Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Resurrección de la carne

por Juan del Carmelo

En el credo que rezamos, afirmamos que creemos en la resurrección de la carne. ¿Y qué es la resurrección de la carne? 

En la glosa anterior a esta, (1610-09 ¿Qué es el cielo?) escribimos sobre lo que suponemos que nos espera después de la muerte, de acuerdo con la doctrina tradicional escatológica de la Iglesia católica, que en  poco difiere de la de las Iglesias cismáticas orientales.

Como ya antes decíamos somos cuerpo y alma, y mientras el cuerpo fenece, el alma es inmortal y lo será eternamente cualquiera que sea su destino final, sea este el de ser glorificada en el amor al Señor, o sea este, el de ser reprobada eternamente en el odio y el rechinar de dientes, que nos menciona el Señor en los Evangelios.

Es imposible tratar este tema de la resurrección de la carne, sin explicitar la primera Epístola de San Pablo a los Corintios, parcialmente esta dice así: "… en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual. En efecto, así es como dice la Escritura: Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida. Más no es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego, lo espiritual. El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo. Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes. Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste. Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción. ¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, más todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!”. (1Co 15,42-57).

Aún para los que son creyentes y aceptan la doctrina de la “Resurrección de la carne”, ellos se encuentran dominados por esa tendencia a la materia que todos tenemos, y se preguntan: Y si mi cuerpo se incinera, ¿cómo voy a resucitar, con el mismo cuerpo? Incluso aunque no se incinere, ¿cómo es esto posible? Y luego está el tema, de saber con qué cuerpo resucita uno, pues a lo largo de la vida se han tenido varios cuerpos, amén de las posibles mutilaciones de miembros que se hayn podido producir. Antes de avanzar, recordaremos que para Dios nada hay imposible.

El parágrafo 996 del Catecismo de la Iglesia católica nos dice: “Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones. "En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne" (San Agustín, pral. 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?”

 Todo esto tiene su respuesta y trataremos de darla aunque sea sucintamente. Para ello comenzaremos señalando que todo el mundo resucita: "…los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29). Pero ya antes de San Juan, esta misma afirmación se puede leer en el profeta Daniel (Dn 12,2).

La resurrección de los cuerpos no tiene lugar al instante de la muerte, sino que está ligada a la Parusía, es decir, al fin de los tiempos en que se producirá  a la segunda venida de Nuestro Señor. Así nos lo confirma el Evangelio de San Juan (Jn 6,39 y 11,24). Y también San Pablo, que nos dice: “El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro  del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor”. (1Ts 4,1617).

Ya hemos leído antes la afirmación de San Pablo en su Epístola a los Corintios, de que resucitaremos con un “cuerpo espiritual” y sobre este tema también escribe el apóstol: “Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas.”. (Flp 3,20-21).

Este cuerpo glorioso, no será exactamente el mismo que actualmente tenemos. Será un cuerpo que gozará de las cuatro cualidades características del cuerpo glorioso: claridad, impasibilidad, sutileza y agilidad (Ver Glosa del 24-08-09 Cualidades del cuerpo glorioso). El cuerpo glorificado irradiará ya la claridad y belleza de un alma unida a Dios. Será un cuerpo hecho a medida para soportar la gloria del alma, ya que la invasión del Amor divino, es un peligro de muerte, incluso para los santos, pues es una vida infinita que hace irrupción en una vasija de arcilla no apta para soportarla. Por lo demás el Cardenal Ratzinger, opina también que: “… no es necesaria la misma materia para que el cuerpo pueda ser considerado el mismo, tal como ha hecho notar toda la Tradición eclesiástica (doctrinal y litúrgica) que impone, como limitación, que el cuerpo resucitado debe incluir las “reliquias” del antiguo cuerpo terreno si todavía, al realizarse la resurrección, existen en cuanto tales”.

De cara a nuestra propia resurrección hemos de afirmar que, a imagen de Cristo, nosotros resucitaremos con un cuerpo que será el mismo que ahora tenemos, pero no exactamente lo mismo (alius non alud en expresión de Tertuliano). Y todos los hombres resucitarán, incluso los “fetos abortivos o asesinados”. Se resucitará con la estatura que hubiese tenido el cuerpo en su juventud, en torno a los 30 años, que fue la edad en que murió Cristo. Este dato se justifica a partir de la afirmación de San Pablo: “A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo”. (Ef 4,7). Pero esto es mera hipótesis, al igual que la que nos manifiesta el obispo Fulton Sheen al decir que: “El alma tiene natural tendencia a unirse con el cuerpo. Cuando ponemos la mano sobre cera caliente, dejamos en ella la señal de la mano. Así también el alma pone su impronta sobre el cuerpo, y el alma hasta cierta extensión, lleva el cuerpo en sí misma. En la resurrección, Dios dará al alma su poder de formar su cuerpo y la oportunidad de reconstruirlo le será confinada como lo había pensado”. O dicho de otra forma, cada uno tendrá el cuerpo que a lo largo de su vida haya tenido y le apetezca tener.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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