Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Modelo de párroco

por Semblanzas sacerdotales

ROMA, 11 Jun. 16 / 09:25 am (ACI).- El Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, ha beatificado hoy en Italia a Don Giacomo Abbondo, de la región italiano de Campagna y al que se le conoce como un auténtico “enamorado de Dios”.

La ceremonia se realizó en la mañana del sábado en la Catedral de Vercelli, donde el nuevo beato vivió gran parte de su vida.

“Don Giacomo nos exhorta a imitar a San Pablo cuando decía: ‘No es para mí un orgullo predicar el Evangelio, sino un deber. ¡Ay de mí si no predicase el Evangelio’. Y también. ‘Me hice débil con los débiles para ganar a los débiles; me hice todo a todos, para salvar a toda costa a todos. Todo lo hago por el Evangelio, para ser participe con ellos’”, dijo en la homilía el Cardenal Amato.

El sacerdote nació en Salomino en 1720 y durante toda su vida se dedicó a los más pobres y necesitados. El ya beato frecuentó las escuelas de Tronzano y después las escuelas superiores en Vercelli. Sintiéndose llamado al sacerdocio, estudió en el seminario de la misma localidad.

Durante esos años, fue preceptor en la familia del conde Agostino Benedetto Cusani di Sagliano, alcalde de Vercelli, que tenía siete hijos de edad comprendida entre los 2 y los 18 años.

Giacomo recibió al final la ordenación presbiteral el 21 de marzo de 1744 y se licenció en Letras el 31 de octubre de 1748 por la universidad de Turín. Después fue nombrado profesor titular de Humanidades en las Regias Escuelas de Vercelli.

Don Giacomo también desempeñó su ministerio en la parroquia de San Miguel donde fue párroco. El 3 de julio de 1757 inició de esta manera su ministerio pastoral.

Convencido de su sacerdocio como servicio y siempre disponible ante las necesidades de sus parroquianos, buscó ayudarlos a redescubrir la belleza y la bondad de Dios, la posibilidad de conocerlo, de orarlo, de encontrarlo habitualmente en su Palabra y en los Sacramentos.

El beato visitaba con asiduidad a sus parroquianos, también a aquellos que vivían en las granjas y en las partes más alejadas del centro de la ciudad, y para todos se reveló como un buen padre y un educador paciente, según se desprende de sus biografías oficiales.

El sacerdote murió el 9 de febrero de 1788, dejando en la gente un recuerdo imborrable que permanece aún hasta nuestros días.

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