Poseídos por Dios
por Juan del Carmelo
De la misma forma que existe la posesión demoniaca, también existe la posesión divina.
Hay locos enamorados del Señor. La hermana de Santa Teresa de Lisieux, se llamaba María del Sagrado corazón, y una vez al descubrir la intensidad del amor de la santa al Señor, le escribió a ella: “Estás poseída por Dios… pero poseída totalmente, así como los malos están poseídos por la maldad, tú lo estás por el Señor” ¡Que piropo! y que gran alegría debió de sentir la santa cuando leyó estas líneas. No le podían haber dicho nada, que le satisficiera más. ¡Ojalá! que alguien tuviera razones suficientes para decirnos esto a uno de nosotros, sería tanto como vernos ya en esta vida, sumergidos dentro del fuego del amor a Dios.
La vida en este mundo, como sabemos, es la prueba que hemos de superar, para demostrar que somos dignos del amor de nuestro Creador. El nos ha dotado del libre albedrío para que sin coacción alguna podamos escoger entre el bien y el mal, y así llegar a Él libremente por amor. San Pablo escribía: "Pero el que se allega al Señor se hace un espíritu con Él”. (1Cor 6,17). En otras palabras se puede llegar a una unión con Él a estar poseídos por Él, ya que hasta tal punto nos ama Dios que, si se lo permitimos con nuestra disponibilidad y correspondencia, él nos aferra. Nos asocia tan íntimamente a él, que llegamos a hacernos una misma cosa con él: ya no vivimos nosotros sino que él vive en nosotros.
Pero también tenemos la puerta abierta, para rehusar ese amor que se nos ofrece, a fin de poder obtener a cambio, generalmente caducos bienes materiales, o de depravados deseos de orden no material, tales como: odio, deseos de venganza, de lujuria, o todo aquello que es capaz de producir la soberbia humana, madre de todo pecado.
Para mejor comprender esta realidad, podríamos usar la metáfora de la espiral. Podemos pensar que toda nuestra vida se desarrolla en una espiral colocada en sentido vertical, con un sentido ascendente y otro descendente. Esta espiral, se toma para arriba o se toma para abajo; arriba está el Señor, que es el Amor, abajo hay algo peor que la nada, está el demonio, está el odio que es la antítesis del amor, está el retorcerse en la plenitud del rencor, la animadversión, el resentimiento, la envidia, el tremendo tormento al que al final someten al alma, todos los vicios. Nosotros en esta espiral, que es nuestra vida, estamos siempre en movimiento, ascendiendo o descendiendo. Unos están subiendo otros bajando constantemente, otros alternativamente, suben y bajan, sin decidirse a ir, hacia abajo o hacia arriba, son los llamados tibios.
Los que están constantemente subiendo pueden llegar a alcanzar, ya en esta vida, su meta de unirse a Cristo, sin esperar a llegar arriba, y estos son no todos los santos, sino solo unos pocos escogidos de entre ellos, los que más han amado. En lo alto de la espiral esta la posesión de las almas por el Señor, los que alcanzarán directamente el cielo después de su muerte, sean o no sean estos canonizados en la tierra con posterioridad. Pero de la misma forma, que cualquiera que quiera, puede llegar arriba al supremo grado de unión con Cristo ya en esta vida, también bajando la espiral se puede llegar tan abajo, como para alcanzar la posibilidad, de una íntima unión con el maligno, es decir acceder a la posesión demoniaca.
Todo esto sucede a nuestro alrededor, y la mayoría de las veces no lo percibimos. Hay mucha gente buena y santificada que vive el en amor al Señor y que está a nuestro alrededor y no somos conscientes de ello; mucha gente que sube en la espiral de su vida, no acumulando bienes en torno suyo, sino madurando para Dios y para el amor, tal como escribía en uno de sus libros, antes de ser papa el cardenal Ratzinger:
En la vida espiritual no hay estatismo, todo es dinamismo, ascendente o descendente, rápido o lento, pero no hay inmovilismo. Una virtud ayuda a la otra a subir y la otra ayuda a otra, todas ellas crecen acompasadamente y hacen elevarse al alma hacia Dios. En el lado contrario, un vicio ayuda a otro, y otro trae uno nuevo, y todos ellos también crecen acompasadamente, llevando el alma a las simas de abajo.
Nosotros, tenemos un tiempo, para recorrer el camino de la espiral, cuanto más deprisa e intensamente andemos, más subiremos. Es verdad, que es más trabajoso correr que pasear, pero si corremos, cuando se acabe el tiempo estaremos más altos, que si sólo hemos paseado. Vuelvo a insistir, la espiral, el camino de la espiral es ascendente y descendente, y lo que es aplicable a la subida también lo es a la bajada. El que desciende, también puede descender, corriendo o al paso, y cuando se le acabe el tiempo, estará más o menos abajo, según haya sido el ritmo de sus pasos, porque en el infierno también hay grados de condenación, al igual que arriba en el cielo, hay grados de glorificación.
El que sube cuanto más alto sube, va dominando mejor el panorama, y en este caso tiene más luz para ver la Luz. Al que baja, cada vez ve menos porque cada vez dispone de menos luz para poder ver la Luz.
Todo amor anhela la unidad. Así como en el orden humano la cima más elevada del amor consiste en la unidad del marido y la mujer en la carne, de la misma manera en el orden divino la más elevada unidad estriba en la del alma y Cristo en la comunión.
Para tratar de subir y buscar esa ansiada unión con Dios, ese estar poseídos por Él, hay que pensar que tal como nos dice el abad Benedikt Baur: “La verdadera interioridad cristiana o unión con Dios no es, en su fundamento y en su esencia, una actividad de la mente, sino de la voluntad. Es una actitud, un estado, una determinada disposición duradera e inmutable de amor a Dios, de confianza en Dios, de total entrega…”.
Pero para llegar esta posesión divina, a estar poseídos por Dios, existe un atajo, una escalera secreta, para llegar más pronto al Reino al Reino de Dios. En un éxtasis San Francisco de Asís vio una gran escalera que iba al cielo, en lo alto de la cual estaba la Virgen María, se le indicó que tenía que subir por esa escalera para llegar al Paraíso.