La Iglesia, entre lo sensible y lo inteligible
La Iglesia, entre lo sensible y lo inteligible
por Duc in altum!
Platón, al formular el “Mito de la caverna” y, con ello, la “Teoría de las ideas”, distinguió entre dos mundos o realidades: el sensible (apariencias) y el inteligible (esencia). Por lo tanto, el pensamiento platónico no es enseña a ir más allá de lo aparente y/o superficial, para adentrarnos en la verdad, aquello que hace que las cosas sean lo que son. Por ejemplo, en el caso de las matemáticas, su esencia o parte inteligible no son los números, sino el cálculo. Ante la idea de “Iglesia”, la mayoría de las personas se quedan en lo sensible; es decir, prejuicios, impresiones lejanas basadas en rumores y desinformaciones. De ahí que surjan ideas como “la fe discrimina los homosexuales”, “se opone a la felicidad”, “presiona”, “adoctrina”, “choca con la ciencia”, etcétera. En realidad, les falta dar el salto al mundo inteligible, descubriendo cuál es la esencia de la Iglesia. En otras palabras, ¿por qué existe? Cuya respuesta va en la línea de responder a la trascendencia que caracteriza al ser humano, la búsqueda y encuentro del absoluto, de Dios.
Aparentemente, es una institución antigua, que vive más en el cielo que en la tierra, pero al salir de la “caverna”, se logra pasar de las sombras, de la abstracción, a la comprensión del hecho religioso. No hay contradicción, cuando existe hermenéutica. El problema sobre la distorsión de la imagen de la Iglesia parte de dos aspectos. El primero, tiene que ver con la necesidad de comunicar mejor el Evangelio y el ritmo de la vida eclesial. De ahí el esfuerzo del Papa Francisco por impulsar la reforma en materia de comunicaciones al interior del Vaticano. El segundo, tiene una tipología externa; es decir, la mezcla frecuente de intereses que pretende relegar la voz de la Iglesia por ser contra corriente y, en muchos casos, liberadora, pues enseña a pensar. Muchos dirán que es falso, que no tiene sustento semejante afirmación, pero si retrocedemos en la historia y ubicamos momentos convulsos, como el nazismo, podemos darnos cuenta que la Iglesia despertó conciencias que resultaron decisivas para el fin de la guerra. Por ejemplo, cuando fue el bombardeo de Roma en 1943, las autoridades civiles huyeron, mientras que el Papa Pío XII fue directamente a la zona cero, acercándose a los heridos y demás damnificados. Un gesto de tal naturaleza cambia la perspectiva. El cristianismo es la conciencia, una reserva moral para la humanidad que la ha hecho reaccionar ante situaciones objetivamente injustas. Por lo tanto, aconseja y libera, poniendo al descubierto las estructuras de pecado, tal y como las llamó el Papa Pablo VI. En realidad, no se trata de tensionar, pero sí de ubicar lo que impide salir y descubrir, como diría Platón, el mundo inteligible, la esencia de la comunidad católica como conjunto de bautizados.
Toda la pastoral debe tener un trasfondo educativo, pedagógico, capaz de ayudar a que las personas pasen de lo aparente a lo real. Es decir, que no se queden en lo que se dice o rumora sobre la Iglesia, sino que lleguen a lo que es verdaderamente la Iglesia. Conociéndola, lograrán entenderla, asimilarla y, si se dan la oportunidad, aprovechar su aporte espiritual y humano. Mantengamos las puertas abiertas. No en plan de imposición, pero sí compartiendo lo que somos y lo que creemos, pues evangelizar implica proponer con el ejemplo y la palabra.
Aparentemente, es una institución antigua, que vive más en el cielo que en la tierra, pero al salir de la “caverna”, se logra pasar de las sombras, de la abstracción, a la comprensión del hecho religioso. No hay contradicción, cuando existe hermenéutica. El problema sobre la distorsión de la imagen de la Iglesia parte de dos aspectos. El primero, tiene que ver con la necesidad de comunicar mejor el Evangelio y el ritmo de la vida eclesial. De ahí el esfuerzo del Papa Francisco por impulsar la reforma en materia de comunicaciones al interior del Vaticano. El segundo, tiene una tipología externa; es decir, la mezcla frecuente de intereses que pretende relegar la voz de la Iglesia por ser contra corriente y, en muchos casos, liberadora, pues enseña a pensar. Muchos dirán que es falso, que no tiene sustento semejante afirmación, pero si retrocedemos en la historia y ubicamos momentos convulsos, como el nazismo, podemos darnos cuenta que la Iglesia despertó conciencias que resultaron decisivas para el fin de la guerra. Por ejemplo, cuando fue el bombardeo de Roma en 1943, las autoridades civiles huyeron, mientras que el Papa Pío XII fue directamente a la zona cero, acercándose a los heridos y demás damnificados. Un gesto de tal naturaleza cambia la perspectiva. El cristianismo es la conciencia, una reserva moral para la humanidad que la ha hecho reaccionar ante situaciones objetivamente injustas. Por lo tanto, aconseja y libera, poniendo al descubierto las estructuras de pecado, tal y como las llamó el Papa Pablo VI. En realidad, no se trata de tensionar, pero sí de ubicar lo que impide salir y descubrir, como diría Platón, el mundo inteligible, la esencia de la comunidad católica como conjunto de bautizados.
Toda la pastoral debe tener un trasfondo educativo, pedagógico, capaz de ayudar a que las personas pasen de lo aparente a lo real. Es decir, que no se queden en lo que se dice o rumora sobre la Iglesia, sino que lleguen a lo que es verdaderamente la Iglesia. Conociéndola, lograrán entenderla, asimilarla y, si se dan la oportunidad, aprovechar su aporte espiritual y humano. Mantengamos las puertas abiertas. No en plan de imposición, pero sí compartiendo lo que somos y lo que creemos, pues evangelizar implica proponer con el ejemplo y la palabra.
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