Mirar hacia delante
Hay una pequeña isla en el Mediterráneo que se llama Lesbos. La poetisa Safo era de allí y sus encendidos poemas de amor hacia sus compañeras dieron ese gentilicio a una determinada forma de ejercer la sexualidad. Pues bien, el Papa ha ido a Lesbos pero no para honrar a Safo y a sus seguidoras. Lesbos se ha convertido en un símbolo de acogida, en la primera playa europea que pisan muchos de los refugiados que huyen de la guerra civil de Siria y que buscan una esperanza para sobrevivir. Con su presencia allí no sólo ha querido dar un mensaje de aliento a las víctimas de la tragedia sino que ha indicado a toda la Iglesia cuál es y debe seguir siendo su camino: salir en busca del hombre que sufre para recogerlo, como el buen samaritano, y llevarlo a ese “hospital de campaña” que es la propia Iglesia. El Papa Francisco quiere que no olvidemos las palabras de Cristo que nos exhorta a dar de comer al hambriento porque en él está el propio Señor. Este es el gran objetivo de su pontificado, al que debemos sumarnos todos sin reticencia alguna.
Sin embargo, tres años después de su llegada a la sede de Pedro, la Iglesia no ha avanzado mucho en ese camino. Y si no lo ha hecho ha sido porque ha estado paralizada debido a un debate interno: la cuestión de si se puede comulgar sin estar en gracia de Dios. Toda la discusión en torno a la comunión de los divorciados vueltos a casar gira en torno a esa idea. La cuestión no es, por lo tanto, menor, sino que tiene la máxima importancia y por eso se ha debatido con tanta intensidad. Ahora tenemos ya la “Amoris laetitie” que debería servir para zanjar ese debate. Sería suicida si dedicáramos las energías que nos quedan a discutir sobre la interpretación que debemos dar a la exhortación apostólica del Papa. No podemos seguir prolongando el debate. La exhortación dice claramente que nada de la doctrina o del código de Derecho Canónico ha cambiado y a eso debemos atenernos, porque todo lo que había antes sigue estando en vigor, incluida la prohibición de recibir la comunión a aquellos divorciados vueltos a casar que no viven en castidad. Discernir si en algún caso concreto se está o no en pecado mortal, es lo que los sacerdotes hemos hecho siempre y lo que debemos seguir haciendo, con la máxima misericordia posible dentro del respeto a las leyes de la Iglesia.
Creo que en estos tres años he sido muy claro en la defensa de las enseñanzas de la Iglesia. Siempre he sostenido que el Papa no había cambiado ni iba a cambiar la doctrina, ni siquiera por una supuesta vía tramposa de cambiar la pastoral. Algunos han creído que mi defensa de la doctrina significaba criticar al Papa y yo he insistido en que, primero, era el propio Papa el que invitaba al debate y, segundo, en que lo que me parecía ofensivo para el Papa era creer que él iba a cambiar la doctrina convirtiéndose en un hereje. La “Amoris laetitie” me ha dado la razón. Pero, lo repito, considero que seguir ahora con el debate fijándonos en la interpretación que debemos hacer de esa exhortación apostólica sería traicionar el plan que tiene Cristo para su Iglesia.
Pasemos la página y miremos hacia delante. Ante nuestros ojos está la isla de Lesbos llena de refugiados. O los campamentos en Jordania donde mueren de hambre miles de cristianos que han huido de sus hogares para salvar su vida sin renunciar a su fe. O el resto de los via crucis vivientes que hay en el mundo, donde el Crucificado nos muestra sus llagas y nos pide ayuda. No podemos perder nuestras energías en discusiones que nos paralizan. Repito: debemos dejar atrás la discusión sobre la posible comunión de los divorciados vueltos a casar; nada ha cambiado al respecto y nada debe cambiar. Vamos a mirar hacia delante y vamos a hacerlo unidos. Tenemos una sociedad secularizada que espera ser evangelizada y tenemos millones de hermanos que sufren y elevan hacia nosotros sus manos implorantes. Y, sobre todo, tenemos a Cristo que nos urge para que les demos de comer.