perdonado
“Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona poco ama.” (Lc 7, 47)
La maravillosa escena de la pecadora que perfuma los pies del Maestro es de un gran consuelo para nosotros. También nosotros somos pecadores y también podemos aspirar a escuchar de Jesús esas esperanzadoras palabras: “mucho se te ha perdonado, porque mucho has amado”. Se trata de amar para ser perdonado. Se trata de no pecar, por supuesto, pero también de tener las manos llenas de obras buenas y el corazón rebosante de gratitud hacia alguien que, sin merecerlo, nos quiere, nos perdona, no nos abandona.
El problema hoy en día está, sin embargo, en una condición previa que puede hacer inútil el regalo del perdón: los pecadores no son conscientes de que lo son y si alguien se atreve a decirles que lo que hacen está mal, se indignan y atacan al que les corrige. Si esto hubiera sido así entonces, habríamos visto a la pecadora levantarse airada y decirle a Jesús que Él no tenía nada de que perdonarla, porque ella no había hecho nada malo. El agradecimiento por el perdón, el agradecimiento por la misericordia divina, ya no se producen y no porque no se crea en esa misericordia, sino porque no se cree que se necesite, ya que no hay nada que perdonar porque no se ha hecho nada malo. Por lo mismo, la búsqueda del perdón ya no sirve de estímulo para hacer el bien, a fin de conseguir que el Señor te dé lo que necesitas (“mucho se le ha perdonado porque mucho ha amado”). No tengo que conseguir de Dios nada porque no necesito de Él nada; o, en todo caso, no necesito que me perdone porque no he pecado. Si fuera verdad, sería estupendo, pero no es así: somos pecadores y lo mejor que podemos hacer es reconocerlo.