Prueba de amor
por Juan del Carmelo
Hay en la literatura española del s.XVI unos versos de Fray Pedro de los Reyes, que dicen:
Yo para que nací, para salvarme,
que tengo que morir es infalible,
dejar de ver a Dios y condenarme,
triste cosa será, pero posible.
Posible, y río y canto y quiero holgarme,
posible, y tengo amor a lo visible.
Que hago, en que me ocupo, en que me encanto,
loco debo de ser, pues no soy santo.
Nosotros hemos sido creados para ser criaturas eternas, sea cual sea nuestro destino final, nos salvemos o seamos reprobados, y en ambos casos viviremos en la eternidad, lo cual es un concepto muy difícil de apreciar debidamente por nosotros, pues nadie tiene experiencia ni noción de lo que es y significa la eternidad. Nada de lo que nos rodea es eterno, ni los mares ni las montañas, ni los astros que contemplamos llegarán a ser eternos, puede ser que ya tengan millones de años, pero jamás serán eternos. Solo nosotros hemos sido creados para la eternidad.
Y nada más crearnos, Dios nuestro Creador, ha considerado necesario probarnos para constatar que somos dignos de su amor, que somos dignos de la esperanzas de amor que ha puesto sobre todos y especialmente sobre cada uno de nosotros, en el día en que decidió crearnos. De la misma forma que en una fábrica de coches o de otros productos industriales, antes de lanzarlos al mercado para su consumo, se realizan pruebas de calidad y si estas no son positivas se desecha el producto, así pasa con nosotros. Nada más crearnos, nuestro Creador nos ha sometido a una prueba, a una prueba de amor y para ello nos encontramos en este mundo en el periodo de prueba, que durará muy poco tiempo.
Esto del tiempo, es un concepto importante para nosotros, es como una especie de dogal que Dios nos puesto para que tomemos consciencia de que aquí, nos encontremos bien o mal, estaremos muy poco tiempo, y después vendrá, según se supere la prueba o no se supere, la eternidad que nos ubicará en un sitio o en otro. Y como quiera que la prueba se pueda superar, bien con un diez de nota o con un aprobado raspado con un cinco, así será también nuestra futura felicidad y también mayor o menor nuestra desgracia, de acuerdo con la nota obtenida, si no se ha obtenido al menos un aprobado por los pelos.
La esencia de la prueba que hemos de superar, es fundamentalmente una prueba de amor. Lo cual es de una lógica aplastante, si tenemos presente que Dios es amor y solo Amor, como reiteradamente nos lo manifiesta en sus escritos San Juan el discípulo amado, que es el que comprendió más profundamente a su Maestro amado. “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él”. (1Jn 4,16).
Por otro lado tenemos que pensar, que nuestra futura vida solo podrá desarrollarse sobre el amor y en el amor, o bien en su antítesis que es el odio, para aquellos que escojan la opción de su amistad con lucifer. Y si nuestra futura vida va a consistir en amar y ser amados, bueno es que nos vayamos preparando para lo que nos espera, pues nuestra eterna felicidad será mayor o menor según hayamos aprendido y practicado el amor en este mundo.
¡Pero no nos equivoquemos! El amor que esencialmente hemos de practicar aquí abajo, es el amor al Señor, en su doble sentido, en el de amarle locamente a Él, y en el gozo que nos proporciona, el dejarnos amar por Él. El amor al prójimo también hemos de practicarlo pero muy en segundo lugar. Hemos de practicarlo en razón del amor que tenemos o al menos hemos de tener al Señor, pero este amor al prójimo se ha de practicar de la misma forma que ocurre con los amores humanos en los que todo amante ama lo que ama y desea su amor. Lo que ocurre es que muchas personas tienen una tendencia a poner por delante de Dios a las criaturas, y piensan que a Dios le place más las obras de caridad que las demostraciones de amor a Él, por lo que piensan que son muy buenos. Pero Dios lo que El quiere, es que amemos a los demás, pero solo en razón del supremo amor a Él.
El amor al prójimo practicado exclusivamente, en función directa del amor a las personas o a la humanidad, entendida esta como concepto genérico, es un tonto derroche que se llama filantropía. Cuantas sorpresas se puedan llevar muchas almas, que se vuelcan en pretendidas obras de caridad, cuya finalidad esencial no es amar al prójimo en función del amor al Señor, sino en una encubierta vanidad. Así dice claramente el Evangelio: “Cuando hagas, pues, limosna, no vayáis tocando la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para estar alabados de hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, 4* para que tu limosna sea oculta, y el Padre, que ve lo oculto, te premiara”. (Mt 6, 2-4).
Para superar la prueba a la que estamos sometidos, hemos de tener presente que solos jamás la podríamos superar solo con nuestro propio esfuerzo, que es lo que nos hace creer nuestra soberbia humana. Nos hace falta la gracia divina, la ayuda inestimable de Aquel al que hemos de amar; y Él está muy gustosamente esperando que le pidamos esa ayuda, la cual cada vez irá en un aumento sucesivo en la misma medida en que vaya creciendo en nuestro corazón nuestro amor a Él. Porque ya lo dijo Él: “Porque al que tiene se le dará más y abundara; y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado”. (Mt 13,12).
Los obstáculos y las dificultades son grandes, pero puedo asegurar, a quien esto lea, que cualquiera que persevere de verdad en el amor al Señor, no auto engañándose, se dará cuenta de que en la medida en que aumenta su nivel de vida espiritual, muchas dificultades se convierten en goces, y ya en esta vida se puede empezar a pregustar la felicidad que nos espera.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.