Domingo V de Cuaresma: Agradece el perdón perdonando
“Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio… Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: ‘El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.” (Jn 8, 3-7)
El relato de la mujer adúltera y el esfuerzo que hace Cristo para salvarla de las garras de los justicieros que la acosan, es un buen ejemplo de lo que el Señor lleva a cabo cada día a favor de cada uno de nosotros. Él es el mediador ante el Padre y, si no fuera por su intercesión, el justo castigo de Dios recaería inmediatamente sobre nosotros. La “palabra de vida” de esta semana nos invita a considerar este aspecto misericordioso de Dios y también a imitarle. Para ello debemos considerar que nosotros somos equiparables a la mujer pecadora, necesitados por lo tanto de perdón, pero que en ocasiones también somos víctimas de los defectos de otras personas. Somos, pues, víctimas y culpables a la vez. Como víctimas podemos perdonar y como culpables necesitamos perdón. Convendrá recordar, pues, aquella frase de Jesús en la que nos decía que íbamos a recibir la medida que nosotros mismos usáramos con los demás. Recibe la absolución de Dios, pues, pidiendo perdón y perdonando tú a quien te ha hecho daño.
Por otro lado, no hay que identificar la misericordia de Dios con el pecador con tolerancia con el pecado. Cristo no dice a la adúltera que lo que ha hecho esté bien y que puede marcharse para seguir haciéndolo. Evita que la maten y él mismo la perdona, pero la invita a que no lo vuelva a hacer. La Iglesia tiene como una de sus máximas morales la de condenar el pecado y salvar al pecador. Así debemos hacer nosotros: condenamos lo que está mal hecho pero intentamos ayudar al que lo ha hecho para que no lo vuelva a hacer. Tal y como nos gustaría que se comportasen con nosotros.
El relato de la mujer adúltera y el esfuerzo que hace Cristo para salvarla de las garras de los justicieros que la acosan, es un buen ejemplo de lo que el Señor lleva a cabo cada día a favor de cada uno de nosotros. Él es el mediador ante el Padre y, si no fuera por su intercesión, el justo castigo de Dios recaería inmediatamente sobre nosotros. La “palabra de vida” de esta semana nos invita a considerar este aspecto misericordioso de Dios y también a imitarle. Para ello debemos considerar que nosotros somos equiparables a la mujer pecadora, necesitados por lo tanto de perdón, pero que en ocasiones también somos víctimas de los defectos de otras personas. Somos, pues, víctimas y culpables a la vez. Como víctimas podemos perdonar y como culpables necesitamos perdón. Convendrá recordar, pues, aquella frase de Jesús en la que nos decía que íbamos a recibir la medida que nosotros mismos usáramos con los demás. Recibe la absolución de Dios, pues, pidiendo perdón y perdonando tú a quien te ha hecho daño.
Por otro lado, no hay que identificar la misericordia de Dios con el pecador con tolerancia con el pecado. Cristo no dice a la adúltera que lo que ha hecho esté bien y que puede marcharse para seguir haciéndolo. Evita que la maten y él mismo la perdona, pero la invita a que no lo vuelva a hacer. La Iglesia tiene como una de sus máximas morales la de condenar el pecado y salvar al pecador. Así debemos hacer nosotros: condenamos lo que está mal hecho pero intentamos ayudar al que lo ha hecho para que no lo vuelva a hacer. Tal y como nos gustaría que se comportasen con nosotros.
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