Con la muerte al hombro
Con la muerte al hombro
por Juan García Inza
Estos días pasados he estado en Granada (España) participando en un Simposio de Derecho Canónico. Muchos participantes de toda España. Buen ambiente. Y hablamos, entre otros temas, de cómo dar vida a esos matrimonios jóvenes que, en una parte considerable, adolecen de falta de ilusión, de compromiso duradero, de autentica disposición para crear una comunidad de vida y amor para siempre.
¿Qué le ocurre hoy a la gente joven? Los hay ejemplares en su disposición para servir y ser útiles a Dios, a la Iglesia, al mundo. Pero en muchos de ellos se ha instalado una especie de pesimismo, de tristeza, de cierta amargura que no les deja ver la vida en colores.
La última noche nos fuimos un grupo a dar una vuelta por la preciosa ciudad de la Alhambra. El clima era muy grato. El ambiente amable. Pasamos por un lugar punto de encuentro de gente joven. Había bastantes charlando en muy buen plan. No era el clásico botelleo. Se notaba cierto nivel. Pero me llamó la atención un de talle curioso. Prácticamente todos iban vestidos de negro. Algunas chicas con indumentarias raras. Y me chocó ver a una chica que llevaba colgada de la espalda, como su fuera una mochila, un féretro que le llegaba a la cintura. ¿Es posible lo que veo?, me pregunté, nos preguntamos, asombrados. ¡Un ataúd en miniatura como símbolo de la muerte, del final de la vida. Algo muy tétrico, sin duda! Y no era fiesta de disfraces. Cada uno iba a lo suyo. Parece que esa es la moda gótica. Rostros pálidos. Miradas lánguidas, inexpresivas. Ambiente de tanatorio. Me acordé de aquella novela famosa de Castillo Puche titulada “Con la muerte al hombro”.
¿Obedece este panorama a una disposición interior, a un modo de ser y de pensar, a una postura ante la vida? ¿O es una moda pasajera, impuesta por el comercio sin alma? No lo sé, pero me causa una pésima impresión el ver vidas que están naciendo y creciendo, envueltas en ropajes de funeral. Yo soy sacerdote y visto de negro. Algunos nos han tratado a los que vestimos como la Iglesia manda de trasnochados y ridículos. Pero al ver los gustos de esta gente pienso que voy vestido a la moda. Aunque no se me ocurrirá ir por ahí con la muerte al hombro.
¡Bastantes tristeza y disgustos nos proporciona la vida, como para fomentar la depresión y la melancolía disfrazados de Frankenstein, ¿no?
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