Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Inmortalidad y eternidad

por Juan del Carmelo

Una cosa es la inmortalidad y otra distinta la eternidad. Es eterno lo que no tiene comienzo ni fin; es inmortal lo que tiene comienzo pero no tiene fin. La inmortalidad se desarrolla dentro de la eternidad, pero tiene un punto de partida, la eternidad carece de él. Solo Dios es eterno;  los ángeles son inmortales, nosotros seremos inmortales, actualmente solo nuestra alma es inmortal, después de la resurrección de la carne, lo seremos también en nuestros cuerpos. Pero ni los ángeles ni nosotros jamás adquiriremos la categoría de eternos, solo participaremos de la eternidad que es a Dios a quién le corresponde, porque todos hemos sido creados, solo Dios es un Ser increado.

 

Dios es el Todo y nosotros aunque, nos encontremos ya santificados, con respecto a Él, seguiremos siendo la nada. Lo eterno, el adjetivo eterno solo le corresponde a Dios. Él, y solo Él es eterno, porque la eternidad, no precisa de comienzo, no tiene principio ni nunca tendrá fin. Es Dios.

 

La inmortalidad, es una generosa concesión de Dios, a las criaturas que Él mismo ha creado. Lo creado tiene un comienzo, lo increado no, y solo Dios es increado. Tanto los ángeles como nosotros hemos sido criaturas creadas, y como tales no pertenecemos ni podemos entrar en el concepto de la eternidad, que solo a Dios le pertenece. Nosotros podremos participar, de la eternidad a partir del momento en que nuestra alma se encuentre ya unida, a nuestro cuerpo recuperado después de la Parusía, bien sea para el bien y el goce, o desgraciadamente para el mal y el sufrimiento.

 

La eternidad es un algo que solo a Dios le pertenece, pero para nosotros ser inmortal implica en parte ser eterno, en cuando la inmortalidad al igual que la eternidad divina, no tendrá fin. Pero siempre será distinta la eternidad de la inmortalidad, en cuanto que la inmortalidad a diferencia de la eternidad ha tenido un principio, un comienzo dentro de la eternidad. Sin embargo y a efectos del resultado práctico, inmortalidad y eternidad son dos términos que se usan indistintamente, con el fin de expresarse la falta de fin o conclusión, en la vida que nos espera. Para el que está en la inmortalidad o eternidad de Dios el tiempo es inexistente. En el salterio y concretamente en el salmo 90, se dice: "Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;            una vela nocturna”. (Sal 90/89, 4).

 

La eternidad, es la visión al unísono, del tiempo pasado del presente y del futuro. Es la negación de la existencia de una medida de tiempo, la medición es inexistente en la eternidad, lo mismo que tampoco existe medida en el infinito, pues la medida pone límites y ni en la eternidad ni en la infinitud, ni en la omnipotencia de Dios existen límites.

 

Estar en la eternidad, es un privilegio para el santificado y algo terrible para el condenado, porque tal como dice San Agustín: “Así como ningún goce temporal puede darnos idea de la felicidad de la vida eterna, reservada a los santos, tampoco tormento alguno de este mundo puede compararse con los suplicios eternos”. En la eternidad. Tendremos nuestra casa definitiva, integrados en la maravilla de la luz divina.

 

Desde aquí abajo, tratamos pobremente de explicar, porque pobre son nuestros conocimientos y nuestra inteligencia, lo que es y significa la eternidad, como idea unida a la inmutabilidad y omnipotencia de Dios. Para ello simbólicamente y por una referencia del libro del Apocalipsis, empleamos los signos griegos Alfa y Omega, primer y último signos del alfabeto griego. Sin embargo estos signos, con los que se quiere expresar la eternidad, no son plenamente correctos fuera de su simbología, dado que Dios es increado y carece de principio, y jamás tendrá fin.

 

Para nosotros, criaturas con mentes limitadas, es imposible llegar a comprender bien y asimilar lo que significa la eternidad. Siempre que queremos expresarla o explicar lo que es la eternidad o la infinitud, lo tratamos de llevar a nuestro mundo material, lo tratamos de explicar con figuras  materiales (inmensidad de los océanos, formados por gotas de agua, o bien inmensidad del universo con sus galaxias, y espacios que se miden en años luz). Es imposible explicar algo que pertenece a parámetros espirituales, con metáforas materiales. Lo material siempre es finito, y siempre ha tenido un momento de no existencia. Solo lo espiritual, como categoría más perfecta puede asimilar la inmutabilidad.

 

Dios se mueve en parámetros de eternidad y de infinitud, y nada tiene comparación con lo eterno y lo infinito divino, por la sencilla razón de que nada hay comparable a Dios. Tomás de Kempis escribe: “Nada te parezca grande, nada precioso ni admirable, nada juzgues por digno de reputación, nada tengas por sublime, ni verdaderamente laudable, nada, en fin, estimes por codiciable sino solo lo que es eterno”. Si pudiésemos tener una exacta noción, de lo que representan los términos infinito y eternidad, comenzaríamos a comprender, lo que significa la grandeza de Dios, cosa que tenemos muy lejos de nuestro alcance intelectual.

 

Nosotros aquí abajo, nos movemos en función del tiempo, y el tiempo es un dogal al que se encuentra sometido todo lo material. Lo material en ninguna de sus expresiones, animado o inanimado, es eterno. Ha tenido un principio y tendrá un fin. Nosotros somos en parte criaturas materiales, y generalmente nos comportamos como si solo fuésemos materia, actuamos de espalda a nuestra parte espiritual, por lo que nos resulta siempre muy difícil comprender y asimilar lo que es espíritu y el mundo del espíritu. Como consecuencia de todo esto nos es difícil entender, comprender lo que significa, eternidad e inmortalidad. Cuando queremos entrar en el conocimiento de Dios estamos siempre empleando antropomorfismos.

 

En otras palabras, tenemos que darnos cuenta, de que nada somos, y que Dios es el Todo de todo. Es difícil tomar conciencia de esta realidad. Pues nuestro orgullo nos engaña y nos ciega. Nos dice que somos muy inteligentes, ya que no hay nada más que ver la cantidad de cosas que hemos inventado, y el cúmulo de descubrimientos que la ciencia ha efectuado. Somos, todos muy inteligentes, pero sobre todo los más inteligentes somos los que ahora vivimos, porque los que ya se han muerto no habían descubierto casi nada. Y somos tan imbéciles que nos lo creemos, tan a pies juntillas, como nos creemos lo que nos predican los políticos con sus sofismas. Solo la humildad, será una gran aliada que nos ayudará siempre a comprender, hasta donde sea posible, los misterios divinos y es en la humildad donde solo se encuentra la verdadera inteligencia. "En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque  has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito”. (Mt 11,25-26).

 

Entender en todo su alcance y extensión el sentido, de lo que representan términos como eternidad o infinito, es un algo imposible para el ser humano en este mundo, ya que, por nuestra propia naturaleza, aquí en cuanto a nuestro cuerpo, somos seres finitos y temporales.

 

La única forma de salir de la servidumbre del tiempo y entrar en la eternidad divina, es abandonando este mundo. La muerte es nuestra liberadora la que nos rompe las cadenas del tiempo, ella no es el final de todo, sino solamente un paso a la eternidad. En la eternidad recalaremos para siempre. En la eternidad nuestra visión será exacta y total de todo, de lo pasado y de lo futuro. Todo aquello que hayamos vivido en el pasado, será y vivirá en la eternidad en nuestra inmortalidad, ya que la eternidad y la inmortalidad engloban al tiempo, y toda nuestra vida una vez purificada de toda impureza y maldad, la asumiremos totalmente.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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