Cautela
Uno de esos temas es la cuestión de los emigrantes que llegan a Europa procedentes de África, de Siria o de Irak. Aunque sus vías de penetración son diferentes, no lo es su objetivo último. Entren por donde entren, todos quieren ir a Alemania. Y hay que decir que este país ha sido, con mucho, el más generoso en la acogida: un millón lleva ya. Y a cada uno le asigna una cantidad para vivir y un centro donde refugiarse, al menos temporalmente. Alemania está dando un ejemplo al mundo y su presidenta, Angela Merkel, merecería de verdad el Nobel de la Paz.
Pero no todo es fácil en Alemania en la cuestión de los refugiados. Los recientes incidentes de Colonia han destapado una verdad incómoda sobre la que se había echado un tupido velo de silencio, porque no era políticamente correcto decir algo que pudiera sonar racista o xenófobo. Quizá si se hubiera dicho antes, no se habría llegado al extremo que se vivió en la bellísima ciudad alemana, al pie de la catedral donde se custodian las reliquias de los Reyes Magos. Pero los ataques de la Nochevieja a muchachas jóvenes no se circunscribieron a Colonia, ni siquiera a Alemania. Suiza también los padeció. Y todos tenían los mismos protagonistas: jóvenes musulmanes, que actuaban organizadamente en una forma ligth de terrorismo, que buscaba no matar sino humillar a sus víctimas y, de paso, a la sociedad que los acoge. La mayoría de esos delincuentes llevan años en Europa o incluso han nacido allí, como los terroristas que pusieron las bombas en París. Pero otros formaban parte del contingente de refugiados que había sido acogido tan generosamente por Alemania. Y ahí es donde han saltado las alarmas y se han desatado las críticas con la señora Merkel. Para colmo, se ha sabido que en los propios centros de refugiados las mujeres son acosadas con frecuencia por hombres que están alojados allí con ellas y que son las cristianas las primeras de sus víctimas.
Lo primero que hay que decir es que es injusto generalizar: ni todos los musulmanes son terroristas ni todos los refugiados lo son. En segundo lugar hay que recordar que desde el principio se alzaron voces reclamando cautela y que esas voces fueron calladas a base de insultos o amenazas. Creo que esa cautela es la que hay que reivindicar. Y hay que hacerlo en los dos sentidos. Cautela a la hora de admitir en la propia casa a cualquiera y cautela a la hora de condenar a los emigrantes como culpables de forma indiscriminada. Es peligroso abrir las puertas del hogar a cualquiera que quiera entrar, pero es también muy peligroso exacerbar sentimientos xenófobos que pueden dar lugar a nuevos progromos, esta vez contra los que ya han sufrido horriblemente en su país de origen. Ante la crisis humanitaria que se vive en muchos países, no podemos cerrar las puertas a los que piden un sitio en nuestra mesa. Y tampoco podemos abrírselas a todos sin saber quiénes son los que van a vivir con nosotros y sin ponerles condiciones que favorezcan su integración y la convivencia. Generosidad y prudencia. Cautela. Eso es lo que necesita Europa para no convertirse en un bunker egoísta o ser arrasado por lobos que vienen con piel de cordero.