Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Sagradas Escrituras

por Juan del Carmelo

Nuestra vida de oración en cualquier estadio en que se encuentre, será siempre débil, estéril y artificial, y no podremos avanzar en nuestra vida espiritual, si no es esta, alimentada, y fortalecida con la Palabra de Dios.

La Biblia es nuestro libro sagrado. No es un libro es un conjunto de escritos, de aquí el nombre de “sagradas escrituras”, compuesto por 73 libros de los cuales 46 forman el Antiguo Testamento y 27 el Nuevo Testamento. En la Biblia se recogen todas las sagradas escrituras, mediantes las cuales sucesivamente, Dios nos fue revelando ordenadamente las verdades de nuestra fe. Estos libros fueron escritas por manos humanas, que respondían a mentes directamente inspiradas por el Espíritu Santo, es decir por el propio Dios. Las palabras que escribieron aquellos hombres llevan en sí el soplo vivo del Espíritu que las inspiró.

Pero siendo la Biblia el libro más vendido, según la estadísticas, cabe preguntarse ¿es también el más leído? Pongámonos la mano en el pecho  y contestémonos a estas preguntas: ¿Es algo importante, para ti la Biblia? ¿Has llegado a leerla de cabo a rabo alguna vez? ¿Eres consciente de que ella, es el medio que Dios emplea para hablarte? ¿Sientes que no puedes vivir sin la palabra de Dios? ¿O vives muy bien sin referencia de ella?

El desconocimiento de la palabra de Dios, es casi absoluto entre los hombres. Son muchos los que se quejan de que Dios no les responde a sus peticiones, que Dios no se entera de lo que ellos le dicen, pero… casi nadie entre los católicos leemos asiduamente la Biblia. No es así entre los protestantes  que desde su nacimiento pusieron mucho énfasis en la lectura de la Biblia. Ellos necesitaban cimentar sus heréticas tesis, y había que dar una nueva interpretación a la palabra divina. ¡Vamos! Esas “segundas lecturas de las leyes”, a las que tan aficionados son los políticos, cuando ven que una ley no les favorecen y no tienen votos suficientes para cambiarla. Pero todo tiene una parte positiva y ella fue la de extender a una gran parte del pueblo cristiano la necesidad de leer la Biblia. Durante siglos la Biblia había sido un libro casi desconocido por la mayoría. Y es de reconocer que sigue siéndolo para muchos. Dios siempre ha puesto su empeño en que escuchemos su palabra, pero la mayoría de nosotros solo hemos oído su palabra al ser proclamada en la liturgia del domingo, y eso referido solo a los que van a misa los domingos que como sabemos, no son multitudes.

La Biblia es un libro especial en el sentido de que es el único libro que podemos y debemos de leer en Espíritu, porque si así no lo hacemos jamás la Biblia nos entregará sus gozos y secretos. El hombre puede leer la Biblia permaneciendo cerrado a ella. Se puede buscar en ella, información, datos, conocimientos, cultura… lo que se quiera, pero nuestra lectura carece del amor al Espíritu Santo que es quién nos ilumina, estaremos perdiendo el tiempo. Pero para descubrir todo el secreto, de la Biblia, es necesaria una lectura en el Espíritu. En ese mismo Espíritu, que un día animó a los profetas, a los sabios a los apóstoles, y a los escritores sagrados. Sin el Espíritu la Biblia es como un libro cerrado que no entrega sus secretos.

Tenemos que leer la Biblia porque tenemos que alimentar nuestra alma de la misma forma que alimentamos nuestro cuerpo. Hay que leer la palabra de Dios, no solo cuando uno siente ganas de leerla, sino también cuando no las siente, cuando lo mismo cuando se está descansado que cuando se está cansado, cuando el texto le diga algo al corazón de uno o cuando le deje indiferente.

Para acercarse a la Biblia es necesario un cierto esfuerzo una cierta preparación. Ella tiene una literatura compleja, múltiple y distinta en sus libros, en sus géneros o en sus formas literarias. La manera de pensar y de expresarse de los autores sagrados, nos resulta desconocida y lejana. Con frecuencia la lectura, nos dejan fríos e indiferentes, cuando no, algunas veces incluso escandalizados. Cuando se empieza a leer la Biblia, por primera vez, uno se siente justificado a dejar la lectura, con la excusa de que no se comprende nada, sobre todo si la lectura recae sobre el antiguo Testamento. No entiendo nada. Esto no va conmigo ni me dice nada. Estoy perdiendo el tiempo. Son las razones que generalmente se aducen. Paciencia y perseverancia. No se conquistó Zamora en una hora. Todas las cosas del orden espiritual, son siempre lentas, y son lentas porque Dios nunca tiene prisa, siempre espera pacientemente a que nos alleguemos a Él, si tuviese prisa y la ejercitase estaríamos todos ya reprobados, pero Dios es amor, y solo Amor, y el amor siempre es paciente. Hay que leer y releer una y otra vez más para que la luz nos entre en los ojos de nuestra alma. La Biblia es como un fruto seco, por fuera tiene una dura cáscara que hay que romper, y lo sabroso está dentro.

Pero cuando se persevera y se empieza a percibir la luz de la palabra de Dios en la Biblia, nos enamoramos de ella, entonces ella será para nosotros  no una palabra humana sino la Palabra de Dios que nos alimentará y fortalecerá. Le dijo nuestro Señor a Satanás: “Escrito esta “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt 4, 4). La palabra de Dios en las sagradas escrituras se transforma en alimento que nos nutre y fortalece nuestro espíritu, por obra del espíritu santo. Dios se hizo palabra y la palabra se hizo escritura para estar siempre con nosotros. La palabra divina es el alimento, que los hijos de Dios llevan cada día a su boca.

Cuando la Palabra de Dios la leemos o la escuchamos con atención, no solo queda en nosotros como un recuerdo, sino que tiene una energía propia, tiene por sí misma una fuerza transformadora, pues es el inicio de la presencia de Dios en nuestro ser. La Palabra de Dios es como la semilla que se pones en la tierra. Hace falta que se la riegue un poco y pronto germinará, comenzará a dar frutos de fe, de esperanza y de amos a Dios. Tener fe e ilusión en la fuerza transformadora de la Palabra, es lo que nos llevará a entenderla, dice el P. Higueras, a tomarnos más interés, a mimarlo a dedicarle un tiempo diario.

La palabra divina, es la que nos marca el camino de regreso al paraíso; Ella nos guía y nos conduce nos alienta y nos sostiene en ese camino que hemos de recorrer; Ella es pan y vino, mi carne y mi sangre; Ella es mi compañera de viaje y mi amiga del alma; Ella me asegura que Dios está a mi lado y me ama y me perdona; Ella es la que da sentido a todos los acontecimientos de mi vida, la que pone al rojo vivo mi corazón la que alimenta mi esperanza, la que hace reconocer, en aquel peregrino que quería pasar de largo al Señor resucitado. Es la palabra el medio por el que Dios entra misteriosamente en mí y hace cantar mi corazón y lo estremece con su presencia.

La palabra de Dios a nosotros en la Biblia nos descubre y nos hace ver nuestras debilidades; en cada parábola del nuevo testamento nos hace identificarnos, con el hijo pródigo, con el ciego de Jericó, con Zaqueo en lo alto del sicomoro, con el fariseo orante, con Simón el leproso, con los viñadores homicidas, con los trabajadores enviados a la viña, y tantas otras en las que directa o indirectamente estamos identificados.

Dios se hizo palabra y la palabra se hizo escritura, para ser la fuente que nos calme nuestra sed de amor a Dios, pero antes de calmarla hemos de crearla.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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